El fruto anhelado

Por más que me esforzaba, oraba, e incluso ayunaba, nada era suficiente

Por Argelia Mejía L.

Por años he intentado tener un huerto en casa. He probado distintas semillas, sustratos y tipos de tierra. También he estudiado, leído, mirado videos y me he suscrito a varios grupos para obtener tips o técnicas.  Al inicio todo se ve bien e incluso brotan una hojita o dos y luego, comienza a secarse y se muere. ¡Qué frustrante!

Hace unas semanas iba a limpiar la yerba mala de mi patio, cuando algo amarillo del tamaño de un limón mediano llamó mi atención. Era un chile manzano que, literalmente, crecía del piso de cemento. ¡No lo podía creer! Estaba totalmente asombrada. ¿Cómo llegó ahí? ¿Cómo obtuvo los nutrientes necesarios para poder brotar del piso?

Yo jamás hubiera escogido ese lugar para sembrar nada y entonces me di cuenta que Dios sí sabe cómo hacer que las cosas sucedan. En el momento menos esperado, que resulta ser el momento correcto, ¡algo crece! Y a pesar de que todo estaba en su contra, se dio «el fruto tan anhelado», no por mis fuerzas ni conocimientos, sino por Su increíble y perfecta voluntad.

Cuando entraba a mis veintes, comencé a sentir presión por casarme. El ambiente cristiano en el que me desenvolvía nos empujaba a los jóvenes al matrimonio. Los chicos estaban en la búsqueda de una esposa y las chicas nos preparábamos para ser la «ideal».

El testimonio era importante, también que nos desarrolláramos en un ministerio. Un día, un  joven que me cortejaba, me dijo que debía cuidar el largo de mi falda, que debía aprender a cortar pollo y que aprendiera a lavar ropa a mano. Me sentí tan poca cosa.

Por más que me esforzaba, oraba, e incluso ayunaba, nada era suficiente, ¡porque esa relación no daba el fruto que esperaba! Sin embargo, Dios ya trabajaba en algo. Él tenía otros planes, pero me dolió mucho su negativa a esta relación.

¿Te ha pasado?  Das todo de ti, te esfuerzas, cambias, dedicas tiempo, haces sacrificios y al final parece que todo fue en vano. Pero así como Dios hizo que este pequeño chile brotara en silencio y de forma tan misteriosa, obrará también en tu vida.

Dios no necesita de tu ayuda, ni necesita que te esfuerces para ser «perfecta». Deja de frustrarte pues Él trabaja cada día en esa tierra que crees infértil, y en el momento correcto te dará al varón indicado. Solo espera, búsca al Señor cada día, ora, y confía en Él. Nunca se equivoca y a su tiempo brotará «el fruto anhelado».

Por cierto, dos años después de aquella gran decepción conocí a mi esposo. Dios acomodó las cosas de tal forma que ambos supimos que esa era su voluntad y ¡pronto cumpliremos veinte años de matrimonio!


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