Desenmascarando el consumismo
4 Principios básicos del consumismo
Por Esencia
Unos años atrás salió un comercial donde se mostraba la nueva camioneta Ford del momento. Atrás se veía el vehículo con las cuatro puertas abiertas. Frente a ella, había una tabla de surf, un kayak, esquís de nieve, una bicicleta de montaña, una bolsa de dormir, equipo para escalar, una guitarra eléctrica con su amplificador, equipo para bucear y para pescar. Un joven, sentado en medio de toda esta exhibición, se encontraba en posición de yoga, como si estuviera meditando.
El comercial decía: «Él ha puesto un nuevo giro a una antigua filosofía. Para ser uno con todas las cosas, debes tener uno de todo. Por eso tiene su nueva camioneta Ford. Así puede buscar la sabiduría en lo alto de una montaña y conectar con la Madre Tierra. Tener acceso en el mejor vehículo del mundo le da paz interna. Y esto lo hace un hombre muy, muy, muy feliz».
El consumismo, en pocas palabras, nos dice que para ser muy, muy feliz debes tener uno de todo. Y en ocasiones puedes tener dos, o tres, o cuatro.
Por supuesto que viene disfrazado de propaganda, que uno puede tirar a la basura y decir: «No me afecta. Yo no me comporto así. No me dejo dominar por los bienes materiales». Pero si escarbamos un poco debajo de lo que los medios predican, veremos que resulta muy fácil caer en la trampa del dinero.
Comencemos a delinear algunos de los principios básicos del consumismo.
Acumular cosas trae satisfacción
Todos deseamos una vida satisfecha. Eso en sí no es malo. El problema está en dónde encontramos la repuesta. Como vimos en el ejemplo del comercial de Ford, podemos pensar que si tenemos uno de todo, podremos experimentar tranquilidad.
En el fondo, todos sabemos que tenemos más de lo que necesitamos, pero no nos damos cuenta. ¿Por qué? Porque sutilmente se nos ha dicho que las cosas que poseemos y consumimos nos traen satisfacción.
Un auto, por ejemplo, es más que un auto. Nos trae la idea de libertad y estatus, de ser alguien. Es imposible no darle un significado a las cosas, pero el problema es cuando el acumular cosas se convierte en nuestro satisfactor.
Pongamos un ejemplo. Una de mis amigas tiene un muñequito de peluche, un conejito del tamaño de una mano, que guarda celosamente. Ya está viejo y un poco dañado, pero no se separa de él. ¿Por qué? Porque fue el primer regalo que le dio su novio, ahora esposo. Ella ha puesto un significado especial en algo material.
Pero tengo otra conocida que sufre cada Navidad porque quiere dar el «regalo perfecto». Para ella, el regalo perfecto debe ser caro. Su esposo, por ejemplo, no le trae flores y chocolates, sino joyas y perfumes. El mensaje que ellos expresan es: «Entre más caro sea el regalo, más amas a esa persona».
La línea que separa el simplemente tener algo a poseer algo, la línea entre dar algo por amor o que ese algo refleje la cantidad de amor, es un poco borrosa y peligrosa.
El dinero es poder
En labios de capos y criminales hemos oído esa frase en películas y series televisivas, pero para muchos se convierte en su lema. Es cierto que en el nivel básico, necesitamos dinero para comprar comida, pagar la renta y obtener vestido. Pero entre más dinero tengamos, más opciones creamos y se altera el qué comemos, dónde vivimos y qué marca de ropa usamos.
El problema, como ya definimos anteriormente, es cuando comenzamos a ver el obtener dinero como un fin en sí mismo y no como un medio para satisfacer nuestras necesidades básicas.
En 1970, se entrevistó a los jóvenes que terminaban la preparatoria para ver qué carreras elegirían. El 70% soñaba con carreras en base a una filosofía de vida, es decir, deseaban ayudar a las personas siendo médicos o abogados, o querían servir a su país en las fuerzas armadas. El día de hoy, el 75% de los estudiantes que se entrevistan al salir de la preparatoria eligen carrera de acuerdo a los beneficios financieros que obtendrán. En pocas palabras, lo importante no es qué estudien, sino cuánto van a ganar cuando ya trabajen.
Un poquito más
Cuando le preguntaron a John D. Rockefeller, uno de las personas más ricas de su tiempo, cuánto dinero era suficiente en la vida. Él respondió: «Solo un poquito más».
Quizá pensemos que esta filosofía no nos ha afectado, pero basta mirar nuestros armarios. ¿Cuántos pares de zapatos tenemos? ¿Cuántos usamos hasta desgastarlos? Y aun así, antes de un evento importante nos quejamos y decimos: «No tengo zapatos. Debo comprar un nuevo par para la graduación».
La idea de un poquito más afecta incluso otros ámbitos. Comenzamos a pensar que lo que realmente importa son los números. Cuánta ganancia obtenemos en el negocio, cuántas personas asisten a la iglesia, cuántos adquieren nuestros productos.
Si no me sirve, lo tiro
Finalmente el consumismo nos lleva a amontonar basura. Se calcula que cada año en Estados Unidos se acumula tal cantidad de basura que podrían llenar un convoy de camiones que llegarían a la mitad del trayecto a la luna.
Tristemente, este modo de pensar ha permeado las relaciones humanas. Lo podemos observar principalmente en la proliferación de «reality shows» donde los participantes «usan» a los demás para ir subiendo o sobreviviendo episodio tras episodio, pero en cuanto deben decidir si ser leales o ganar, desechan al otro sin pestañar.
¿Te has dejado engañar por el consumismo?
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