Una vida de sencillez

Foto por Abigail Eager

Considera las 3 actitudes que la reflejan

Por Esencia

Hemos hablado del consumismo, pero ahora hablemos de la sencillez. Eclesiastés 7:30, en la Nueva Versión Internacional, dice: «Dios hizo perfecto al género humano, pero este se ha buscado demasiadas complicaciones».

El consumismo esclaviza y complica la vida; la sencillez nos da libertad. Ahora bien, la Biblia habla mucho de las riquezas y las cosas materiales. La Biblia menciona personas ricas, como Job, pero también nos cuenta de personas pobres, como Lázaro. Quien más habla del tema del dinero, de hecho, es Jesús. Habla de la dificultad que tienen los ricos por entrar al cielo, pero también nos recuerda que donde está el corazón, allí está el tesoro.

Así que la sencillez no se trata de anhelar ser pobres, ni tampoco de aborrecer a los ricos. La sencillez pone las posesiones en su perspectiva correcta.

La sencillez es una realidad interna que nos libera en lo externo. Como dijo Richard E. Byrd después de meses de vivir en soledad en el Ártico: «Estoy aprendiendo… que el hombre puede vivir sin multitud de cosas».

Tres actitudes nos pueden mostrar cómo es una vida sencilla.

Todo es un regalo de Dios

En la mayoría de las tramas de películas, series y novelas, el pobre, pero bueno, obtiene al final riquezas. Es como si las riquezas no solo fueran el propósito de la vida, sino también la recompensa del que obra de buena voluntad.

Sin embargo, si el dinero fuera todo lo que esperamos en esta vida, nos conformaríamos con muy poco. Las riquezas, como indica la Biblia, sacan alas y se van. Un robo, un desastre natural, una crisis económica, pueden deshacer en segundos la seguridad financiera que deseamos.

Aprendemos de la Biblia que todo lo recibimos de la buena mano de Dios. De él viene la vida, la salud, el trabajo y el dinero. Cuando entendemos esto, trabajamos pero sabemos que no es nuestro trabajo lo que nos da lo que tenemos. Vivimos bajo «gracia», y esta incluye el pan diario.

Dependemos de Dios para lo más sencillo: luz, agua, aire. Y también dependemos de él para lo más complicado: la renta, la colegiatura, el uniforme.

Dios cuida lo que nos da

Ya que Dios nos los dio, Él lo cuidará. Podemos confiar en Él. No es un cerrojo el que protege nuestra casa, sino el cuidado de Dios por los suyos. Obviamente Dios nos ha dado sentido común para cerrar la puerta, pero nuestra verdadera confianza está cimentada en Dios.

No existe mejor ejemplo que Job. Siendo un hombre rico, perdió todo en un momento. Si Job hubiera vivido en esta época, habría llamado a los del seguro para quejarse o exigir la indemnización de sus rebaños. Quizá habría corrido en busca de sus abogados. Pero él dijo: «Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito».

Esto no solo incluye bienes materiales, sino el trabajo que tenemos e incluso nuestra reputación. Quizá algunos piensen que esto nos hace «mediocres», pero quien así piensa, no ha comprendido el principio bíblico.

Dios nos da las cosas y las cuida. Pero también está en su derecho de quitárnoslas. Dios no está interesado en lo que tenemos o no tenemos, sino en lo que somos. Él está trabajando en nuestra carácter, y a veces remueve aquello que está creando en nosotros dependencia o idolatría.

Una persona sencilla no es una persona holgazana, o mediocre, o frustrada. Es una persona que tiene un corazón al ritmo de Dios, y por lo tanto puede mostrar la tercera actitud.

Lo que tenemos está a disposición de los demás

Si no creemos esto, es como si tuviéramos bienes robados o «laváramos dinero», al estilo de las organizaciones criminales.

Cuando los cristianos del primer siglo comprendieron esto, ayudaron a los pobres, regalaron terrenos, se desprendieron de sus cosas, y la iglesia creció. En tiempos bíblicos se valoraba la hospitalidad. Hoy la hospitalidad es: «te presto mi cama, pero me la devuelves. Te doy de comer, pero cuando yo visite tu país me paseas».

La hospitalidad bíblica daba lo mejor. El invitado recibía la mejor comida, la mejor cama, el mejor trato, y no se esperaba nada a cambio. Estaban conscientes que Dios supliría sus necesidades.

A veces tenemos miedo de que si compartimos, nos quedaremos sin nada. ¡Qué idea tan errónea! El que siembra abundantemente, cosecha abundantemente. Al final de cuentas, volvemos al punto número 1: «Todo es regalo de Dios». Y si es regalo de Dios, Él lo cuida. Y si Él lo cuida, yo debo compartirlo.


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