Serie: Suficiente, Parte 1
Un estudio de Colosenses 1
Por Keila ochoa Harris
¿Te has preguntado si eres suficiente? Ya sabes, como decimos en mi país: si das el ancho, si llenas la cuota o si cumples con los requisitos para algo. Lo más probable es que en una o muchas áreas de tu vida no te sientas así. Quizá te consideras lo contrario: insuficiente, incompetente o incompleta.
En ocasiones creemos no tener lo suficiente: suficiente dinero, suficiente atención o suficiente amor. Vivimos como si nos faltara algo, como si tuviéramos un orificio incapaz de llenar y sanar. Tal vez, por eso muchas veces no nos sentimos parte de este mundo, ni creemos encontrar aquí todas las respuestas.
Existe una pequeña epístola (otra forma de decir carta) en el Nuevo Testamento. El apóstol Pablo le escribió a un grupo de personas en Colosas: los colosenses y por eso lleva ese nombre. Solo consta de cuatro capítulos, pero contiene grandes lecciones que nos hablan, precisamente, de esta idea de suficiencia. ¿Me acompañas en un recorrido por el primer capítulo?
Lo haremos poco a poco, una vez al mes, solo unos versículos, para que tengamos tiempo de trabajar en las verdades que encontremos.
Hoy leeremos los primeros dos versículos..
«Yo, Pablo, elegido por la voluntad de Dios para ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Timoteo les escribimos esta carta a los fieles hermanos en Cristo que conforman el pueblo santo de Dios en la ciudad de Colosas. Que Dios nuestro Padre les dé gracia y paz» (NTV).
Pablo se presenta como el escritor de esta carta. Los expertos nos dicen que Pablo ni siquiera los conocía en persona. Un amigo de él, del que estudiaremos más tarde, originario de Colosas, de seguro escuchó a Pablo predicar en otra ciudad, probablemente Éfeso, y cuando volvió a los suyos les compartió el mensaje.
Muchos creyeron y se juntaron para estudiar las Escrituras y crecer en su fe, así que formaron una pequeña iglesia local. Sin embargo, algunas ideas extrañas comenzaron a inquietarlos y desviarlos de su fe, así que Pablo decidió escribirles para animarlos, corregirlos e instruirlos.
Pablo se presentó de inmediato en esta carta como un seguidor de Jesús, uno que había sido enviado a compartir la Buenas Noticias de la fe. Notemos la primera palabra que resalta: «elegido». ¿Te ha pasado que nadie te escoge en su equipo cuando hay que competir? ¿Te has quedado fuera de las damas de honor de una novia que considerabas tu amiga? ¿Te molesta que nadie piense en ti para las cosas importantes?
Dios te ha elegido para la posición más importante de todas: pertenecer a su familia. Nunca lo olvides.
Nos eligió porque esa es su «voluntad». Qué palabra más importante. Dios no nos escoge con base en un capricho o un gusto, una motivación errónea o un descuido. Somos elegidas porque es su voluntad, su instrucción, su mandato, su querer. Él quiso escogerte. Él quiso elegirte. Y no nos apartó para cualquier cosa, sino para ser sus seguidoras, sus alumnas, sus discípulas.
Haz una pausa en este momento y considera lo siguiente: el lugar donde vives, lo que estudias o el lugar donde trabajas, tus padres y tu color de cabello, todo ha sido determinado por la voluntad de Dios. Tú, ¿cómo experimentas esta realidad?
Espero que, en primer lugar, te llene de mucha seguridad el saber que nada de lo que pasa en tu vida está más allá de la posibilidad redentora, es decir, de convertirse en algo bueno. Incluso las cosas difíciles y tristes tienen un propósito, y al ser parte de su voluntad, cumplirán una función que será para tu beneficio.
Segundo, espero que sientas un destello de «dignidad». Si eres seguidora de Jesús por su voluntad, implica que eres importante, tan importante que el Dios Creador del universo decidió rescatarte. Muchas cosas y personas en esta vida tratarán de desprestigiarte y disminuir tu valor. Decenas de situaciones harán que pierdas la confianza, y las palabras de muchos herirán tu corazón. Sin embargo, escucha hoy esta verdad: no eres una persona «cualquiera», eres una seguidora de Jesús, por su voluntad.
Además, eres santa. Lee otra vez las palabras de Pablo.
«Yo, Pablo, elegido por la voluntad de Dios para ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Timoteo les escribimos esta carta a los fieles hermanos en Cristo que conforman el pueblo santo de Dios en la ciudad de Colosas. Que Dios nuestro Padre les dé gracia y paz».
Pablo nos recuerda que, al ser elegidas en el equipo de Dios, porque Él así lo quiso, formamos parte de un pueblo santo, un pueblo apartado, un pueblo elegido. Santo no se refiere tanto a pureza, sino a posición. Revisemos dos frases importantes.
En Cristo.
En Colosas.
Dos reinos. Dos nacionalidades. En tu caso o en el mío podría ser en Cristo y en México. También podrías ser en Cristo y en Guatemala, en Cristo y en Colombia o en Cristo y en Londres.
Los que hemos creído en Cristo tenemos que vivir en estas dos realidades en el tiempo presente. Nuestros pies físicos están pisando la tierra negra de un lugar geográfico específico, pero nuestro corazón trae el sello de visa de un reino eternal, el de Dios.
Seguramente, al igual que yo, te estás diciendo a ti misma que por eso la vida resulta un tanto complicada, y tienes razón. A veces se nos olvida que somos parte de una o de la otra.
Por ejemplo, muchas veces no consideramos nuestra ciudadanía celestial. Vivimos como si aquí todo terminara y nos preocupamos por rodearnos de cosas materiales (que un día se acabarán) como si de eso dependiera nuestra felicidad. En otras ocasiones, conscientes de que estamos de paso en este mundo, quizá nos volvemos ciudadanas indiferentes que contaminan el ambiente y descuidan su cuerpo.
Dejemos dos cosas en claro:
Tu situación espiritual, «en Cristo», jamás cambiará. Ya no eres ciudadana solamente del globo terráqueo. Tu ciudadanía está en los cielos. Eres de Jesús. Perteneces a la familia de Dios.
Por otro lado, tu posición geográfica puede variar. Hoy estás en México, mañana en Argentina y pasado en China. Hoy estás en tu casa, al rato te vas al gimnasio y por la noche estarás en tu cama. Incluso puedes estar en-amorada o en-fadada o en-redada, pero siempre estarás «en Cristo».
Por esa razón, ya que siempre, pase lo que pase, estarás «en Cristo», no importa dónde estés o qué estés haciendo, haces una diferencia. Tu identidad espiritual debe controlar y caracterizar tu modo de vida. Todo esto es simultáneo. No lo olvides.
Estás en Cristo. ¡Qué maravilla!
Repasemos la lección de hoy: has sido elegida. Eres lo que eres por la voluntad de Dios. Eres parte del pueblo santo, por la voluntad de Dios. Y estás en Cristo, en donde quiera que estés.
Quizá por eso Pablo nos desea, al igual que a los colosenses, gracia y paz.
¿Te crees poca cosa? ¿Insuficiente? ¿Te preguntas de qué trata esta cosa llamada vida?
Tranquila. Si has creído en Jesús, has sido elegida y estás en Cristo. Muchas cosas hoy pueden cambiar a tu alrededor, menos la más importante de todas: perteneces a Jesús. Y ¿sabes? Eso es suficiente.
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