La oración y el incienso

¿Has entrado a una iglesia que huele a incienso?

Por Juila Harris

Como has visto, en la revista Esencia nos gustan mucho los aromas. Así que esta vez hablaremos del incienso.

¿Has entrado a una iglesia que huele a incienso? ¿Te gusta el olor? ¿Qué recuerdos provoca en ti? El salmo 141:2 dice: «Suba mi oración delante de ti como el incienso» (Salmo 141:2 RV60).

La Biblia compara la oración con el incienso, algo que en las ceremonias judías se quemaba y subía como olor grato para Dios. Así es la oración: algo que sale del alma y va hacia arriba hasta la misma presencia de Dios.

¿Sabía que el incienso que Dios pedía para el tabernáculo tenía una fórmula especial? Era tan único que Dios dijo: «Nunca usen la fórmula para elaborar incienso para ustedes; está reservada para el Señor, y deben tratarlo como algo santo. Cualquiera que prepare incienso igual a este para uso propio será excluido de la comunidad» (Éxodo 30:37,38 NTV).

Se usaban cuatro ingredientes, cada uno en partes iguales: estacte, uña aromática, gálbano, e incienso puro. Se tenían que mezclar y moler hasta obtener un polvo fino, y todo debía ser de la mejor calidad, puro y santo.

Muchas veces la oración es un último recurso, una obligación o una costumbre. La hacemos de manera descuidada. Pero ver la oración así está mal. La oración es algo puro y santo que debe tener ciertos ingredientes, todos en partes iguales, todos importantes.

El incienso se debía colocar delante de la presencia de Dios y allí Él se mostraría al pueblo. Para nosotros, la oración debe tener como propósito entrar a la presencia de Dios para hablar con Él y disfrutar de su compañía. Dios nos creó precisamente para eso: «Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres» (Proverbios 8:31 RV60).

Nuestra oración es para Dios un grato aroma. Si bien en la oración pedimos a Dios lo que necesitamos e intercedemos por los demás, la principal razón para acercarnos debe ser profundizar nuestra relación con Él y darle toda la gloria que se merece. 

Si bien el incienso usaba cuatro ingredientes en su composición, todas las especias debían rociarse con sal (Éxodo 30:35). La sal simboliza la permanencia del pacto entre Dios y su pueblo. Esto nos recuerda que solo podemos acercarnos a Dios mediante la sangre del pacto eterno (Hebreos 13:20), el nuevo pacto que hizo nuestro Señor Jesucristo en la cruz del Calvario cuando derramó su sangre para perdonar todos nuestros pecados.

Y solo puede acercarse a Dios en oración aquel que ha puesto su confianza en Jesucristo. Él dijo: «Nadie viene al Padre si no es por mí» (Juan 14:6). Aprovechemos este gran privilegio de poder acercarnos a la misma presencia de Dios y en los próximos artículos analicemos los ingredientes que debe contener nuestra oración.


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