Dios y las montañas
Y si no hubiera montañas... Y si no estuviera Dios...
Por Keila Ochoa Harris
¿Te imaginas qué pasaría si no hubiera montañas? Entre otras cosas, muchas personas perderían su lugar de residencia y los animales su hábitat. Las montañas son esenciales para la vida, y aprendemos de ellas tres cosas que podemos aplicar a Dios: nuestro refugio, nuestro lugar seguro, nuestra roca. Él es nuestra montaña.
Seis de los veinte cultivos de alimentos más importantes para los seres humanos se dan en las montañas, como las papas, los tomates, las manzanas, la cebada, el sorgo y el maíz.
Del mismo modo, Dios nos provee del alimento físico y espiritual. De Él proviene lo que necesitamos para subsistir y nuestra mejor comida es la que mencionó Jesús:
«Mi alimento consiste en hacer la voluntad de Dios, quien me envió, y en terminar su obra» (Juan 4:34).
Las montañas también nos dan entre el 60 y 80% de agua dulce del planeta. El agua que se acumula en forma de nieve y hielo se escurre en las laderas para formar ríos. Por algo se les llama las «torres de aguas del mundo». Del mismo modo, nuestro Dios es el agua dulce que nos refresca. Jesús dijo:
«Cualquiera que beba de esta agua pronto volverá a tener sed, pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna» (Juan 4:13-14).
Finalmente, las montañas ayudan a regular el clima. Son escudos contra las tormentas, las inundaciones y las sequías. ¿No hace Dios lo mismo por nosotros?
«El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador;
mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección.
Él es mi escudo, el poder que me salva
y mi lugar seguro» (Salmo 18:2).
¡Gracias a Dios por las montañas!
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