Confesiones de una hija de pastor, Capítulo 13

Imagen por Frida García Retana

Sobre el amor

Por Keila Ochoa Harris

Hacía tanto que las tres no salíamos juntas que el sundae de chocolate que pedí con mucha nuez encima me supo a gloria. Los adornos navideños en el centro comercial iluminaron la tarde. Tomy traía un nuevo corte de cabello y lucía encantadora. Le hacía bien estar con Emiliano, pero Pau y yo agradecíamos de todo corazón que no nos olvidara.

—¿Y qué ha pasado con Miriam? ¿Cómo reaccionaron sus padres sobre su embarazo?

—Ha habido muchas lágrimas, como pueden imaginar, pero la van a apoyar mientras termina la preparatoria.

Pensé en pedir una malteada. No. Demasiada azúcar.

—¿Se casará con Nacho? —Pau quiso saber.

—No lo creo. Al parecer no se aman con tanta pasión como creían. No le digan a nadie, pero sus tíos le han dicho que considere la adopción si no desea criar al niño. Me parece que es una buena alternativa. Hay muchas parejas que no han tenido hijos y pueden ofrecerle un hogar lleno de amor.

—Vaya. Qué complicada puede ser la vida con todo este tema del amor y los novios. Por eso, yo mejor me espero. Tengo mucho en qué pensar por ahora —dijo Pau.

Pau tenía un nuevo empleo, si se le podía llamar así. Cuidaba mascotas a domicilio. Tomy y yo la apodábamos «la niñera canina». En eso, alguien nos saludó por detrás. Christian venía con su hermana, quien no pareció tan encantada de vernos.

—¿Qué hacen aquí? ¿Me invitan un helado? —nos preguntó con su sonrisa habitual.

Me alegraba que hubiera decidido tener esa charla seria con mi papá. Aunque no se anunció a los cuatro vientos, sus padres contaron a los míos que Christian asistía a un grupo de apoyo. Al igual que con mi mamá, las cosas no se solucionarían por arte de magia, pero se debía empezar por algún lado.

—Tenemos que irnos —insistió Tatiana y nosotras no protestamos.

—Es un buen chico, ¿no crees Pau? —dijo Tomy con mirada pícara.

—No, no, no. Ya dije que ese tema de amores no me interesa por ahora. La película está por comenzar —nos informó mientras revisaba la hora en su celular.

Esa noche, recibí un correo electrónico de Lupita, la misionera. Me contó que estuvo enferma, luego tuvo problemas con la visa, pero al fin logró llegar a África donde se encuentra en «casa». Hemos intercambiado ideas sobre Efesios y ahora me anima a seguir con Filipenses. También le conté que me había decidido por una carrera.

De hecho, se lo conté a toda mi familia (mamá, papá, Aarón y Nana) durante el desayuno del día siguiente.

—Quisiera estudiar enfermería.

—¿En qué escuela?

Mi papá tenía listo el arsenal de preguntas, pero yo venía bien preparada con respuestas.

—En la universidad pública y, si no me quedo, empezaré en una particular. Puedo trabajar en una cafetería por las mañanas, quizá con el hermano Luis.

—Esa carrera es pesada —dijo mi mamá.

—Me gusta ayudar a las personas.

¿No ayudé cuando todos tuvieron COVID? ¿No fui yo quien atendió la pierna de papá?

Cuando se terminaron las preguntas, los dos asintieron.

—Buena elección, Pris.

Entonces, esa misma tarde, sucedió lo impensable. Santiago me envió un mensaje de texto.

«¿Ya viste la nueva serie de Obi-Wan Kenobi?».

Todo el asunto del COVID y mi mamá me había apartado de las series, lo que no consideré un problema, hasta ese momento. Le confesé mi falta de atención, pero él me puso un emoji divertido.

«Yo tampoco la he visto. Hemos sido malos fans. ¿La vemos juntos? Si quieres en tu casa».

El corazón se me aceleró, luego pareció frenarse. ¿En mi casa? ¿Por qué en mi casa? ¿Por qué no en la suya? ¿Por qué mejor no me invitaba al cine? ¿Por qué? Entonces cerré los ojos y conté hasta diez. Había esperado mucho este momento y ahora lo echaba a perder con mi histeria y mis expectativas. 

¿Pensaba casarme con Santiago? No. Todavía no lo conocía lo suficiente. Es decir, me gustaba, pero debíamos pasar más tiempo juntos para ver si hacíamos clic. Entonces, ¿qué de malo tenía ver una serie en casa? Quizá lo más complicado era cómo pedir permiso a mis padres.

Jamás olvidaré la breve conversación.

—Mamá, papá, ¿puede venir Santiago el viernes para ver Obi-Wan Kenobi?

—¿El viernes? —preguntó mi papá alzando la vista de su celular.

Mi mamá dejó a un lado la cuchara con la que movía el azúcar en su café.

—Supongo que puede verla con nosotros.

«Con nosotros», me repetí mientras le contaba a Santiago que todos ocuparíamos el sofá y los sillones de la sala. Todos. Papá, mamá, Aarón e incluso Nana. Él respondió: «Súper. Entonces llevo a mi mamá».

¿A su mamá? Nada funcionaba como yo quería, pero ¿era una tragedia? En realidad, no.

De ese modo, Santiago y su mamá llegaron con mis donas preferidas y todos nos acomodamos de una manera improvisada y relajada en la sala de mi casa y vimos uno, dos, tres episodios. 

El cuarto tuvimos que pausarlo para cenar, luego mis padres decidieron que el siguiente viernes continuaríamos la sesión y, aunque el reloj ya marcaba la medianoche, mientras los adultos conversaban en la cocina, todos menos Nana que se fue a dormir, Santiago, Aarón y yo jugamos UNO.

A la hora de despedirnos, Santiago dijo casualmente: —Pastor Josué, el domingo mi papá hará una carne asada. Pensaba invitar a Pau y a Pris. ¿Cómo ve?

Su papá había comenzado a ir a la iglesia. Noté, casi de manera imperceptible, que el labio inferior de mi papá se curvaba, pero mamá le dio un golpecito en la espalda y él respondió: —Claro, ¿por qué no?

Mi corazón se desbocó un poquito, pero deduzco por pequeños detalles que he percibido,  que el de Santiago también. Nuestras miradas se cruzaron por un instante. Quizá sea una pequeña prueba de que todo va por buen camino. Pero como dijo Pau, con el tema del amor y esas cosas más vale ir paso a paso, sin prisas ni exageraciones. A final de cuentas, como dice Nana, el amor llega. Siempre lo hace.

 Fin.

Todos los derechos reservados.
D.R. ©️ Keila Ochoa

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