Serie: Principios sobre la belleza

Foto por Itzel Gaspar

Principio 1: Si baso mi opinión sobre una persona en su mera apariencia física, seré fácil presa del engaño

Por Laura Castellanos

Serie: Principios sobre la belleza

Principio 1: Si baso mi opinión sobre una persona en su mera apariencia física, seré fácil presa del engaño

Por Laura Castellanos

—¡Mamá! ¡No te gusta ninguna de mis novias! —se quejó Gustavo.

Sandra suspiró.

—No tienen que gustarme a mí, pero...

Sandra analizó la situación. Realmente no se trataba de eso, sino que Gustavo solo se fijaba en lo físico y nada más. Se encaprichó con Fabiola, que no trabajaba ni iba a la escuela pero tenía muchas curvas. ¿No se daba cuenta de que lo trataba mal? Lo peor es que ya no hablaba con su amiga María, quien aunque no vestía de manera tan llamativa, lo apreciaba en verdad. 

Detrás de la La Bella y la Bestia

La hermosura física, sobre todo cuando la definimos de acuerdo a los conceptos de moda, se acaba con el tiempo. La Biblia dice: «Engañoso es el encanto y pasajera la belleza; la mujer que teme al Señor es digna de alabanza» (Proverbios 31:30, NVI).

Uno de mis cuentos de hadas favoritos es La Bella y la Bestia. En la versión original, el padre de Bella enciende la ira de la Bestia por cortar una rosa para su hija. La Bestia le propone que le lleve a una de sus hijas a cambio de su libertad. Pero la Bestia aclara que la chica «debe venir a él por su propia voluntad».

Esto me recuerda que la única manera de no caer en el engaño de la belleza, comienza por hacernos el propósito de ver más allá.

Cuando Bella sueña por la noche con el apuesto príncipe (quien en realidad es la Bestia), él le dice:

—¡Ah, Bella! No eres tan desafortunada como crees. Aquí serás recompensada por todo lo que has sufrido. Todos tus sueños serán hechos realidad. Solo trata de encontrarme, sin importar mi disfraz, pues yo te amo mucho, y en hacerme feliz encontrarás tu propia felicidad.

—¿Cómo, príncipe, puedo hacerte feliz? —le pregunta Bella.

—Siendo agradecida, y no confiando mucho en tus ojos.

Al paso de los días, Bella va conociendo a la Bestia, con quien cena cada noche. A través de sus conversaciones, de su amabilidad y los muchos regalos que le manda a través de la magia de su palacio, Bella se da cuenta de la realidad. Al volver de su casa, a la que va durante dos meses, la Bestia le hace la pregunta de rutina: «¿Quieres casarte conmigo?» Ella responde afirmativamente.

—No sabía cuánto te amaba hasta ahora...

—¿Realmente puedes amar a una criatura tan fea como yo?

Al final la Bestia se transforma en un apuesto príncipe, pero la moraleja es más clara que el agua. Bella no se dejó engañar por sus ojos y fue recompensada. Detrás de la Bestia, había un príncipe.

Lo contrario

Tristemente, en nuestra sociedad sucede lo contrario. Muchas veces detrás del príncipe, en realidad se encuentra una bestia.

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia» (Mateo 23:27 RV60).

Muchos se muestran bellos por fuera, y gastan tiempo y dinero para lucir como una tumba reluciente, pero por dentro, hay corrupción y podredumbre.

Me recuerda a la manzana envenenada de otro cuento de hadas. ¿Por qué Blancanieves cayó ante la tentación de ese rico fruto? ¿No tendrá algún parecido con aquel fruto prohibido del que nos habla Génesis?

 «La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió» (Génesis 3:6 NVI).

Se nos dice que el fruto tenía buen aspecto y así como Blancanieves, la mujer se dejó envolver y enamorar por medio de los ojos, y así pecó.

Hermosura y necedad

Cuando llegamos a conocer a una persona, muchas veces encontramos que nuestra primera impresión, basada en la apariencia, quizá fue incorrecta. No niego que existan mujeres atractivas y nobles, así como hombres apuestos y generosos, pero en algunas ocasiones al abrir la caja de chocolates, bellamente decorada, solo encontramos dos pequeños trozos de chocolate rancio.

«Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa pero falta de sentido» (Proverbios 11:22, RVR1995).

Me divierte pensar en un cerdo con un arete. Me recuerda a la señorita Piggy del Show de los Muppets, quien a pesar de vestirse y comportarse como una diva, ¡sigue siendo una cerdita! Su esencia no puede ser disfrazada ni disminuida, ni siquiera por medio de pelucas y maquillaje.

Una mujer hermosa, pero sin sentido común o inteligencia, no es tan bella como parece. Como bien dicen: «La caja engaña». Por eso, no juzguemos a las personas por lo que vemos. Seamos sabios como Bella y escuchemos el consejo de no dejarnos llevar solo por los ojos.

Si baso mi opinión sobre una persona en su mera apariencia física, seré fácil presa del engaño

Volviendo a la historia de Sandra y su hijo Gustavo.

Era Nochebuena. Sandra había organizado un juego con regalos que ella compró, así que su madre, su hermano, su hijo Gustavo, su sobrina Lucrecia y ella se prepararon para la diversión.

Colocaron todos los regalos en el centro de la sala. De hecho, Sandra los había envuelto con un plan, pues pensaba darle a su hijo una lección.

—Deben escoger con cuidado —les explicó—. Nadie puede abrir su regalo hasta que todos hayan tomado uno.

Decidieron tomar turnos. Gustavo fue el primero y eligió la caja más grande que estaba envuelta con un papel dorado y tenía un moño rojo del tamaño de la caja.

—¿Estás seguro, Gus? No olvides que la caja engaña —le recordó Sandra, pero él no titubeó. Le siguió Lucrecia, quien tomó la otra caja más grande, engalanada por listones y diamantina. —¿Segura? La caja engaña.

Su hermano Gerson optó por una caja negra y metálica que podría ocultar un bolígrafo, así que la mamá de Sandra, con resignación, levantó una caja de galletas sin envolver y Sandra se quedó con el más relegado, una simple bolsa de plástico oscura.

—Ahora todos pueden destapar sus regalos, pero en el mismo orden en que los eligieron.

Gustavo protestó cuando arrancó la envoltura dorada y se topó con dos rollos de papel higiénico. Lucrecia se enfadó al toparse con unas chanclas de plástico «de tres pesos». Gerson no recibió un bolígrafo, sino unos chicles. La mamá de Sandra, sin embargo, se emocionó con los audífonos que había dentro de la caja de galletas, y Sandra les mostró a todos los boletos para una función de teatro que se estrenaba ese fin de semana.

Con abrazos y besos, la tensión se suavizó pues había boletos para cada participante. Al día siguiente, durante el intermedio, Gustavo se acercó a ella.

—Tú sabías lo que había en la bolsa de plástico y dedujiste que nadie la escogería.

—Yo se los advertí. Les dije...

—«La caja engaña». No lo he olvidado. ¿Sabes, mamá? Quizá tienes razón. María me simpatiza mucho. Siempre me escucha y me da buenos consejos. Y es... bonita.

—Así lo creo. Es bonita por dentro y por fuera.


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