Serie: Principios sobre la belleza

Foto por Itzel Gaspar

Principio 7: La belleza física puede ser un peligro si basamos en ella nuestra identidad

Por Laura Castellanos

Reina nunca lograba describir con precisión cómo llegó al súper modelaje. Desde niña se distinguió por sus rasgos exóticos; pues ¿qué se podía esperar con un padre brasileño y una madre japonesa? Reina había heredado lo mejor de los dos mundos: altura, ojos rasgados, piel blanca, delgadez envidiable y unos labios generosos.

No calificaría su niñez como la mejor de todas, pues fue criada por su abuelita ya que sus padres se casaron a temprana edad y debieron trabajar para sostenerse. Reina creció preguntándose si sus padres la amaban. Su abuelita era la única que la abrazaba. Para su mala fortuna, asistió a seis distintos colegios antes de los doce años porque sus padres se mudaban con frecuencia en busca de mejores oportunidades.

A los catorce años, la mamá de Reina mandó una fotografía de su hija a un concurso de modelaje, ¡el cual ganó! Su vida cambió drásticamente. Empezó a obtener premios de belleza a nivel regional y nacional. En poco tiempo, ya tenía un contrato y se había mudado a Nueva York para formar parte del mundo del glamour y el modelaje.

Después de sentirse poca cosa en casa y en la escuela, ahora se veía rodeada de fama, fotografías y dinero. La gente la trataba bien; ¡era alguien! Ella supuso que encontraría la felicidad. Sin embargo, por dentro, cada día se sentía más y más sola.

El mundo del modelaje no era lo que ella esperaba. A diario sufría de inseguridad y miedo al rechazo. Cada día debía pasar por innumerables audiciones, para conseguir un solo trabajo. Además, a los diecisiete años concluyó: «La gente no me quiere por quién soy, sino por mi profesión». Empezó a consumir drogas para resistir el estrés y para cubrir el vacío interior. 

Su única ancla se resumía en su novio, un chico de su pueblo que continuaba escribiéndole y llamándole por teléfono. Ella construyó alrededor de él sus sueños de adolescente. Se imaginó una boda de lujo y unos hijos hermosos. Hasta que un día feriado, decidió visitarlo por sorpresa y se enteró de que él la engañaba con otra. Reina estaba tan decepcionada que deseó quitarse la vida. 

El peligro de la confianza excesiva

El peligro de la belleza no es el atractivo físico, sino el basar nuestra identidad en nuestra apariencia. 

Refiriéndose, de manera figurada, a su pueblo amado, Dios dice: «Sin embargo, confiaste en tu belleza y, valiéndote de tu fama, te prostituiste. ¡Sin ningún pudor te entregaste a cualquiera que pasaba!» (Ezequiel 16:15 NVI).

Cuando confiamos en nuestra belleza, es decir, cuando dependemos del atractivo físico para conseguir algo o cuando ponemos todo el valor en lo exterior, cometemos graves errores.

Me acuerdo de aquella fábula de Esopo en la que un ciervo llega a un manantial y se admira en el reflejo del agua. Admira su bella cornamenta, pero desprecia sus piernas flacas y frágiles. En eso, aparece un león. El ciervo sale despavorido y pronto aventaja al león.

Para su mala fortuna, al entrar al bosque su cornamenta se atora en las ramas de un árbol y cae presa del felino. Antes de morir, piensa:

—Tonto de mí que puse mi confianza en mis cuernos, que ahora son la causa de mi perdición, y no en mis piernas, las que me podían salvar.

Tal vez nos hemos enorgullecido de una parte de nuestro cuerpo que a final de cuentas será nuestra perdición y despreciamos algún otro atributo que nos vuelve especiales.

El peligro de la arrogancia

También podemos caer en la arrogancia.     

Sigue hablando Dios de su amado pueblo: «Tu corazón se llenó de arrogancia a causa de tu hermosura; corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor. Pero yo te arrojé por tierra y te expuse como espectáculo delante de los reyes» (Ezequiel 28:17 NVI).

El pensar que somos superiores por el color de nuestra piel o la simetría de nuestras facciones nos puede perjudicar de maneras inconcebibles.

La definición de arrogancia es experimentar un sentimiento de superioridad; pensar que algo en nuestra apariencia física nos eleva del resto. El problema, en pocas palabras, no es «ser» hermoso, sino pensar que eso nos hace mejores.

A pesar de que sabemos que esto es una mentira, somos bombardeados por mensajes que muestran lo contrario. Se nos presenta a una raza aparentemente más bella, de tal forma que muchos se blanquean o broncean la piel. Según la moda, se nos invita a traer el cabello de cierto color o estilo. De acuerdo a la época, se alaban las curvas o la delgadez extrema.

El peligro del orgullo

Finalmente, la excesiva confianza y la arrogancia nos conducen al orgullo y a la soberbia. Esta obsesión por uno mismo es el origen de casi todos los pecados.

El sabio Salomón advierte: «Orgulloso y arrogante, y famoso por insolente, es quien se comporta con desmedida soberbia» (Proverbios 21:24 NVI).

La soberbia es una adoración propia y con tristeza vemos que en nuestra sociedad se nos empuja a enfocarnos en ella. 

El excesivo «amor propio», por lo tanto, corrompe la belleza. Los mismos griegos y romanos hablaron de esto por medio del mito de Narciso, hijo de una ninfa. Su madre consultó a un vidente quien le advirtió: «Narciso vivirá hasta una edad avanzada mientras no se conozca a sí mismo».

Pero cierto día Narciso vio su imagen reflejada en un arroyo y se fascinó con su propia belleza, de modo que no se atrevió a beber agua ni fue capaz de apartarse de allí. Entonces murió sin despegar los ojos de sí mismo, sin disfrutar la vida.

Aun la mujer más hermosa del planeta, si pone toda su identidad en su apariencia se sentirá sola. Nadie puede llenar ese vacío, solo Dios.

La belleza física puede ser un peligro si basamos en ella nuestra identidad

Regresando a la historia:

Reina planeaba cómo suicidarse cuando su amiga Sandy la invitó a tomar café a su casa.

—¿Sabes, Reina? Eres una linda persona porque sabes escuchar.

Era la primera vez que alguien elogiaba su personalidad, no sus labios, su delgadez o su tono de piel.

—Me gustaría que otros se dieran cuenta —confesó Reina y le contó su amarga experiencia.

Sandy la abrazó: —Llegará quien mire más allá de las portadas de revista, pero debes trabajar en ti misma. Y no me refiero a tu físico, sino a tu interior. Quizá te sería útil acudir con un consejero que te oriente y te ayude a sanar las heridas de tu niñez.. Tu identidad no está en lo que haces, lo que tienes o lo que otros piensan de ti. Tu identidad está en quién eres. ¿Quieres ser hija de Dios?

Entonces Reina se echó a llorar y admitió su problema de drogadicción. Entendía que primero debía trabajar en ella misma, pero que aún había gente, como Sandy, que vería más allá de las apariencias, y con ayuda de Dios, pronto sabría quién era ella en verdad.


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