La importancia del vínculo afectivo
Lo que sucede en los dos primeros años de vida se queda guardado en la memoria emocional
Por Sheila Hernández Huerta
¿Sabías que mucho de lo que somos se forjó en nuestra infancia e influye en cómo nos relacionamos con los demás? Por ejemplo, está el vínculo afectivo.
El vínculo afectivo nos une, a través del amor, a las personas a nivel interpersonal. Necesitamos un vínculo afectivo estable y adecuado para poder ser parte de una familia, un grupo, un equipo o la misma sociedad.
Pero ¿te has fijado que a algunas personas les cuesta mucho trabajo confiar en los demás o tener amigos? Quizá, este vínculo que se forma en la niñez faltó.
Hasta hace poco se defendía la idea de que el afecto entre una madre y su hijo se daba solamente a través de la alimentación (lactancia). Sin embargo, un grupo de investigadores, John Bowlby, Harry Harlow y Mary Ainsworth, demostraron que el apego afectivo es un vínculo que se forma desde que nacemos y establece una relación cercana de afecto.
Observa estos cinco movimientos que suceden cuando somos bebés.
El llamado del niño: El niño avisa que tiene hambre, sed, frío y que requiere un contacto cercano, lleno de confianza, seguridad y una voz tranquila que lo induzca a la esperanza.
Conexión: La madre acude para proveer las necesidades básicas del niño. Sin embargo, presta atención: si el niño no recibe una respuesta satisfactoria, o esta es incompleta o limitada, queda insatisfecho.
Protesta y presión del niño: El niño movilizará toda su energía para hacerse oír, así que va a llorar. El llanto agota, ¿verdad?
El alejamiento del niño: Si el niño aprende que nada satisfará su necesidad, apagará sus emociones para protegerse del rechazo.
Derrumbe del niño: El niño, a través de estas experiencias, aprende que su llamada no tiene importancia o validez. Prefiere evitar las relaciones personales.
A veces los padres creen que si acuden al llamado del niño todo el tiempo se volverá dependiente, vulnerable o mimado, pero ¿sabes que las resonancias magnéticas muestran que cuando una madre besa a su hijo de dos meses se encienden las áreas del cerebro de relación y afecto?
Cuando en Rumania se establecieron orfanatos por orden del líder comunista Ceaucescu, se enjaulaba a muchos niños, como si fueran animales salvajes. Nadie les hablaba. Nadie los atendía. Cuando encontraron a estos niños, vieron que no reían ni hablaban, ni balbuceaban, ni lloraban. Sólo había un silencio devastador y muchos corazones rotos.
Nathan Fox, científico americano, acudió al lugar con el objetivo de conocer las consecuencias de esos años de maltrato y comparó los encefalogramas de niños que habían tenido la suerte de ser adoptados con los de los niños internados. Hubo una gran diferencia en el desarrollo cognitivo entre los que recibieron cariño y los que no.
¿A dónde vamos con todo esto? A que hoy quizá muchas jóvenes vivieron una infancia donde nadie o muy pocos acudieron a su llamado. Quizá eso explica hoy su desconfianza y dificultad para relacionarse.
Según los expertos, el vínculo afectivo está asentado entre el año y medio y los dos años de vida. Durante mucho tiempo se pensó que lo que sucedía en el embarazo y en los primeros años de vida no tenía mayor relevancia. Se creyó, de forma equivocada, que los recuerdos no existían.
Hoy sabemos que lo que sucede en esos dos primeros años se queda guardado en la memoria emocional en el lado derecho del cerebro, que durante este tiempo es el hemisferio dominante y el encargado de dar un sentido a lo que sucede.
La realidad es que en este mundo caído por el pecado ¡nadie recibe un vínculo afectivo perfecto!
Las madres por lo general caen en uno o más de estos patrones:
Ansioso ambivalente: La madre reacciona de forma exagerada y con angustia.
Evitativo: La madre desatiende de manera muy constante el llamado del bebé, pues lo ve como un ser débil o vulnerable.
Desorganizado: La madre es hostil, agresiva y cae en el maltrato o el abuso.
Aunque estos vínculos no nos determinan, influyen sobre nosotros. Quizá tu relación con tu mamá no es la más saludable, pero ¡ella quizá tampoco recibió un vínculo afectivo fuerte! ¿La buena noticia? Tú, tus amigas, tu mamá, ¡todas podemos conocer el vínculo de amor perfecto dado por Dios!
«En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados» (1 Juan 4:10).
¿Qué hace Él? Oye, acude y satisface nuestras necesidades.
En primer lugar, Él nos escucha.
Como el salmista, lloramos: «Inclínate, oh Señor, y escucha mi oración; contéstame, porque necesito tu ayuda» (Salmo 86:1, NTV). Tenemos hambre, frío, miedo, ¡queremos que alguien nos abrace!
¿Crees que Dios te escuchará o te dejará llorando? ¿Te arrullará un rato para luego tacharte de vulnerable o débil y dejarte de vuelta en la cuna? ¡No! Él acudirá al llamado porque es un Dios «de compasión y misericordia, lento para enojarse y lleno de amor inagotable y fidelidad» (Salmo 86:15, NTV).
Finalmente, saciará todas nuestras necesidades. Si tenemos hambre, es el Pan de vida que nos nutrirá. Si tenemos sed, es la fuente de agua viva que no se agota. Si tenemos frío, Él nos cobijará bajo sus alas. Si nada más queremos compañía, Él estará con nosotras todos los días hasta el fin del mundo.
Cuando tenemos un vínculo afectivo saludable, podemos convivir con los demás y darles lo que hemos recibido: amor.
Piensa en tus relaciones personales. No juzgues a tus padres si acaso consideras que no te supieron dar lo que necesitaste de pequeña. Acude a Dios y déjate amar. Permite que Él restaure ese vínculo de apego y sane tus heridas.
Como un bebé recién nacido, clamemos a Dios, pues Él nos escucha y acudirá a levantarnos y abrazarnos.
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