Serie: Dignas de imitar. Mártir de Sevilla

Foto por Erick Torres

¿Darías tu vida por tus creencias? ¿Delatarías a otros bajo presión?

Por Keila Ochoa Harris

María Bohorquez nació y vivió en Sevilla, España, en 1533. Era hija de don Pedro García de Jerez y Bohorquez, un hombre noble muy reconocido. Desde muy joven mostró un talento excepcional así que tuvo como maestro al doctor Juan Gil, o doctor Egidio como algunos le llamaban. 

María dominaba el latín y leía el hebreo. Sabía mucho de la Biblia y empezó a leer las obras de los reformadores. Su propio maestro, el doctor Egidio, decía que cuando conversaba con ella siempre aprendía algo nuevo. 

A pesar de su juventud, era sabia y piadosa. Es decir, no solo entendía lo que la Biblia enseñaba sino que procuraba vivir de acuerdo a los mandatos de Dios. 

Entonces la Inquisición empezó a perseguir en Sevilla a los que profesaban la doctrina protestante. Cuando Isabel Baena, la dueña de la casa donde se realizaban las reuniones, fue detenida, siguieron muchas más. Entre ellas, estaba María. 

Desde su primer interrogatorio, María dijo que ella pertenecía a la iglesia evangélica. Conocía tan bien la Biblia, de hecho, se dice que había memorizado los cuatro evangelios. Así que rechazó y rectificó con firmeza todos los argumentos que los frailes usaban para engañarla o atemorizarla. 

—Mi fe no es una invención de Lutero —dijo—, sino la verdadera doctrina rescatada por Lutero y sus compañeros entre las ruinas de la tradición. No me persigan, más bien abracen la fe verdadera. 

Cuando la torturaron para que dijera los nombres de otros compañeros de fe, María, de tan solo veinte años, prefirió sufrir a hablar. Sin embargo, los métodos de la Inquisición eran terribles. Tenían muchos castigos brutales que provocaban grandes dolores como el potro, una mesa larga en la cual amarraban al acusado de manos y pies y lo estiraban hasta dislocarle las coyunturas. 

No sabemos qué usaron contra María, pero en la desesperación del tormento, solo confesó que su hermana Juana conocía de su fe y no le había manifestado desaprobación. 

María sabía que su hermana Juana era una buena católica y esposa de un caballero con título de barón. Solo bastaría que investigaran la vida de su hermana para comprender que no seguía los mismos pasos de María. María había dicho el nombre de su hermana para que sus hermanos en la fe estuvieran libres. 

Finalmente, María fue enjuiciada y condenada a relajación. La relajación era morir en la hoguera, en los grandes «autos de fe» donde se reunían multitudes para que todos vieran cómo morían los sentenciados. 

Antes de su ejecución, como era costumbre, se le invitó a que negara su fe. Los confesores, quizá por la familia de María o por su juventud, pasaron muchas horas tratando de convencerla de cambiar sus ideas, pero todo fue inútil. 

El día de su muerte, María, vistió de sambenito, que era una prenda especial para los reos. Se cuenta que cordialmente saludó a sus compañeras de martirio, mientras formaban la procesión, y a pesar de ser la más joven, las animó a mantenerse firmes. 

Cuando estaban a punto de entonar un salmo, los inquisidores mandaron ponerle una mordaza, es decir, le taparon la boca. Antes de encender la hoguera, volvieron a decirle que abandonara sus errores. Le destaparon la boca y ella dijo: 

—No quiero ni puedo retractarme. 

Quizá por compasión por su juventud o su sabiduría, los frailes intercedieron por ella. De ese modo, el verdugo le dio garrote, es decir, la golpeó y mató antes de quemarla viva. 

María murió con suma valentía, y no se enteró de que poco después apresaron a su hermana Juana. Ella no seguía a Jesús, y de hecho, acababa de dar a luz. Murió víctima de los tormentos que la Inquisición le provocó. 

Una historia difícil, pero que aún se repite en muchas partes del mundo. ¿Darías tu vida por tus creencias? 


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