El último juego

Foto por Sara Trejo

Foto por Sara Trejo

Serie: Discípulas de Jesús

Por Carmen Quero

Los que dormitan solitarios,

acurrucados sobre bancos de noche y de piedra

detestan el verdoso resplandor de las lámparas

en las ramas agitadas por el viento.

Ellos detestan el día. 

(Fragmento del poema "Amanecer en Plaza Once" de Kehos Kliguer. Traducción del idish: Perla Sneh) 

—Mirá, ya estoy grande y mi mente no es tan rápida como antes. Voy a necesitar que alguien se encargue de los papeles del Club. Sos vos la más adecuada para ayudarme con los números.  

—¿Yo? ¿Por qué me tenés esa confianza tan grande si apenas nos conocemos? Ni mi viejo, el gran rabino de Once mostró tanta confianza en mí. Me das gracia. 

—¡Tenés toda la razón! Un noble rabino, y gran ser humano tu papá. Conozco a Simón desde que los dos frecuentábamos los bailes de la juventud en la Colectividad Israelí. ¡Qué tiempos aquellos! Gran tipo tu viejo. Hasta el día de hoy no entiendo que un italiano como yo se encontrara tan a gusto entre los Moishes. ¡Ja!  

—Sí, algo me contó. Amigos multirraciales en esos bailes del siglo pasado… Me hubiera gustado tener amigos así de raros e íntimos, como eran ustedes. 

—Bueno, eso se puede cultivar, y hacer crecer, como las verduras. Y eso que decís... no sé qué tanta confianza en vos pudo haberle faltado... Los padres no siempre aciertan en su mirada sobre los hijos. Pero nosotros los entrenadores tenemos un ojo clínico, y, creeme, vos sos la chica correcta para la administración de nuestro Club. ¡Vamos! ¡No te achiqués! 

Nuestro club era el más destacado en Buenos Aires. Además, el más antiguo, con sus comienzos en una época en que nadie dedicaba esfuerzos al Volley femenino. Gracias a Jess, el «trotamundos», como le decíamos (porque nadie conocía su verdadero origen, sólo sus infinitas vueltas por el mundo), nosotras, las mejores jugadoras de la provincia, teníamos un lugar para crecer y descollar. Se lo debíamos a él: el Entrenador. 

Acepté el «laburo» y pasé a ser su asesora contable y persona de mayor confianza, a cargo de los balances y teneduría de libros del Club Juvenil Las Águilas, también Asociación de Voleibol Femenino de la ciudad de Buenos Aires. Mirábamos hacia un futuro glorioso de sueño: la Selección Femenina de Voleibol de Argentina. Todo estaba por conquistarse. 

—¡Llegarás lejos, mi querida Jacqueline

Remarcó con énfasis mi nombre, para darme a entender que le gustaba. A mí no. Procede de la lengua hebrea, en honor a ese Jacob «el engañador», de la Torá. En mi opinión, nada de mi origen judío resulta a mi favor. Los judíos no son bien vistos por la gente, en sentido general. Hay mucho prejuicio étnico en este país. Me dijeron que son impresiones mías, que no haga caso y me muestre tal cual soy; que ya voy a encajar entre mis pares. Lo cierto es que, por mucho que me esfuerce, hay una parte de mí que no le gusta a la gente. Sé que siempre será así. 

Sin embargo, este año algo pasó que me hizo dudar del viejo malestar. En la universidad me asignaron un trabajo acerca de los rabinos más destacados de la Historia hebrea. Uno de los textos para la clase de inglés fue One Final Meal Together: The longest night of Jesus’ life —Una última comida juntos: la noche más larga de la vida de Jesús. Se trata de una reseña de los episodios finales en la vida del Rabí nazareno. Debo confesar que el hecho de no ser cristiana no me privó de un cúmulo de sensaciones raras que despertó en mí la lectura. Pero no era tanto por aquel personaje remoto, como por las semejanzas con Jess, mi Entrenador.  

Un fragmento en el que me detuve expresaba lo siguiente: 

Juan 14:27 «No dejen que nadie les inquiete el corazón ni tenga miedo».  

La muerte —anunciada y presente más que nunca en esa noche álgida— no era algo extraño a la humanidad. Tampoco lo era para esos once hombres que lo amaban, y lo habían seguido por tres años y medio. La muerte convivió con nosotros desde el minuto uno después del principio: nuestra fiel camarada. Nuestra realidad. 

Pero esta muerte que se aproximaba marcaría la diferencia con lo cotidiano. Y lo habitual se volvería un faro de guía. Una muerte en la cual gloriarnos, y alegrarnos. Una muerte puente. Un salvoconducto. Y lo más importante: un Hombre invencible enfrentando a la invencible.  

¿Cómo puede un relato que menciona la palabra «muerte» más de lo esperado transmitir esperanza, y hasta cierta alegría? Ese planteo me sacudió las fibras… pero lo olvidé al otro día. Tenía que seguir con mis cosas: mi vida. 

Cosas como cuánto me fastidiaba mi entrenador. Un día cualquiera lo traicionarían y él seguiría sonriendo a sus traidores. Jess me contó que lo habían estafado los del seguro, al no reintegrar una suma importante por dos jugadoras lesionadas, y que tuvo que reponer de sus fondos personales por los gastos en el hospital privado. Le reclamé su falta de energía para demandar sus derechos, a lo que respondió que lo más importante no era el dinero, ni sus derechos —concretos y reales— sino la vida de sus jugadoras. 

—¡Esos ahorros son tu futuro en la vejez! ¡Jess! Ni familia tenés para una ayuda que puedas necesitar. Realmente no entiendo tu filosofía. Yo lo hubiera resuelto mejor, y sin perder ni un peso. No soy de las que se quedan quietas mientras me saquean. Realmente me da bronca este asunto. 

—¡Ah! ¡Vamos! Tanto tiempo que hemos compartido pero todavía no sabes quién soy, tantas lecciones que te he enseñado, no solamente en lo deportivo. Te he querido y cuidado como un padre, como el amigo fiel que buscabas sin hallarlo en cada persona cercana. ¿Crees que no tengo un lugar donde caerme muerto? En mi casa, de donde vengo, tengo gente que me quiere bien. No he llegado aquí mendigando afecto, sino dándolo. ¡Pero nada te es suficiente, chinita

Aquel fue el último diálogo real. Era verdad cada palabra. Yo lo entendía con mi cerebro, pero un falso contacto en mis circuitos interiores interrumpía la corriente al corazón. Este se encontraba congelado, tenebroso, como la última noche que lo vi. No le daría más el lugar que merecía… El poema de Vinicius de Moraes ponía las palabras justas para definirlo: «mi amigo nunca superable, mi inseparable enemigo», ¡Jess! 

Una vez lejos, a más de quince mil kilómetros de Buenos Aires, leí en La Nación que el Entrenador de la Asociación de Voleibol Femenino había sido arrestado por una descomunal estafa a los asociados. Pobre viejo. No se merecía comerse ese garrón.  

Cuando vean su buena conducta, suspiré, lo soltarán. Esa plata me era imprescindible para alejarme de una vida mediocre, para probar el Nuevo Mundo... 

Aquella primera noche en el otro continente no pegué un ojo. El hotel, de cuatro estrellas «bien puestas», se sentía húmedo y hediondo. Una punzada en el pecho me inquietó.  

«Me dijiste hasta el cansancio que nadie es castigado a menos que lo merezca. Si te castigan es porque sos culpable…. ¡Pero vos sos inocente!  Te imagino encerrado, con sed y frío. Yo aquí en este cuarto asfixiante, tampoco puedo respirar. Intento ignorar la confusión. Estoy segura de que, con esa suerte que te acompaña siempre, conseguirás zafarte del juez y de toda sentencia. Sos ingenuo, pero tenés “un Dios aparte”. ¡Qué miserable lugar que vine a elegir! Mañana me mudaré a otro hotel más caro». 

Al otro día, yo, la mejor jugadora del equipo de Jess, la más talentosa y rápida, con el crédito en la tarjeta dorada me sobró para alquilar un auto de alta gama. Con un pack de cerveza como acompañante en el asiento derecho, salí a la carretera de montaña. Pisé el acelerador, y cerré el corazón, unos minutos antes de cerrar los ojos. 

«No te he seleccionado para que te detengas. Has sido elegida para extenderte hacia adelante. ¡Sí! ¡Lo hubieras logrado! ¡Si tan solo me hubieras creído!  Jacqui... ¿Qué es lo que dicen los abogados sobre números en rojo y estafas? Vos tenés que poder explicar la verdad de nuestra manera honesta de proceder».  

La voz, sin una pizca de rencor me sigue. ¿Por qué es así? 

«Soy el que soy.  Fiel a mis decisiones y afectos. Me propuse tenerte cerca, ser tu guía en cada detalle. Te llamé porque te quise a mi lado. ¿Alguien alguna vez te ha tratado así? No me arrepiento de haberte elegido con las demás. Fuiste honorablemente una del Equipo. Fuiste una de mis más cercanas jugadoras. Juntos éramos imparables. 

Pero hay un detalle: la elección es bilateral. Yo elijo. Y llamo. Vos decidís también, ir hacia el llamado. ¿Cuál es tu llamado, Jacqui? Hacia él corres. Te moverás al latir de tu ser más íntimo. Está muy claro que ni Yo, ni el Equipo, estamos en esa profundidad». 

En un instante atravesó mi mente el cometa de una etapa demasiado corta. Tres años atrás, el día de la clasificación, cuando fui seleccionada para la gran competencia y decidí que probaría quién soy. 

Ahora escucho el eco de esa última palabra que me dirigiera: «mi Elegida»... Y por última vez, el timbre de su voz.  

Tristemente soy otra, a años luz de quien Él imaginó en sus delirios. Acelero. Ya no hay retorno. Me duele en el pecho cada milla que vuela, pero no me detengo. No hay freno alguno al alcance. 

Al continuar voy dejando de ser una elegida, para ser una indiferente. Conspiradora. Ingrata. Enemiga.  

Yo me alejo, pero Él sigue ahí. Plantado en el piso de parquet de nuestra cancha, junto a nuestra red, con su mirada que desafía, que afirma, que convoca. Toda una oportunidad. Una propuesta estupenda. 

No volví a mirar atrás, ni escuché nada más. El Eco de la eternidad se ha perdido. Y yo en él. 

La vida de Judas Iscariote siempre nos trae preguntas y tristeza. Pero cuando el mundo, la vida, tu ambiente, te ofrezcan treinta cosas que brillan, a cambio de tu Maestro y Señor, piensa: ¿cuánto pierdo al aceptar su propuesta?Luego díctale una meta a tu conciencia y a tu alma: «Hay un Dios que me elige, quien conoce mi potencial, y cómo sacar lo mejor de mí. Seguiré sus reglas, su consejo experto. No son difíciles. No fallan».  

Mientras viajas hacia ese objetivo, sé meticulosa, precisa, alerta. Pero resuelve el asunto de prisa, con los tantos a tu favor. ¡Atrévete a ganar el último partido!


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