Los años de Nataly
Discípulas de Jesús
Por Katherine de Estrada
Los 5 – la emoción
No le daba miedo la oscuridad como a las demás niñas. Sus papás no la dejaban ver películas de miedo y siempre le hablaban del amor de Dios. Quizás eso influía en su percepción del mundo, porque con cinco años tenía la extraña y agradable sensación que siempre estaba acompañada.
Conforme el tiempo pasaba, ella se daba cuenta de que entre mejor se comportaba, más la querían. Así que aprendió que era mejor obedecer que desobedecer, sentarse que correr y comerse sus vegetales sin protestar. No tardó mucho tiempo en ser querida, apreciada y aprobada por los demás. Le gustaba su vida. Le agradaba que la pusieran como ejemplo. Le gustaba que hablaran bien de ella y ser el centro de atención.
También le gustaba su familia. Al ser hija única, parecía que la vida de sus padres giraba alrededor de ella. Ellos se esforzaban en cuidarla mucho. Nunca la dejaban sola. Se turnaban para acompañarla y no se molestaban en cancelar sus planes si ella necesitaba terminar una tarea. Eran unos «buenos» padres. Es más, a Nataly le parecían los padres «perfectos». Jamás los veía discutir y todo lo que hacían con ella parecía alegría y diversión.
Cuando empezó la escuela era un poco despistada. A veces olvidaba hacer sus tareas, pero su madre la obligaba a terminarlas. No le molestaba hacer sus deberes, pues se daba cuenta de que, aún si los hacía tarde, recibiría una felicitación. Y si obtenía buenas calificaciones, podría ganar un regalo extra.
A esas alturas había aprendido que las acciones buenas tendrían recompensas buenas, y las malas consecuencias malas.
Los 10 – el aburrimiento
Conforme los años pasaban, Nataly empezaba a sentirse un poco perdida. Se daba cuenta de que no todos la querían, aunque hiciera lo que le habían enseñado como «bueno». Especialmente en la escuela se enojaban con ella si le pedían «copia» en el examen y ella no compartía sus respuestas. Tampoco se sentía siempre acompañada, y de vez en cuando hasta le daba miedo que le pudieran robar o hacer una broma desagradable.
Sin embargo, encontraba cómo lidiar con esos sentimientos. Se daba cuenta de que podía escoger amigas que la protegían. Esto sucedía si estaba dispuesta a ser «buena» con ellas, ayudándoles con alguna tarea. Así que, aunque no tenía muchas amigas, Nataly creía que las pocas que tenían la querían realmente, y en ese caso ella estaba dispuesta a ayudarles con lo que ellas no podían.
Por otro lado, sus padres la querían, pero ella no disfrutaba tanto el tiempo que pasaban juntos como antes. Constantemente se aburría, especialmente si le hablaban de Jesús. A veces la dejaban sola, y aunque tenía más sueño de lo normal, tendía a permanecer despierta mientras pensaba sobre el futuro. Tenía el impulso de impresionar a sus conocidos. De esa forma quizás la querrían más. Así que le gustaba imaginar que lograba grandes cosas. A los diez años no se decidía entre ser presidente, dentista o veterinaria. Quería ser alguien interesante, pues la mayoría de las personas a su alrededor le parecían muy comunes para su gusto.
Los 13 – la desconfianza
Una mañana escuchó discutiendo a sus padres, y notó que su mamá subía el tono de voz. Ellos no se dieron cuenta de que los escuchaba y ella no quiso indagar cuando la vieron entrar. No entendía por qué sus papás le decían que no subiera la voz y ellos lo hacían. Eso no tenía sentido. Para ella solo había que «portarse bien» y ya. Talvez sus padres no eran tan buenos como ella creía.
Una semana después, Sofía, su mejor amiga, le contó que había visto a su mamá besar a alguien que no era su papá. También supo que sus propios tíos entrarían en un proceso de divorcio y que sus primos debían decidir con quien ir. Nataly se consolaba pensando que había peores padres que los suyos.
Cuando cumplió trece años, a las tres de la mañana, despertó por los gritos de sus padres que discutían. No se atrevió a salir de la habitación, pero como ya no pudo dormir se puso a pensar en toda su familia, y para su sorpresa se dio cuenta de que todos tenían problemas. La vida era muy diferente de como lo era hace unos años.
Antes todo parecía perfecto y ahora todo parecía desmoronarse. Estaba decepcionada de la vida. Se preguntaba constantemente: ¿existirá Dios realmente?, pero se sentía mal por cuestionárselo y trataba de ocupar su mente en algo más. Ella sabía en el fondo de su corazón que ya no tenía fe.
De todas formas, Nataly se propuso que se esforzaría por ser «buena» aunque todos fueran «malos». Era una estudiante sobresaliente y una buena deportista. Conseguiría una beca y se iría lejos, donde pudiera estar en paz. Anhelaba convertirse en alguien importante y sentirse mejor. De esa forma la admirarían, y la querrían más. Los demás podrían aprender de su ejemplo y eso también la llenaría de satisfacción.
Los 15 – la autoconfianza
A los quince años consiguió patrocinio para estudiar una carrera pre-universitaria en una buena academia. Se mudó a una residencia porque la casa de sus padres estaba muy lejos de allí. Con todos los cambios se sentía libre. Podía hacer lo que quisiera sin que la supervisaran. No era una academia cristiana, así que no tenía tantas reglas como a las que estaba acostumbrada en su familia religiosa. Pero de todas formas ella se consideraba una joven «bien portada».
Aun así, divertirse un poco no era algo «malo», así que salía de parranda una vez a la semana con sus amigas. No se emborrachaba ni consumía drogas, aunque sus amigas lo hacían, pues creía que lo mejor era estar sobria para poder pedir el taxi tranquilamente de regreso a la residencia. Sus padres no lo sabían, pero ¿de qué serviría decirles? Solo se preocuparían. Además, si les decía, quizás no comprenderían que ella tenía todo bajo control.
Sofía no era tan buena estudiante como Nataly, así que constantemente ella terminaba haciéndole sus tareas. Sabía que eso no era correcto, pero pensaba que era lo mejor para su relación, y así salvaría la carrera de su amiga. Además, Sofía estaba agradecida con Nataly, y el hecho de verse «apreciada» e «importante» en su vida era suficiente para ella. Sentía que eso la hacía ser «alguien».
Un día Nataly y Sofía fueron a hacerse un examen de orina. Como ambas eran deportistas, debían enviar sus resultados demostrando que estaban libres de sustancias dopantes, para pedir una beca universitaria. Estando en el laboratorio, Sofía le pidió que fuera ella quien diera la muestra. Nataly no quería, sabía que eso era engañar y le desagradaba la idea, pero se convenció que no hacerlo era arruinar la carrera de su amiga, y por tanto era mejor «ayudarle».
Los 17 – la fe
Con apenas una semana en la universidad, Nataly recibió una llamada de madrugada de parte de los padres de Sofía. Ella estaba en el hospital por una sobredosis. Ellos no se explicaban como una niña tan buena como Sofía tenía problemas con las drogas. ¡Hasta había demostrado hace poco con exámenes que estaba limpia!
Tan pronto como le permitieron recibirla, Nataly llegó al hospital y pudo ver a Sofía mientras dormía. Los padres le pedían que les dijera todo lo que supiera acerca del problema de su hija. Nataly no sabía qué hacer: si les decía la verdad sería desleal hacia Sofía, pero ocultársela podría ser peor.
Les dijo la verdad. Les mencionó que ella había dado la muestra para los exámenes de Sofía, y que cada semana iban juntas a una discoteca donde se divertían solo un poco para desestresarse de los estudios. Ella trataba de cuidar a Sofía pidiendo el taxi de regreso y ayudándole a completar sus tareas. Nataly estaba preocupada por Sofía, pero estaba convencida de que había hecho lo mejor que podía por ella y de que sus padres se lo agradecerían.
Pero los padres de Sofía no parecían agradecidos por su cuidado hacia su hija. Es más, estaban espantados al darse cuenta de todo lo que salía de la boca de Nataly. Y aunque al principio creía que ellos estarían contentos de lo buena que había sido, mientras hablaba se daba cuenta que sus mejores deseos no habían sido suficientes.
Por primera vez se daba cuenta que aun cuando ella pensaba que estaba haciendo algo bueno, estaba haciendo algo malo. Por primera vez en su vida experimentaba la culpa. Por primera vez se veía mala. No solo todos los que conocía se equivocaban, ella también. Había confiado que era una buena persona, pero no lo era.
Se despidió de los padres de su amiga y regresó avergonzada para buscar un taxi de regreso a la residencia. Iba con los ánimos por los suelos y su mente en blanco. Tenía una mezcla de sentimientos de desdicha, culpa y falta de pertenencia.
Camino de vuelta, el taxista cantaba con mucha alegría «Dios hace a los malos buenos, Cristo Jesús es suficiente».
—¿Dios puede hacer a los malos buenos? —preguntó.
—Claro, en eso mostró Dios su amor: en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Estas palabras dieron vueltas en la mente de Νataly todo el día. Ella no se veía buena, y entre más lo consideraba, más se daba cuenta de que no era solo el evento con Sofía. Siempre había querido ser aceptada y amada, y había hecho lo que fuera con tal de percibirse así; pero había sido mala, solo que pretendía ser buena y no se daba cuenta de su propia maldad. Cuando alguien le mostraba cariño o aprobación ella se sentía segura, pero esto solo la había llevado a un sentido falso de propia rectitud.
Oró a Dios, oró a Jesús: «Sé que no me puedo limpiar a mí misma, pero entiendo que tú eres bueno y me puedes transformar. Límpiame de mi maldad».
Los 18 – la paz
Nataly se sintió perdonada. Nataly supo que Dios la amaba, no por lo bueno o malo que ella había hecho, sino porque lo que Jesús había hecho era suficiente. Ella comprendió que Jesús era importante, pues su sacrificio demostraba que ella era amada.
Nataly comprendió que ella podía sentirse amada y segura, no por lo que hacía o porque otros le demostraran afecto, sino porque se sabía amada por Dios, porque el sacrificio de Jesús le recordaba su gracia y su gran afecto por ella.
Nataly sabía que su propio estándar de justicia no sería suficiente, tendría que cambiar su forma de pensar. Necesitaría seguir a Jesús cada día. Ella no sabe qué le espera, pero sí sabe que solo necesita seguir a Jesús.
Algo similar le pasó a uno de los doce discípulos de Jesús. Cuando Jesús encontró a Natanael, le dijo: «Natanael, un hombre en quien no hay engaño». Pero Natanael necesitó aprender a no confiar en su propia justicia, sino en la de Jesús. Natanael necesitó aprender a seguir a Jesús y a recibir su aprobación solo de él.
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