El poder de un nombre

Foto por Maddy Morrison

Foto por Maddy Morrison

Serie: Discípulas de Jesús

Por Keila Ochoa Harris

La lluvia cae sobre el techo de lámina como si alguien lanzara pequeñas pelotas contra él. El frío se cuela por la ventana con grietas. Valeria Judith Clementina se cubre hasta la barbilla, con una manta que huele a humedad. Las gotas de lluvia caen con más fuerza, provocando que el ruido se vuelva ensordecedor.  

La puerta principal se abre. Valeria escucha las voces de sus padres del otro lado de la cortina. Su pequeña casa es en realidad un solo cuarto largo dividido por cortinas que componen tres habitaciones: una para su hermano, una para sus padres y la suya.  

La voz distorsionada de su padre le comunica que ha bebido otra vez. ¿Cómo puede alguien amar y odiar al mismo tiempo a otra persona con tal intensidad? Valeria se muerde el labio mientras escucha los reclamos de su madre. Ella trabaja todo el día en una lavandería para mantenerlos, mientras que su padre se va y se gasta todo en alcohol.  

Valeria se pregunta si su hermano estará escuchando música con los audífonos como acostumbra. Eso espera, así no tiene que oír la misma letanía de siempre. La tormenta aumenta, así que las voces se diluyen y Valeria cierra los ojos. No puede evitar que las lágrimas mojen sus mejillas.  

«Señor, ayúdanos». 

*** 

¿Valeria? Mi mejor alumna, si me lo pregunta. No soy la maestra más popular en la preparatoria, dado que doy la clase de Matemáticas y, como usted comprenderá, muchos piensan que es una carrera para varones, no para mujeres. Pero personas como yo, y como Valeria, los desmentimos.  

Esa niña tiene una curiosidad insaciable por los números. A las personas como nosotras nos gusta resolver problemas y hallar una solución para todo, y de esa forma darle un poco de sentido a este mundo confuso y desequilibrado. 

Tener control sobre algo, como un problema de álgebra, nos trae paz, ya que las complicaciones de nuestra vida están fuera del alcance de nuestras manos. 

Verá, la vida de Valeria no es sencilla. Su padre es alcohólico. Lo he visto en la calle dando tumbos, después de una de sus fiestas. Son bastante pobres, pero Valeria lo oculta bien. 

Decidí trabajar en una escuela pública y no me arrepiento. Estoy aquí por personas como Valeria. Todos merecemos una oportunidad. En cualquier estrato social hay mentes brillantes como la suya. 

*** 

Valeria Judith se pone el uniforme y se observa en el espejo. Su padre da ronquidos desde el fondo de la casa. Su hermano ya se ha ido a la secundaria donde estudia. Su madre salió temprano al trabajo. Los jueves Valeria Judith Clementina entra un poco más tarde.  

Sus padres le dieron tres nombres como si uno no fuera suficiente. Querían honrar a las dos abuelas, la materna y la paterna, pero su padre insistió en añadir Valeria. «Tus nombres significan algo», le dijo.  

Judith planea investigar los significados de sus nombres porque sus padres, en realidad, no se han dado a la tarea de hacerlo y ella lo ha ido postergando, quizá porque el tiempo no le sobra. Desde los siete años, después de la escuela, se encarga de atender la casa. 

Calienta lo que su madre deja para comer. Lava los trastes. Barre y trapea. Atiende a los dos perros y los tres gatos, que no son los mismos cada año, pues los animales no viven para siempre. Por alguna razón a su madre le trae consuelo tener animales, pero Judith no está tan segura de su elección.  

A los siete años, en la escuela primaria, una niña dijo algo que la marcaría para siempre. 

«Hueles a pobre». 

Le había apuntado con el dedo índice provocando que Judith se sonrojara y agachara la vista. 

¿Cómo olía la pobreza? ¿Serían los animales? ¿Sería porque no lavaban la ropa muy a menudo por la carencia de agua o que no tenían una lavadora que hiciera todo el trabajo? 

Por eso Judith se compra perfumes de imitación para esconder ese olor que ella misma no percibe, pero que debe cubrir ante los demás como si de eso dependiera su vida. Así que se contempla de nuevo en el espejo y se rocía más loción. 

«Señor, que huela bien».  

*** 

Los maestros le dicen Valeria, pero nosotros Judith. Es callada en clase, pero siempre está allí, es decir, no falta. Uno sabe que puede acercarse para pedirle la tarea o preguntar por las fechas de los exámenes. Además, es buenísima en Matemáticas. Siempre saca buenas calificaciones.  

A mí me gusta. No se lo he dicho aún, pero es porque no me atrevo. Ella es diferente a las otras chicas. Salí ya con dos de sus compañeras al cine, pero no me atrevo a pedírselo a ella. En primer lugar, no sé qué tipo de películas le gustan. No es como que uno pueda decir malas palabras frente a ella. De algún modo, uno se siente mal haciéndolo.  

Por otro lado, es tan tímida que quién sabe cómo responda. Sus amigas dicen que nunca ha tenido novio. Yo creo que es culpa de su papá. Todos sabemos que bebe mucho. Me da pena por ella. A pesar de todo, es ella quien siempre ayuda a los demás. 

Hace un año diagnosticaron a mi mamá con cáncer. Judith me anotaba las tareas y me mandaba mensajes de texto para recordarme los exámenes o trabajos para entregar. Supongo que fue entonces cuando me enamoré de ella.

También me mandaba textos de la Biblia. Leerlos me traía un poco de consuelo. Ella prometió orar por mí y supongo que funcionó. El cáncer de mi mamá está en remisión. Me gustaría presentarle a Judith y contarle que ella oró por su salud. Tal vez pronto la invite a tomar un café. Creo que sería menos amenazante que el cine.  

*** 

Por fin se han dormido los dos niños. Hilda, de cinco años, duerme boca abajo. Gustavo, de tres, se ha enredado en su manta, pero Valeria Judith Clementina tardó tanto en lograr que se durmieran que no se atreve a moverlos.  

Se va a la sala y se acuesta en el sofá. La señora Azucena y su esposo llegarán a media noche. Clementina se gana un poco de dinero como niñera de esa dulce pareja que conoció en la iglesia a la que asiste. La señora Azucena es pintora y a veces tiene exposiciones. Su esposo es contador.

Clementina se identifica más con la personalidad objetiva del esposo que con el carácter versátil de la señora Azucena, quien a menudo usa overoles con manchas de pintura. Su estudio, en el cuarto al fondo del patio, es un caos creativo, como ella le llama.  

A veces el corazón de Clementina amenaza con romperse cuando cuida de Hilda y Gustavo. En primer lugar está la casa, muy diferente a la suya, grande, amplia y con muchas ventanas que dejan entrar el aire fresco y que, con su cómoda sala y su chimenea, provee un acogedor refugio en días de neblina. 

Por otro lado están los cuadros en la pared que la señora Azucena colecciona. Si su padre no estuviera atrapado por el alcohol, quizá sería un pintor famoso. Cuando no está ebrio, su papá pinta casas. Toma brochas gruesas y cubre las paredes de blanco, ocre o beige.  

Cuando Clementina cursaba el preescolar, la directora le pidió decorar una de las paredes de un salón. Su padre pintó a Simba y Mufasa, los personajes de su película preferida. Todos alabaron su talento, pero él solo se encogió de hombros.  

En la iglesia le pidieron, y le pagaron, por decorar los salones de clases infantiles. Pintó el arca con los animales. Tardó más de seis meses, pues después de dos semanas de intenso trabajo, pasaba otras dos intoxicado. Clementina y su madre se morían de la vergüenza, pero ni el pastor ni los demás se quejaron. Aguardaron con paciencia esos seis meses. ¿Habrá sido por amor a ellas?  

«Señor, ¿te amo a ti? ¿O te amo y te odio como a mi padre? Te quiero, y mucho. Pero a veces no tanto. Te culpo por lo que le ocurre a mi papá. ¿Por qué no lo cambias?»

 *** 

Mis hijos la adoran. La apodan Clemen. Viene dos veces por semana y cuando tengo exposiciones. Se sienta a jugar con Hilda y con Gustavo en el suelo. La veo gateando por la sala fingiendo ser un caballo y le gusta leerles. 

Su padre es un hombre con talento, pero no comprendo por qué no puede dejar de beber. Va a la iglesia cuando está bien, pero no se ha entregado por completo a Dios. Solo Él puede quitarle esa necesidad que tiene por el alcohol.  

Por mi parte, yo cuido de Clementina. Mi esposo y yo vemos que es una buena estudiante. Ya hablé con su mamá, aunque no con ella. Mi esposo y yo queremos apoyarla para que entre a una buena universidad. Podemos ayudarla a conseguir una beca. 

Ella quiere estudiar algo relacionado con las Matemáticas, cosa que no entiendo. Pero no tengo que hacerlo. Después de todo me casé con un contador. Solo creo que tiene más talentos escondidos. Veo cómo convive con los niños y me impresiona. Estoy expectante de lo que Dios tiene planeado para ella. 

 *** 

Llueve de nuevo, como es típico en su ciudad. Valeria Judith Clementina se cubre con su paraguas, mientras que su madre abraza a su hermano. Los hombres cubren el ataúd de su padre con tierra húmeda y ella no puede derramar lágrimas. No aún.  

Siente la presencia de la señora Azucena y su familia a la derecha. Del lado opuesto han venido sus maestros del colegio y sus compañeros. Su maestra de Matemáticas la mira con sumo cariño. Julio le trajo flores y no le despega la vista.  

Ella solo desea despedirse de su padre. El amor ha vencido al odio. La noche anterior a su partida, rogó perdón a Dios, a su madre y a ellos. Valeria le creyó. Lo abrazó y también le pidió perdón: perdón por haberlo odiado tantas veces y por no haberlo sabido ayudar. 

Las personas de la iglesia cantan, pero la lluvia sigue. Algunos comienzan a desbandarse porque se aproxima una tormenta. Su madre la sujeta del brazo. Deben marcharse. Antes de subirse al taxi que los llevará a casa, la señora Azucena le pasa un trozo de papel. 

 «Me lo pidió tu padre» dice, y se aleja. 

 Ella abre el papel que contiene solo tres líneas y entonces se desborda en llanto. 

 Valeria, valiente

Judith, alabada

Clementina, compasiva

 Poco sabemos de Judas (alabanza) Lebbeo (corazón tierno) Tadeo (valiente) salvo los tres nombres por los que es mencionado en el texto bíblico. ¿Qué significa(n) tu(s) nombre(s)?


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