Escondido
¿Tendrá ídolos en su casa?
Por Laura Castellanos
Por supuesto que no tenía ídolos en su casa. ¿Qué clase de pregunta era esa? Pero los oficiales en la puerta insistieron. Existían dos opciones: que ellos buscaran o que ella confesara la verdad. Empezó a sudar frío.
—Denme un minuto —les rogó.
Entró a la cocina: limpia y reluciente; ni un solo nicho. Pasó al comedor: mesa y sillas, nada fuera de lo normal. En la sala: sillones y la pantalla. ¿Se consideraría eso un ídolo? Algunos lo verían así, pero en la lista de ídolos no figuraba como prohibido.
Siguió a los baños: nada fuera de lo común. En las otras recámaras no se metió: no le pertenecían. Finalmente llegó a su propia habitación. Libros, escritorio, armario, ropa, cama, almohadas y cuadros. Suspiró con alivio. Ningún ídolo.
Entonces sus ojos se desviaron al cajón donde guardaba su ropa interior. Una vocecita le susurró: «Mira allí». Ella titubeó. A punto de bajar las escaleras, se quedó helada en el primer escalón. Volvió corriendo y abrió el cajón. ¡Una estatuilla!
La tomó con dedos temblorosos. Se trataba de la figura de una mujer. Giró la estatua y, para su horror, ¡vio su propio rostro reflejado en el suave marfil! Al parecer, sí tenía un ídolo escondido.
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