¿A tu manera?

Foto por Paola Castillo

¿Cómo seríamos sin el amor de Dios?

Por Laura Castellanos

Hace poco leí en una noticia que una anciana trató de restaurar una pintura de Ecce Homo en un santuario de Borja, Zaragoza, España. Su intento fracasó. En lugar de un Cristo mirando hacia arriba, con facciones definidas y una corona de espinas, la anciana pintó prácticamente un dibujo infantil con un rostro deforme, cabello espinado y boca borrosa. Los curadores se infartaron. La mujer había destruido una obra maestra por hacerlo a su manera.

Del mismo modo, los seres humanos nos empeñamos con echar a perder la obra maestra que Dios hizo al crearnos. El pecado ha empañado esa imagen para siempre pero ese sello divino sigue en cada uno de nosotros. Aún más, si confiamos por fe en Jesús y creemos que Él es Dios y nuestro Salvador, Dios comienza a hacer la obra perfecta de restauración en la pintura de nuestra alma.

Poco a poco nos damos cuenta de que no somos ya esa pintura corroída por el moho y manchada por el pecado, sino que de esos trazos casi inservibles empieza a surgir un rostro, el de Jesús. Somos transformados a imagen de Jesús. Cada vez nos parecemos más al proyecto original que Dios tuvo en mente al crear al hombre en Edén.

Se cuenta de un predicador y escritor que vivía en Nueva York. Estaba preocupado por el conserje de su edificio que no quería saber nada de Dios. Aprovechó que el hombre pintaba cuadros en su tiempo libre, así que le pidió un retrato. El conserje aceptó. Tarde tras tarde el predicador posaba para el artista, quien no permitía que observara el producto.

Finalmente, el cuadro estuvo listo. El predicador clamó con horror cuando observó sus facciones con una expresión desprovista de toda buena voluntad. Frente fruncida, cejas arrugadas, una boca recta sin la menor compasión. El cuadro revelaba un hombre duro y amargado.

—Pero ¡este no soy yo! —exclamó.

El artista contestó: —Así es. El hombre que pinté es lo que usted sería si no tuviera el amor de Dios.

Tal como lo instruyó el artista, el predicador guardó la pintura en el armario. Así, cada vez que lo abría, recordaba lo que sería si Cristo no morara en él. Y por supuesto, fue el principio de una hermosa amistad y el conserje quiso saber más del amor de Dios.

Quizá la pregunta es: ¿qué tanto nos ha cambiado el amor de Dios? ¿Reflejamos lo divino más que nuestra humanidad caída? ¿Cómo va la restauración de la pintura de nuestra alma?

Que la imagen de Cristo aumente cada día más en cada rasgo de nuestro ser.


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