Un espacio sagrado

Foto por Norma Lilia Garrido Sánchez

Guarda tu cuerpo y tu mente

Por Laura Castellanos

Un lugar sagrado es un sitio geográfico considerado de gran importancia y valor espiritual para una confesión de fe o una comunidad espiritual. Pudiera ser un altar, un santuario, un templo, un monasterio, un convento, una abadía, un cementerio, un monumento, un árbol, una montaña, un bosque o incluso una cueva. 

Estos espacios son tan emblemáticos que nos ofendemos y molestamos si alguien los daña, los invade y los perturba. Cada cultura o nación los defiende a capa y espada. Por esa razón, muchos de estos sitios se convierten en museos o lugares protegidos, para evitar su deterioro. 

Un ejemplo es la iglesia de Santa Sofía en Estambul, que ahora que es una mezquita, ha sufrido más daños que en muchos años. El piso de mármol, que data de la época bizantina (más de mil quinientos años), ha carecido de limpieza y comienza a mostrar deterioros. 

No nos importa mucho lo que pase en otros recintos, como una tienda departamental o incluso un estadio, pero sí un lugar sagrado. Sin embargo, resulta curioso que olvidemos que nuestros cuerpos son espacios sagrados. Los corintios también lo habían olvidado, por lo que Pablo les preguntó con cierto enojo: «¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes, y les fue dado por Dios?» (1 Corintios 6:19, NVI).

Para Dios nuestros cuerpos son templos, lugares especiales. Él, principalmente, está en contra de toda forma de abuso. Nadie puede hacerte daño sin tu consentimiento. Hacerlo implica ir contra las leyes divinas y merecer un castigo. 

Sin embargo, el problema también está en que nosotras no creamos que nuestro cuerpo es un espacio sagrado y lo tratemos como un hotel de paso, una choza o un basurero. 

Pablo concluye: «Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio» (v. 19 y 20). En otras palabras, no podemos hacer lo que queramos con nuestros cuerpos porque Dios ya los hizo un templo. Su Espíritu mora en nosotros. Por esa razón, quiere que glorifiquemos a Dios con nuestros cuerpos, que los hagamos brillar como al oro de un santuario y que, por lo tanto, huyamos de la inmoralidad sexual, así como cuidamos un bosque del fuego y la contaminación. 

Y si nos preguntamos ¿cómo hacerlo? Recordemos que Dios nos ha dado una conciencia. No solo el Espíritu Santo nos dice qué está mal o qué es impuro, sino que nuestra propia conciencia lo sabe. 

Ninguna persona puede decir: «Yo no sabía que esto o aquello era malo». Una de las señales que Dios nos ha dado para saber si algo nos contamina es la vergüenza. Cuando hacemos algo mal lo ocultamos; lo hacemos de noche, cuando nadie nos ve.

Pero el deseo sexual es muy fuerte, ¿cierto? Quizá cuando estás con tu novio parece un fuego que no se puede apagar, algo que te hace querer más y más, algo que llena tanto tu mente que sólo puedes pensar en eso. ¿Qué hacer entonces?

Piensa en uno de los lugares más sagrados en el mundo: Jerusalén. Si la visitas, verás que hay soldados, muchos soldados. Su trabajo está en, no solo controlar el flujo de turistas y evitar que las distintas facciones se peleen, sino de proteger las piedras de los muros que son más antiguas que los que andan caminando por sus calles. Del mismo modo, protege y vigila tu cuerpo

Además, existen cordones que ponen límites a ciertos lugares. Si vas al Muro de las Lamentaciones te darás cuenta de que hay un lugar para mujeres y otro para hombres. No puedes cruzar las vallas. Del mismo modo, pon barreras muy claras que nadie pueda atravesar hasta que te cases. Y sé firme en decir «no». 

Finalmente, estos lugares sagrados se guardan de la basura. Verás muchos anuncios que dicen que no puedes ingresar con bebidas o alimentos, que no utilices el flash, que entres sin zapatos. Guarda tu cuerpo y tu mente de imágenes erróneas, de conversaciones impuras, de pensamientos incorrectos. 

¡Pero no es fácil! Por supuesto que no. Pregúntale a cualquier guardia que trabaja en un museo, un lugar sagrado o un sitio natural protegido por la humanidad. Te dirán que constantemente deben reprender a los que tocan lo que no deben tocar, quitan lo que no deben quitar, entran con lo que no deben entrar. Pasan días muy complicados. 

A los corintios, Pablo les dijo: «Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir» (1 Corintios 10:13, NVI). 

El más interesado en proteger tu espacio sagrado es Dios. ¿Sabías que puedes conversar con Él al respecto? Puedes acudir a Él y contarle de aquella persona que te dice cosas que te sonrojan y te incomodan, o del novio que está pidiendo cada vez más, o de esas sensaciones inquietantes que experimentas, o ese miedo que te produce alguien, o esas ganas que tienes de ver lo que no debes. 

Por supuesto que sientes vergüenza de siquiera mencionarlo o imaginarte diciéndoselo a Dios (o a otros). Como ya hemos dicho, nuestra conciencia nos alerta que algo está mal y esto nos hace callar. Sin embargo, Dios nos invita a acercarnos. Al contrario de lo que imaginamos, no nos va a rechazar, sino que nos quiere ayudar. 

Algunos lugares sagrados nos producen miedo. Los han hecho tan inaccesibles, tan costosos, tan restrictivos que preferimos no acercarnos. Dios, sin embargo, ha hecho lo contrario. Él, en Jesús, vino a hacer de cada piedra, de cada colina, de cada hogar que vistió un espacio sagrado. Convirtió un pueblo triste e insignificante en un sitio que hoy todos conocemos: Nazaret. 

Del mismo modo, tú importas, tu cuerpo importa, eres un espacio sagrado. Pero Dios también te ha dado acceso a su presencia, a su espacio sagrado, para conversar. Lee este último pasaje en silencio y digiere cada palabra de esta invitación. Luego, cuéntale a Dios todo lo que necesites descargar sobre el tema de tu cuerpo, el templo que Dios te ha dado, y encontrarás respuestas. Te lo aseguro. 

El escritor de Hebreos nos convida y nos asegura: «Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia (su perdón) y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos» (4:16, NTV).


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