Todo lo bello

Foto por Phil Eager

En esto piensen

Por Adai Boche

¿Sabías que puedes enviarle una carta a la Mona Lisa? Sí, por más descabellado que suene, en el museo del Louvre existe una sala, anexa a la sala principal, en la que se presenta una réplica de la Mona Lisa junto con un buzón donde se reciben cartas dedicadas a la obra de arte de Da Vinci

Aunque no se trató de un evento formal, el museo tomó la decisión de inaugurar este espacio como respuesta al fenómeno que se ha observado desde que la obra comenzó a tomar popularidad durante el siglo XIX. 

Incluso cuentan con un archivo exclusivo dentro de los documentos del museo, donde se conserva toda la correspondencia, ya que consideran que es muy valioso conservar el registro histórico de cómo este fenómeno se ha reproducido a lo largo de los años.

La popularidad de este buzón ha crecido tanto que hoy puedes enviar una carta por correo a la dirección postal del buzón desde cualquier parte del mundo. Dentro de las cartas que ha recibido la Gioconda, se encuentran poemas, canciones, confesiones de amor, elogios y más, todo esto inspirado por la belleza del retrato. 

Muchos expresan que han sido cautivados por el misterioso atractivo de la mujer retratada y que incluso han experimentado una conexión emocional profunda con esta pintura. Es increíble pensar como tantas personas de distintas nacionalidades y contextos se han conmovido hasta el grado de responder de una manera tan emotiva y personal. 

Este ejemplo nos muestra cómo lo que vemos y determinamos como bello puede tener un impacto profundo y transformador, puede cambiar cómo nos sentimos y cómo percibimos la realidad, nos forma y toma un lugar importante en quienes somos y cómo vivimos.

A pesar de que estamos en constante contacto con la belleza, nuestra concepción de ella se ha visto distorsionada por el contexto cultural actual, hoy pensamos en este concepto como algo subjetivo, utópico e incluso efímero, la consideramos una cualidad estética, pasajera y que no siempre resulta necesaria. 

Sin embargo, no siempre fue así, antes del periodo de la Ilustración tenía un significado mucho más profundo, se trataba de una cualidad del ser, una virtud. Filósofos como Platón y Aristóteles mencionaron que la belleza tenía connotaciones espirituales, ya que contenía en sí misma la mente del Creador. 

Posteriormente, teólogos como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, reconocieron a Dios como la belleza absoluta, el creador y fuente original de todo lo bello. En específico, Tomás de Aquino consideraba que lo bello es una de las cualidades del ser que aplican a Dios y que esa es la razón por la cual lo bello complace a la vista, porque refleja la armonía y claridad del Padre.

Es por eso que no fue casualidad cuando Pablo, en Filipenses 4:8, listó «todo lo bello» junto con toda la lista de virtudes dignas de pensarse. En este versículo, el apóstol usó la palabra griega prosphilé para referirse a lo que hoy leemos como «bello», «agradable» o «amable», dependiendo la traducción de la Biblia que usemos. 

Esta palabra tiene dos raíces que la componen: pros (hacia) y philo (amado, afectuoso, agradable). Si quisiéramos hacer una traducción literal del término sería: «hacia lo que es amado» o «lo que merece amor».

Aunque esta es la única vez en toda la Biblia en la que aparece la palabra prosphilé, en varias ocasiones se usan otras palabras derivadas de su raíz philo, normalmente para referirse a la relación de Jesús con nosotros como sus amigos o amados (Juan 15:13-15). 

Las definiciones actuales de la belleza nos han traído hasta un lugar de mucha confusión acerca de cómo debemos relacionarnos y acercarnos a ella. Todas tenemos diferentes ideas e historias relacionadas con el tema, tenemos áreas de orgullo pero también de dolor y derrota.  

La filosofía moderna junto con otras ciencias y disciplinas nos han hecho creer que la belleza es algo que tenemos que perseguir y alcanzar, algo subjetivo que depende de nuestra cultura, los ojos que miran, los gustos y preferencias de cada persona. Nos acostumbramos a relacionarla con la estética visual y sensorial y tratamos de amoldarnos a los estereotipos y estándares establecidos por los humanos. 

En esta carta, Pablo nos invita a pensar en lo verdaderamente bello, lo que es agradable, amable y querible, lo que es digno de amor y lo que proviene directamente del Padre. Esta definición abre el panorama a una verdad liberadora en la que la belleza no es subjetiva, no trae juicios ni vergüenza y tampoco se persigue. 

Al contrario, es un don que hemos recibido de parte de Dios, una forma en la que Él nos manifiesta su presencia y creatividad, una cualidad de la creación que nos invita a adorarlo y a conectar con Él. Es un recordatorio físico de su presencia con nosotros y un privilegio que se nos ha otorgado por haber sido hechos a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27).

Este tipo de belleza se puede expresar de distintas maneras y la podemos encontrar en muchos lugares, sin embargo, nunca pierde su esencia y propósito: nos invita a la adoración mientras refleja alguna cualidad de Dios. 

Hay belleza en el arte y la música, pero también en la obediencia, los actos de bondad, la amistad y la creación. Si bien requiere de intencionalidad, tener corazones atentos a la verdadera belleza no es una tarea difícil. Podemos cultivar este hábito con la práctica de la contemplación. 

Para ello podemos disponer de tiempos prolongados para practicar la contemplación o simplemente integrarla a nuestra vida diaria, pausando para responder ante las muestras de belleza agradeciendo en voz alta, elevando una breve oración, compartiendo con otros, pronunciando palabras de afirmación o realizando un acto de servicio.

También podemos cultivar la belleza divina en nosotras mismas. Para ello primero debemos rendir ante Dios las mentiras que hemos creído acerca de lo que consideramos agradable. En segundo lugar debemos aferrarnos a la verdad de que nuestra belleza viene del amor de Dios y del don que hemos recibido de su parte. 

Cultivar la belleza puede significar cosas diferentes para cada persona dependiendo de su etapa de vida, su historia y las mentiras que ha internalizado en su vida e interacciones cotidianas. 

Mientras que para algunos puede significar dejar de sobrepensar en su apariencia física y enfocarse en cultivar hábitos que reflejen el carácter de Dios, para otros podría ser poner más atención al cuidado de su cuerpo como forma de honrar lo bello que Dios ha creado. Sonreír más, pasar tiempo en comunidad, conectar con diferentes culturas o cualquier otro cambio al que Dios nos invite.

Dios nos creó con el propósito de traer gloria y honor a su nombre, cada una de nosotras fue meticulosamente diseñada para reflejar su belleza de una manera única. Él ha creado belleza en todos nosotros, es nuestro privilegio el poder reconocer y disfrutar de ella de las maneras en las que Dios nos ha llamado a hacerlo.

«Dios envía a cada uno de nosotros al mundo con una canción especial para cantar, con un mensaje especial que entregar, con actos de amor que otorgar. Nadie más puede cantar mi canción, nadie más puede entregar mi mensaje, nadie más puede otorgar mis actos de amor. Sólo yo puedo». —John Powell

El siguiente recurso de autoexamen puede ayudarte a integrar la búsqueda de la belleza en tu vida cotidiana. Puedes incluirlo en tu tiempo devocional diario o elegir hacerlo de forma semanal, mensual o en ocasiones especiales.

Toma el tiempo necesario para responder las preguntas de forma sincera y vulnerable, recuerda que no hay respuestas correctas o incorrectas y que este es un tiempo especial para conectar con Dios a través de la contemplación de la belleza. 

¿Cómo descubrir la belleza de Dios en mi día a día?

1. Descubre la belleza: ¿Dónde vi la belleza hoy/ esta semana/ mes/ temporada?

  • ¿En qué momentos específicos, situaciones inesperadas, personas (sus acciones, palabras, carácter), o en qué detalles de la creación (desde lo más pequeño a lo más grandioso) percibí o experimenté la belleza?

2. El Creador de todo lo bello: ¿Cómo se relaciona esta belleza con Dios?

  • Al contemplar esa belleza que identifiqué, ¿qué aspecto específico del carácter de Dios me reveló o me recordó? (Su amor, Su cuidado y provisión, Su infinita creatividad, Su poder y majestad, Su sabiduría, Su fidelidad, Su ternura, etc.)

  • ¿De qué manera esta experiencia de belleza me ayudó a entender o sentir un poco más Su presencia o Su invitación para mí hoy?

3. Mira hacia adentro: ¿Cómo respondí internamente?

  • ¿Qué emociones y sentimientos despertó en mi corazón este encuentro con la belleza? (ej. gratitud, asombro, paz, alegría, consuelo, esperanza, un deseo de adorar, humildad, etc.)

  • ¿Qué pensamientos o reflexiones surgieron en mi mente? ¿Me llevó a recordar alguna Escritura o promesa?

4. Adoración en acción: ¿Cuál fue mi respuesta externa o mi deseo de responder?

  • ¿Cómo respondí o deseé responder ante esta manifestación de Su hermosura? (Ej. ¿Elevé una oración de gracias en silencio? ¿Sentí el impulso de alabarlo con palabras o un canto? ¿Lo compartí con alguien? ¿Me inspiró a crear algo o a realizar un acto de bondad? ¿Me animo a decirle algo amable a alguien?).

  • ¿Considero que mi respuesta (o la ausencia de ella) honró a Dios como la fuente de esa belleza? ¿Hay algo que me gustaría hacer diferente la próxima vez?

5. Cultiva un corazón perceptivo: ¿Cómo puedo seguir creciendo?

  • Mirando hacia el día de mañana (o la próxima semana), ¿cómo puedo intencionalmente abrir más mis ojos y mi corazón para descubrir y apreciar la belleza de Dios en mi rutina diaria, en las personas que me rodean y en Su creación?

  • ¿Hay alguna actitud o distracción en mi vida que siento que me impide apreciar plenamente la belleza que Dios me ofrece? ¿Qué pequeño paso estoy dispuesta a dar para cambiarlo?

6. Refleja la belleza divina:

  • Inspirada por la belleza que Dios me muestra, ¿de qué manera puedo yo, con Su ayuda, ser un canal o reflejo de Su belleza (Su amor, Su creatividad, Su cuidado, Su paz) para las personas en mi vida hoy o en esta semana?

    ¡En todo lo bello piensa!


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