Mis sueños o ¿sus sueños?

Foto por Marian Ramsey

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Una solicitud de amistad en Facebook me cambió la vida

Por Erika Simone

A los veinticuatro años, estaba a punto de renunciar a mi trabajo como asesora académica y tenía muchos planes. Mi licenciatura en idiomas me permitiría trabajar por internet y viajar por todo el mundo. Amaba el canto. Quizás grabaría un par de discos o quizás, sólo subiría mis canciones a YouTube. Y era escritora. ¿Por qué no buscar una editorial que publicara mis novelas? Tenía toda una vida por delante y tiempo para llevar a cabo todo. 

Pero, Dios también tenía muchos planes y me cambió todo con una notificación de Facebook. La solicitud de amistad era de un misionero, joven, guapo y soltero. Había visitado a mi iglesia en meses recientes y lo poco que sabía de él me aseguraba que no hacia nada a la ligera. Si me había enviado una solicitud de amistad, tenía intenciones serias de conocerme. Efectivamente, después de intercambiar unos cuantos mensajes me pidió que saliera con él a tomar un café. 

¿El problema? Yo no tenía espacio en mis planes para un novio —sin importar lo guapo que fuera. 

Pero, yo confiaba en cuatro personas sabias, que conocían a Dios y querían lo mejor para mí. Así que, hablé con cada una.

Uno de los pastores de la iglesia me dijo que era muy buen chico y no tenía por qué decirle que no, pero no podía forzar algo que no sintiera.

Mi mamá me dijo que debía darle la oportunidad de conocernos, porque no me estaba pidiendo mucho, sólo un café. 

Mi hermano me dijo que había mucho que admirar de él y me preguntó por qué no saldría con él. 

Una amiga me dijo que parecía que el Señor estaba abriendo puertas en mi vida y yo parecía estar renuente a pasar por ellas. 

¡Nadie apoyó mis deseos, ni mis planes! 

De mala gana, acepté la invitación. Luego pasé una semana orando de manera ferviente que el Señor me ayudara a saber cómo explicarle que no me interesaba tener una relación en ese momento. 

Pero Dios no contestó mis oraciones. Sí me habló, con tres versículos que no tenían nada que ver con mi problema.

«No descuides el don que hay en ti…» en 1 Timoteo 4:14.

«Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti…» en 2 Timoteo 1: 6.

«Cumple tu ministerio» en 2 Timoteo 4:5.

El Señor me estaba indicando que Él quería que yo dedicara más tiempo a servirle. Me fue mostrando que mis planes eran para mi satisfacción solamente y no la suya. Él quería que yo ejerciera mis dones en la iglesia. Quería que yo cantara con los niños de mi clase bíblica. Quería que escribiera folletos evangelísticos y meditaciones devocionales. 

Me rendí ante el Señor. Cedí mis sueños y le pedí que Él pusiera en mi corazón los deseos que Él quería que yo tuviera.

Y esa oración, ¡sí la contestó! 

Porque llegó el día de la cita y conocí a un verdadero caballero, a un joven que creía que haríamos buen equipo en servicio para el Señor, a un hombre honesto que claramente me dijo que le interesaba conocerme y que estaba abierto a contestar cualquier pregunta que yo tuviera sobre él o su pasado, a una persona que me hacía reír.

Hablamos horas: en el café, de regreso en el coche, en el patio de mis papás, alrededor de la fogata que hizo mi papá esa noche…

Al prepararme para dormir, me di cuenta que el Señor había puesto en mi corazón otros sueños, Sus sueños. Me había revelado claramente Su voluntad y tenía paz acerca del futuro, una paz que me había hecho falta desde que había decidido renunciar mi trabajo. 

Había conocido al que sería mis esposo y, a su lado, haría lo que leí en Timoteo: usar mis talentos y cumplir con mi llamado.


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