Trece años en una fosa

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«Si no adoras a estos ídolos, tendré que matarte»

Por Ellie Gustafson

Gregorio nació en Armenia. Cuando su familia iba a ser asesinada, su nana que era cristiana huyó con el niño y lo crió en su fe. Cuando Gregorio regresó a Armenia, el rey, que era un familiar lejano, lo nombró secretario. Después de una victoria militar, el rey le dio a Gregorio la tarea de poner laureles y coronas en un templo pagano como agradecimiento a los dioses.

El joven rechazó la encomienda. 

El rey se enojó: «Si no adoras a estos ídolos, tendré que matarte». 

Gregorio se mantuvo firme. «Creo en Jesús y no puedo adorar a nadie más que al Señor Dios».

Furioso, el rey mandó torturar a Gregorio y lo echaron a una fosa profunda para morir.

Pero Dios tenía otro plan.

Una mujer supo de su situación y comenzó a darle comida y agua en una canasta. ¡Y lo siguió haciendo por trece años! También le pasaba información del mundo «allá arriba» de la fosa. Y Gregorio, como no tenía nada más que hacer, comenzó a orar por la nación y por las personas enfermas. La gente empezó a fijarse en este hombre que estaba en la fosa. Él oraba y ellos sanaban. 

Un día, después de trece años, el rey mismo se enfermó de gravedad y los médicos no podían hacer nada por él. Su hermana soñó con Gregorio y persuadió al rey de que lo mandara llamar. 

Fueron por él. Lo sacaron con cuerdas. Estaba sucio, con una barba larga y su rostro envuelto en un aura de luz. «Tú oras por la gente y ellos son sanados», le dijeron. «¿Puedes sanar al rey?».

Gregorio oró y el rey sanó. El monarca en agradecimiento mandó a Gregorio a evangelizar a todo el país. Liderados por Gregorio, los armenios destruyeron todos los templos paganos y construyeron Iglesias en esos lugares. Al poco tiempo, el cristianismo fue adoptado como la religión del país y así fue como Armenia se convirtió en la primera nación cristiana del mundo. 

¿De qué forma es tu fosa? ¿Te sientes abrumado por la oscuridad? Ve hacia arriba. La luz de Dios y su provisión en ocasiones llega de la manera más inesperada.

Como dice el salmista David: «Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso. Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová» (Salmo 40:1 al 3).


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