El horno de la pureza
¿Cómo salir purificadas?
Por Sheila Hernández Huerta
Si tuvieras dos piezas de plata ¿sabrías distinguir su pureza? La verdad es que a simple vista no. Para determinar su pureza se necesitan pruebas específicas. ¿Y en cuanto a la pureza de nuestra alma? ¿Existen maneras en que se pueda conocer?
Empecemos por definir la palabra. La Real Academia Española dice que «la cualidad de puro es integridad y limpieza». En latín purus (puro) y el sufijo – eza equivalen a «aquello que está libre o exento de toda mezcla de otra cosa».
El Nuevo Diccionario Bíblico Certeza refiere: «Que, así como se dice que el agua no adulterada es pura, y que el oro sin impurezas es oro puro, el corazón puro es el corazón no dividido, en el que no existe conflicto de lealtades, intereses».
La Concordancia Strong dice: «Es ser brillante, sano, claro no adulterado, incontaminado, inocente, santo, purificado».
Como ves, existen varios conceptos de pureza y todos coinciden en que es un estado de limpieza. Así que hoy te quiero contar la siguiente historia:
Soy Sandra, tengo 26 años y necesito platicar con alguien, contarle lo que siento, bueno en realidad lo que hago. Sin embargo, no me animo por miedo a que me juzguen y me dejen de hablar. ¿Será que soy la única que lo hace, o alguien más también lucha con lo mismo que yo?
Me da mucha pena contarlo; no sé qué pensarán de mí, pero hay ciertos días en que viene a mí un deseo sexual muy intenso, impulsos en mi cuerpo que me hacen muy débil, sensaciones corporales y pensamientos de tipo sexual, los cuales se convierten en el tema principal de mi día y solo pienso en eso.
Esto lo experimentaba desde muy pequeña cuando veía ciertas novelas o películas en la televisión, quedando con una sensación de sentirme sucia. Y me preguntaba: ¿Cómo es que, si desde niña siempre he asistido a la iglesia, siento lo que estoy sintiendo? En mi adolescencia en un campamento cristiano comprendí que solo Jesús podía perdonar mis pecados y toda mi maldad, recuerdo decirle: «Toma mi vida, es tuya». Debo reconocer que me olvidé de tal oración, hasta hace poco.
Pero aún a pesar de ello, mi sentido de suciedad aumentaba cada vez más, así que me atreví a contárselo a una consejera cristiana y me llevó a conocer muchas cosas que quiero compartir.
Arrancamos el proceso conociéndome.
Primero, me encargó poner atención más plena en mi zona interna, es decir, mis sensaciones corporales internas (en dónde y cómo las sentía), así como los sentimientos y pensamientos, los más intrusivos y recurrentes.
Así también observé lo que ocurría fuera de mí, es decir, mi zona externa, como las interacciones que tengo con las personas, cómo se dan. Esto no me resultó tan fácil, pero empecé a prestar más atención a mi ambiente.
Por último, analicé mi zona de fantasía, donde están mis sueños, mis ilusiones a futuro o el pasado. Por cierto, descubrí que la mayor parte de mi tiempo la pasaba justo en esta área.
El segundo paso fue ponerle nombre a lo que sentía, lo cual no me fue fácil. Me dolió reconocer ciertos deseos socialmente vergonzosos. En pocas palabras, entendí que me había vuelto presa de la lascivia.
La lascivia no es simplemente un impulso o deseo sexual, sino que va mucho más allá de la simple percepción del deseo. Es obsesiva y se daba en mis fantasías e imaginación con contenido inapropiado, convirtiéndose en una conducta depravada y quizá la raíz de muchas actividades sexuales pecaminosas que estaba realizando como la masturbación, la fornicación, y tristemente un aborto practicado. Sus efectos se acompañaban hasta la fecha de pesadillas nocturnas muy intensas y sentimientos de culpa, que me llevaron a distanciarme socialmente de amigos y personas importantes en mi vida.
Quise dejar este tiempo de consejería porque no me gustaba lo que estaba descubriendo, pero continué y tuve que enfrentar más fealdad.
A la lascivia le seguía la envidia, que surgía con palpitaciones del corazón y un entumecimiento en mi cuerpo cuando percibía que alguien me superaba y que era más bonita, más simpática y socialmente aceptada. A esta emoción la acompañaba el enojo hacia las personas con las que me relacionaba y se manifestaba en opiniones con alto contenido de crítica y menosprecio.
Cuando decía cosas hirientes, añadía a todo este coctel la culpa y el resentimiento, que se atrincheró en la amargura. Todo esto me llevó a terminar agazapada en mi cuarto, sola con mi celular y buscando consuelo. Y mi dispositivo inteligente no perdía el tiempo, estableciendo mi algoritmo, proponiéndome más y más placer hasta seducirme por medio de los ojos y buscar satisfacer placer rápido e inmediato.
Estos patrones de comportamientos se repetían constantemente, pero al irlos registrando en una libreta, aprendí a detectar las sensaciones fisiológicas y aprendí a detenerlas poco a poco. También empecé a cuestionar mis pensamientos.
Por ejemplo, comencé a analizar lo siguiente:
El ambiente: ¿Se compone de contenido altamente sensorial? Por ejemplo, evalué las series y películas que veo; mi grupo social, ¿fomenta pláticas lascivas y las normaliza? Para mí, el ambiente en que crecí me hizo pensar que los errores eran lo peor en esta vida. No podía equivocarme, así que para mí lo más importante era mantener una apariencia moral ejemplar. Y como adivinas, era solo eso, una fachada.
La búsqueda de identidad: ¿Quién soy? ¿Cuál es mi razón de ser en este mundo? Mi refugio estaba en mi zona de fantasía y en el soñar de manera erótica y romántica mi propia vida. Josh McDowell escribió: «Las fantasías lascivas se convierten en una savia que calma los temores e inseguridades». Como basé mi deseo de amor y aceptación en un chico, cuando esto no me satisfizo, me quedé en un vacío falto de emoción y sin esperanza.
La búsqueda de intimidad: La soledad es mala compañera; te lo puedo afirmar. El sentirme sola, abandonada y rechazada, en ocasiones por nimiedades, me llevaba a buscar en la zona de fantasía experiencias lascivas frecuentes y así cubrir mis necesidades afectivas de manera sensorial conmigo misma, aislándome de toda cercanía física y considerándola inútil en mi vida.
La fisiología: Los cambios hormonales también son todo un tema, por ejemplo, afectan tu edad (etapa de vida), tu ciclo menstrual, algún tratamiento médico y farmacéutico que estés llevando. Nadie nos enseña a estar preparados ante los tsunamis hormonales los cuales ocurren como parte natural de nuestra fisiología y que, de no conocerlos y reconocerlos, nos pueden dejar muy confundidas. En mi caso, todas mis amigas tenían novio menos yo, lo que me hacía comer en exceso alterando mi organismo.
Sin embargo, a pesar de cierto avance, todo se tornaba cansado y fatigoso. Lograba cosas a base de mucho esfuerzo. Y es que, como descubrí con mi consejera, la voluntad ayuda en decisiones sencillas, pero no puede desterrar patrones enraizados en el ser.
Mi alma necesitaba un rescate profundo y este llegó a través del salmo 66:
Él es quien preservó la vida a nuestra alma,
Y no permitió que nuestros pies resbalasen.
porque tú nos probaste, oh Dios;
Nos ensayaste (purificaste) como se afina (purifica) la plata.
Nos metiste en la red;
Pusiste sobre nuestros lomos
Pesada carga
Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza;
Pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste a abundancia. (9-12)
Mi alma se encontraba atrapada, pesada y lastimada. Sin embargo, Dios estaba preservando mi alma. Quería purificarme como a la plata, a pesar de todo lo vivido.
Conocer el procedimiento de purificación de la plata aclaró mucho la manera de interpretar lo que me estaba sucediendo, ya que en tiempos antiguos refinar la plata era ponerla dentro del horno a altas temperaturas para separarla de los diversos metales que se le adherían, así como de otras impurezas. Y una vez sometida al calor se utilizaban diversos agentes separadores, con la intención de purificar más y más, hasta que toda la escoria, impureza e imperfección brotaba hacia la superficie y el refinador la retiraba constantemente.
En aquellos tiempos, el platero se sentaba justo enfrente de la pieza que se estaba purificando, vigilando en todo momento la temperatura del horno, manteniendo sus ojos y toda su atención sobre ella, ya que, si se quedaba expuesta al fuego más de lo debido, las llamas la dañarían. Comprendí que el orfebre nunca se alejaba ni abandonaba la pieza, pues buscaba ver su rostro reflejado en la superficie para saber que estaba lista.
Entonces vi a mi Refinador, siempre vigilante y atento, a pesar de toda la escoria e imperfección que brotaba de mí. Los apetitos desordenados de mi carne debían salir y yo no podía salvarme de esta condición. Necesitaba a Alguien que lo hiciera por mí, y eso llegó a través del perdón.
La Palabra de Dios empezó a purificarme. Entonces comenzó un proceso mucho más interesante: ¡conocerlo a Él!
Como dijo Malaquías 3:2, Dios es el fuego purificador, el platero que se sentará a afinar y limpiar la plata. Proverbios 17:3 dice que la plata es para el crisol y el oro para el horno, pero los corazones solo tienen un lugar de purificación: el mismo Dios.
Si hoy, como yo, sientes que ya no puedes más con esos pecados silenciosos y humillantes que te dejan sintiéndote sucia, ven a Él. Busca un consejero o amigo cristiano que te acompañe y te ayude a indagar más en la Biblia para que recuerdes que su perdón es grande y suficiente. Sí, duele pasar por el fuego de la confesión y el arrepentimiento, pero duele más vivir en la prisión de la lascivia, la impiedad y la impureza. ¿Te atreves a dar el primer paso?
Descubre tres pistas