¿Cómo detectar la depresión?
Descubre tres pistas
Por Marisol Quintero
La depresión es una condición de salud mental que afecta a millones de personas en todo el mundo. Por mucho tiempo, en nuestras iglesias se ha evitado hablar del tema, por temor a ser criticados o señalados por nuestra «falta de fe». Después de todo, ¿no confiamos en nuestro Dios? ¿Por qué nos abatimos?
De hecho, la depresión es multicausal y no sólo se da por vivencias o recuerdos no procesados, sino también por situaciones neuroquímicas u hormonales. Por lo tanto, reconocer sus señales es crucial para brindar el apoyo adecuado a quienes lo necesitan. Te has preguntado alguna vez: ¿cómo detectar la depresión en tus seres queridos?
Uno de los primeros indicios de depresión es un cambio significativo como experimentar tristeza prolongada que puede durar semanas o meses, más allá de los altibajos normales de la vida. Así mismo, podemos encontrarnos pérdida de interés en actividades que antes eran placenteras, como hobbies, deportes o pasar tiempo con amigos y familia.
Una emoción que comúnmente se confunde es la irritabilidad, que son cambios de humor o frustración, incluso por cosas pequeñas que normalmente no causarían tal reacción. Cuando observamos esto en papá, mamá o un hijo, se puede recibir desde la incomprensión con frases como: «¿Por qué se pone así si todo se lo damos?» «Parece que tan solo nuestra presencia le molesta».
Una vez que se experimentan estas emociones desgastantes, se entretejen con sentimientos de culpa o inutilidad, donde la persona se empieza a sentir sin valor o culpable sin una razón clara, lo cual puede llevar a pensamientos negativos sobre uno mismo.
La depresión también manifiesta signos físicos. Por ejemplo, hay dificultad para dormir o por el contrario dormir en exceso y aun así sentirse cansado. Pérdida del apetito o comer en exceso, lo cual puede llevar a fluctuaciones significativas en el peso. Sentirse constantemente cansada, incluso después de dormir bien, y una falta general de energía, así como dolores de cabeza, dolores musculares o problemas digestivos.
Muchas veces podemos identificar que los hijos adolescentes o jóvenes evitan el contacto social, incluso con familiares y amigos cercanos. Prefieren estar solos y retirarse de las interacciones sociales. Así también, vemos que tienen dificultad para concentrarse, trabajar o realizar tareas diarias, lo que puede afectar el rendimiento laboral o académico. Esto muchas veces nos lleva a pensar que son holgazanes, apáticos y que no valoran la oportunidad del estudio.
¿Qué podemos hacer?
Si identificamos varios de estos signos en nosotras mismas o en un ser querido tomemos las medidas correspondientes.
Hablar abiertamente
Debemos esforzarnos por crear un ambiente seguro y de apoyo donde se puedan expresar las emociones y los sentimientos sin temor a ser juzgados.
Buscar apoyo profesional
Consideremos la ayuda de un profesional de la salud mental, como un psicólogo o psiquiatra para obtener un diagnóstico y tratamiento adecuado.
Acompañamiento a la persona afectada.
La empatía y el apoyo emocional son fundamentales para ayudar a alguien que está pasando por una depresión. Escuchemos sin juzgar y permitamos que la persona se exprese libremente, sin interrupciones ni juicios; recordemos validar sus sentimientos y dejarle saber que no está sola en esto.
Quizá nos preguntemos lo mismo que los discípulos: «¿A quién iremos? Pedro respondió: “Tú (dirigiéndose a Jesús) tienes palabras de vida eterna”».
En los momentos de duda o desesperación, podemos acudir a Jesús, ya que sólo Él tiene las palabras que nos dan vida eterna y verdadera esperanza.
Ante la tristeza prolongada, Dios nos dice: Isaías 41:10 (NVI): «No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa».
No estamos solos en nuestros momentos de tristeza. Él nos ofrece su fortaleza para superar cualquier dificultad.
En medio de la pérdida de interés, Dios nos habla a través del Salmo 23:3 (RVR1960): «Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre».
En momentos de desinterés o desmotivación, podemos confiar en que Él nos dará la renovación y la dirección que necesitamos.
Cuando atravesemos irritabilidad, debemos anclarnos a la promesa de Filipenses 4:6-7 (NVI): «No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús».
Podemos llevar nuestras preocupaciones a Dios en oración. Su paz, que trasciende toda comprensión, puede proteger nuestros corazones y mentes, brindándonos serenidad y fortaleza.
Cuando la culpa nos invada, jamás debemos olvidar lo que Dios nos dice en 1 Juan 1:9 (NVI): «Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad».
Podemos liberarnos de la culpa sabiendo que Él nos limpia de toda maldad, lo que también puede ayudarnos a encontrar paz y reducir la irritabilidad.
Detectar la depresión en el hogar es un primer paso para proporcionar el apoyo necesario. La comprensión, la paciencia y la acción pueden marcar una gran diferencia en la vida de una persona que está pasando por un momento difícil. Al estar atentas a los signos y saber cómo responder, podemos ayudar a nuestros seres queridos y a nosotras mismas a navegar por estos desafíos con mayor esperanza y apoyo.
Jesucristo es el ejemplo por excelencia de cómo actuar en medio de la dificultad. Él se llevó a sus más cercanos al Getsemaní, les pidió que velaran y oraran, pues su alma estaba muy triste. Además, profesó obediencia a la soberanía de Dios, acudiendo a Él en medio de la adversidad.
Busquemos siempre un apoyo integral en espíritu, alma y cuerpo, abordando nuestras necesidades con un consejero bíblico, un psicólogo, y un médico, que nos brinde la ayuda oportuna.
Sobre todo, recordemos que no estamos solos. Dios tiene el poder de sostenernos, como lo dice el Salmo 40:1-2 (RVR1960): «Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos».
Dios escucha nuestras súplicas y nos rescata de situaciones difíciles; Él es la base firme para nuestras vidas.
Descubre tres pistas