Un compromiso para toda la vida

Serie: Rumbo al altar

Por Esencia

Mi nombre es Andrea Hernández de Del Rivero y tengo 4 años y 5 meses de casada.

Conocí a Cristo a los 17 años, y aunque fue un parteaguas en mis decisiones amorosas, cometí muchos errores. Antes de conocer el amor de Dios, pensaba que necesitaba un novio para llenar mis huecos de soledad y falta de propósito. Y si no lo conseguía, cualquier ratito de romance con un chico me era aparentemente suficiente. Tristemente, terminaba más desilusionada y herida. 

Después, siendo cristiana, sabía que era importante tener una relación pura con otro chico cristiano y con intenciones al matrimonio. Llegué con esa mentalidad a esos noviazgos, pero ahora veo que realmente no entendía lo que significaba y que incluso alcanzando la mayoría de edad, aún era muy inmadura para tomar una decisión tan grande sin que influyeran en gran manera mis hormonas y emociones tan fluctuantes. 

¿Sabes cómo conocí a mi esposo? Pues no hay nada mejor como persona introvertida, que tener amigas extrovertidas que hagan amigos de la nada y te los presenten. Así conocí a Pepe, a los 19 años, pero no nos hicimos amigos hasta como cinco años después. 

Una amiga que también lo conocía, me comentó una vez: «He estado hablando mucho con Pepe últimamente y es muy divertido. Tiene un sentido del humor muy parecido al tuyo».

Como yo lo había conocido de lejitos, no tenía idea de cómo era su personalidad así que me ganó la curiosidad y lo saludé por Facebook. En efecto, coincidimos en el sentido del humor y empezamos a conversar por chat. 

Después empezamos a asistir a un estudio bíblico semanal y como el metro que él tenía que tomar rumbo a su casa me quedaba de camino, le daba aventón todas las veces. También se nos hizo costumbre ir al cine en grupo con más amigos casi cada semana o cualquier plan para convivir era bueno.

Nos hicimos muy amigos. Llegamos al punto de que era costumbre escribirnos en el chat todos los días. No podía faltar el saludo en la mañana, avisarnos cuando íbamos a comer o a una junta de trabajo y despedirnos antes de salir de la oficina. En el inter hablábamos de la vida, el cine, Dios, chistes, memes, pensamientos e ideas. Prácticamente hablábamos de todo. De verdad, éramos amigos sinceros, sin intereses amorosos.

Dos años después de esta dinámica, aceptamos estar locos el uno por el otro y que era el momento de dar un siguiente paso a la relación. Debo confesar que antes de esto, yo pensé que podíamos ser amigos por siempre. Una vez él me dijo que cuando tuviera esposa, ella sería su prioridad y para darle su lugar no podríamos ser tan amigos. «Entonces tendré que ser su esposa», pensé.

Fuimos novios por dos años y ocho meses, y fue mejor que cuando éramos solo amigos. Por primera (y única) vez pude vivir un noviazgo puro y con propósito, pues mis relaciones anteriores habían sido tóxicas y hasta abusivas. 

Nos fascinaba ir al cine y hablar por horas sobre la película y otros temas de interés. También servimos un tiempo juntos en un ministerio de la iglesia y convivimos con nuestras familias. Siempre estábamos riendo. Pocas veces discutimos y cuando sucedió era sobre temas importantes. Nunca peleamos ni nos gritamos ni pensamos terminar. 

Nuestra más grande crisis vino cuando perdimos ambos nuestros trabajos y tuvimos que esperar y ahorrar para casarnos. Pero ¿cuáles fueron las claves de nuestra relación?

En primer lugar, la abstinencia sexual. Fue por obediencia a Dios, pero más allá de eso, por convicción. Esto nos ayudó a cultivar un amor incondicional, profundo y firme, basado en el amor de Dios y no en nuestros frágiles corazones. Yo me sentía muy amada y segura al ver a mi novio respetar mi cuerpo, mis límites y la voluntad de Dios. Y aprovechamos cada momento juntos para divertirnos, conversar y conocernos con una conciencia limpia y paz para seguir adelante. 

También fue clave no poner nuestro noviazgo al centro de nuestras vidas. Aunque nuestros momentos juntos siempre eran maravillosos, fue muy enriquecedor para ambos tener tiempos individuales de aprendizaje, reflexión, crecimiento y descanso. Era elemental para nosotros no caer en una relación codependiente donde el uno se fusiona con el otro o que tuviéramos que estar todos los días juntos, haciendo las mismas cosas siempre. Fue vital tener nuestro espacio y dedicar tiempo a solas con Dios, con la familia, los amigos, el trabajo, los pasatiempos y demás. 

Por último, nos ayudó investigar las diferencias entre hombres y mujeres. Descubrir cómo nuestros cerebros están creados y cómo interpretamos el mundo de acuerdo a eso, nos ahorró muchos malentendidos. Un ejemplo que puedo dar es que el hombre, por lo general, no capta las indirectas de las mujeres cuando estamos enojadas. Ellos necesitan que seamos directas cuando algo pasa y que cuando nos pregunten: «¿Qué tienes?», no digamos: «Nada…», sino que seamos sinceras y hablemos las cosas tal cual las queremos. Así que ser transparentes en la comunicación, de ambas partes, ayudó a que nuestra relación fluyera con armonía. 

Quizá hoy tú quieres tener un novio. Creo que, aunque la adolescencia es la etapa en la que más queremos tener novio, es justo cuando menos preparadas estamos para tenerlo, y no me refiero solo a que somos inexpertas, sino que, literal, nuestro cerebro sigue desarrollándose. Y aunque nos cueste trabajo aceptarlo o entenderlo, aún no tenemos la madurez suficiente para afrontar lo que implica una relación amorosa sana, estable y duradera. 

Además de que, como las hormonas pueden estar por todos lados, es normal que nos guste un chavo hoy y la próxima semana otro y tengamos crushes por todos lados. Igual le pasa a los chavos. 

Por eso hay tantos corazones rotos y noviazgos tan cortos que al final nos dejan con la sensación de fracaso, y empezamos a creer mentiras como que el amor no existe, o que no debes tomar nada en serio.

Por eso, usa este tiempo para aprender a convivir con el sexo opuesto y conocerte a ti misma y a Dios de una manera muy intencional y constante, para saber qué necesitarás de una relación de amor en un futuro. 


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