En las buenas y en las malas
Serie: Rumbo al altar
Por Esencia
Mi nombre es Paola del Castillo Avendaño y en septiembre mi esposo y yo cumplimos 10 años de casados.
No vengo de una familia cristiana, así que mis estándares eran muy distintos a lo que Dios planeó para el noviazgo y el matrimonio
En la preparatoria, por ejemplo, anduve con un muchacho, pero fue un año muy caótico porque fue el tiempo en el que pasaron muchas cosas en mi casa en el terreno de la familia y la economía, aunque todo eso Dios lo usó para que yo llegara a conocerlo como mi Salvador.
Pero tardé en entender que tener un novio que no cree en lo mismo que tú solo se resume en problemas. Incluso en la universidad quería experimentar cosas y «salirme con la mía». Tenía una doble vida.
Entonces fui a un congreso de comunicadores cristianos en Acapulco con una amiga en 2005. Supongo parte del encanto del evento era Acapulco mismo. Durante la conferencia, compré unos productos de la empresa con la que venía Gil; unas libretitas, cachuchas con citas bíblicas, playeras, etc.
De regreso a la ciudad, me encontré con que uno de los productos tenía una cita que no estaba en la Biblia y mandé un correo para avisarles. De ese modo, Gil se robó mi correo para darme de alta en el MSN y ponerse a platicar conmigo. En ese entonces yo trabajaba por las mañanas así que después del trabajo nos veíamos, íbamos al cine, pero en las tardes yo todavía estudiaba en la universidad. Nos hicimos novios a los dos meses.
Nuestra relación tuvo que «madurar» en muchos sentidos. Primero, Gil era cristiano, pero no se reunía en una iglesia así que empezó a asistir a la mía. Los dos teníamos mucho para aprender y tomamos muchos estudios bíblicos juntos.
Yo cambié de universidad por influencia de Gil. Él me ayudaba muchísimo con mis tareas y estaba muy enamorado de mí. Pero yo al principio no estaba locamente enamorada de él. Seguía siendo una persona muy centrada en mí misma, mis necesidades, gustos y caprichos.
Hubo momentos en que nos herimos y peleamos mucho. Llegamos a pensar en separarnos definitivamente, pero volvimos con más fuerza y compromiso cuando nos dimos cuenta de que lo nuestro no era «un juego» o «una mentira», sino que teníamos que comprometernos a que funcionara y seguir buscando a Dios en ese proceso.
Empezamos a salir cuando yo tenía 19 años recién cumplidos y él 23, así que básicamente nos hicimos «adultos» ya con responsabilidades y deberes juntos.
¿Cómo supe que él era el indicado? Entre otras cosas, supe que con él podía servir a Dios de una mejor manera, porque nos complementamos bien. Él me conocía súper bien. Me había conocido en mi peor etapa en lo espiritual y había crecido conmigo. Entendía perfectamente quién era yo y aún así me aceptaba y amaba.
Además, antes de casarnos, me ofrecieron trabajar en el ministerio por lo que él debería ser el proveedor del hogar. Gil aceptó con el pleno conocimiento de lo que eso implicaba, pero además con mucho gusto al saber que yo estaría haciendo las cosas que Dios me había creado para realizar y cumplir Su propósito. Esta fue para mí una confirmación y poquito después nos comprometimos.
Te comparto algunas cosas que aprendí durante estos años de noviazgo y que espero te sirvan de consejo:
1. Nunca dejes de buscar a Dios. Sin Él, Gil y yo no estaríamos juntos.
2. No deposites en una persona las expectativas que solo Dios puede cumplir. A veces ponemos al «novio» como nuestro ídolo y permitimos que ocupe el lugar que solo le corresponde a Dios.
3. Busca que tu noviazgo apunte al matrimonio. Gil y yo pasamos demasiado tiempo a la deriva y sin tener eso en mente, por lo que perdimos mucho tiempo sin tomar en serio las cosas.
4. No empieces una relación muy joven. No tiene sentido comenzar algo sin la madurez que se requiere.
5. Busca ante todo la pureza.
6. Ten amigas cristianas más grandes de edad, tanto solteras como casadas, que tengan un buen ejemplo de vida. A mí me ayudó mucho ver que es posible encontrar al hombre correcto y tener matrimonios sólidos.
7. Busca que tus amigas te lleven a una relación más cercana con Dios. Yo tengo dos amigas que siempre me han «jalado» con cuerdas de amor hacia el Señor.
Doy gracias a Dios porque ese amor ciego, como cuando empezamos a andar, se fue transformando a un amor más maduro, ya sin ese velo rosa, que me recuerda incluso hoy que somos una pareja en las buenas y en las malas.
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