¿Se puede vivir sin Dios?

Foto por Armando Lomelí

¿Qué responderíamos a esta pregunta?

Por Sofía Luján

Vivimos una época de sequía en mi país. Así que cuando empezó a escasear el agua, cuidé cada vaso y cubeta que usábamos del tanque como si de eso dependiera mi vida, pero llegué a caer en la desesperación. ¿Cómo nos bañaríamos? ¿Cómo lavaría los trastes? La ropa se amontonó en los botes. El baño comenzó a oler mal. Justo cuando pensé que usaríamos la última gota, el servicio se restableció.

En esos días leí una carta de una misionera que vive y trabaja en Uganda. Cada mañana debía enfrentarse a un ciclo de preguntas: ¿Hay agua? ¿Hoy tenemos electricidad? ¿Funciona el teléfono? Las pequeñas frustraciones de cada día llegaban a ser monumentales, pero el colmo sucedía cuando en el mismo día despertaba con la trágica noticia: no hay agua, ni luz, ni teléfono.

Entonces reflexioné, si tuviera que decidir, ¿qué preferiría perder? ¿El agua? No lo recomiendo, después de mi semana sin el preciado líquido. ¿La electricidad? El solo pensar en tantos aparatos electrodomésticos que se han vuelto vitales siento escalofrío. ¿Comunicación? No imagino vivir sin celulares, teléfonos, ¡e Internet!

Aunque un mundo sin agua, sin luz, sin comunicación resulta estremecedor, creo que la peor tragedia del ser humano se resume en vivir sin Dios. Pues Dios, en su misericordia, es el dador del agua, de la luz y de la voz. Sin él, no somos nada.

Imaginemos a un hombre que decide que no necesita el agua. (Pensemos en la mugre haciendo costra en su cuerpo, el olor que despide su ropa y su cabello, las enfermedades que acarrearía por lo mismo).

Imaginemos a un hombre que decide que no necesita la electricidad. (Prefiere las sombras, se oculta en los rincones, sus ojos empiezan a perder visión ya que se esfuerza por no tropezar en las tinieblas).

Imaginemos a un hombre que decide que no necesita comunicarse. (Vive solo, se preocupa únicamente por sí mismo, su mundo se empequeñece).

Ahora imaginemos a un hombre que decide que no necesita de estas tres cosas (agua, luz y comunicación). Pintemos el cuadro de este hombre y nos acercaremos un poco a la realidad de cómo es un hombre que piensa que no necesita de Dios.

Cuando nos apartamos de Dios, aunque seguimos respirando, vivimos en la mugre de nuestro pecado, en la oscuridad de nuestras decisiones y en la soledad de nuestro egoísmo.

Pero Jesús vino para darnos el agua que nos limpia. Jesús es la luz que ilumina el camino. Jesús es la voz que nos habla a través de la Biblia. Podemos vivir, porque sí podemos, sin agua, sin electricidad y sin teléfono. Pero no podemos vivir sin Dios. Vivir sin Él implica morir lentamente hasta la eternidad.

No existe nada más indispensable que Dios en nuestras vidas. Entonces, ¿por qué transitamos este sendero llamado vida sin darle importancia a nuestra necesidad primordial?

Como bien dice el dicho: «Nunca sabes lo que tienes hasta que lo que ves perdido».

No le damos la importancia debida al agua, hasta que abrimos la llave y no cae una sola gota. No le damos la importancia debida a la electricidad, hasta que el foco no enciende. No le damos la importancia debida al teléfono, hasta que se acaba el crédito. No le damos la importancia a Dios, pero cuando llegue el momento, sentiremos su ausencia con el dolor más profundo que un ser humano puede experimentar y, tristemente, será demasiado tarde.

No hay verso más funesto en la Biblia que aquel que menciona que un día se manifestará el Señor Jesús desde los cielos para dar su pago a los que no conocieron a Dios, a los que creyeron que no lo necesitaban, y ellos «sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tesalonicenses 2:9).

Que no sea nuestro caso.


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