Milagros y temores
Ambos son parte de la vida
Por Tere Guerrero González
Aunque la Navidad trae consigo luces, olores, sabores exquisitos, adornos, regalos, reuniones familiares y de amigos, en la Biblia leemos sobre personas de carne y hueso que experimentaron un abanico de emociones, entre ellas, el temor.
Zacarías, un sacerdote muy piadoso y casado con Elizabeth, la prima de María, ya era un anciano. Para colmo, su esposa no era joven y sufría de esterilidad. Esto les había traído gran tristeza pues las mujeres que no engendraban hijos no tenían ningún valor social.
Lucas 1 narra cómo Zacarías, al estar ofreciendo incienso en el santuario del Señor, recibió la visita de un ángel y sintió un gran temor. El ángel le anunció que sus oraciones habían sido escuchadas por Dios, y que Elizabeth daría a luz a un niño que debían llamar Juan. Zacarías en su interior dudó sobre lo que el ángel anunciaba. ¿Sería posible?
Debido a su incredulidad, Zacarías fue castigado con la mudez hasta que nació su hijo. Su temor reflejó una falta de fe en el milagro que Dios iba a realizar en sus vidas. Lo mismo nos puede pasar a ti y a mí. Quizá nuestros miedos nos paralizan y no creemos poder aprobar un examen, o llevarnos bien con nuestros padres, o sanar de una enfermedad. Nos quedamos mudas cuando Dios nos dice: «Yo puedo».
Por otro lado Lucas 1 nos narra cuando el ángel Gabriel se le apareció a María, una humilde joven virgen de Nazaret, para anunciarle que había sido elegida por Dios para ser la madre del Mesías. El ángel la saludó con palabras de bendición y favor. Sin embargo, María se turbó por las palabras del ángel. Era lógica su duda acerca de cómo llegaría a ser madre, ya que nunca había tenido contacto íntimo con un varón.
A pesar de su temor, María respondió con fe y sumisión: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mi según tu palabra». En ese momento María demostró su aceptación y obediencia a la voluntad de Dios, aún sin comprender completamente el plan divino y sabiendo que la ley judía mandaba apedrear a una mujer adúltera. ¡Su vida estaba en peligro! Pero decidió confiar ciegamente en Dios.
María, como un ser humano falible, seguramente no acabó de comprender la dimensión del plan de Dios para su vida, pues fue la madre terrenal del Salvador del mundo.
Es probable que nosotras tampoco tenemos idea de la magnitud de la salvación tan grande que Jesucristo obró a nuestro favor.
Tanto Zacarías como María recibieron un hermoso regalo: un hijo. Ambos se llenaron de temor ante el mismo ángel que les dio el anuncio. Sin embargo, los dos actuaron distinto.
Zacarías dudó del poder de Dios; María confió sin exigir garantías.
Dios hoy te ofrece algo también: una vida llena de milagros o cosas asombrosas. ¿Cómo reaccionarás?
Cuando estás en una encrucijada, donde no le ves ni pies ni cabeza al problema, humanamente te llenas de temor y ansiedad. Pero si estás dentro de la voluntad de Dios y buscas agradarlo, mantén una expectativa grande de lo que Dios puede hacer por ti y a través de ti.
No te quedes muda. Sólo di: «Aquí estoy». Y recuerda que todo milagro surge de un problema que no tenía solución desde el punto de vista humano.
Ambos son parte de la vida