Spurgeon y la depresión
Aprende del ejemplo
Por Keila Ochoa Harris
Algunos sufren melancolía desde la infancia, como él. Otros luchan contra enfermedades que duran más de un mes, como la gota, el reumatismo y la inflamación de los riñones, como él. Quizá algunos atraviesan un trauma. Por ejemplo, él jamás olvidaría ese fatídico 19 de octubre de 1856 cuando, dentro de una iglesia, se escuchó el grito de fuego. Ante el pánico, la gente salió en estampida y siete personas murieron. Él jamás olvidaría ese incidente, pues él era el pastor que predicaba esa tarde.
La soledad tampoco ayudaba, ni que su esposa pasara más tiempo en cama que fuera de ella, por las muchas enfermedades que la atacaban. ¿Y qué del trabajo mental por tanto estudio que lo dejaba agotado? ¿O de la fama que en lugar de llenarlo de alegría lo tumbaba a lo más bajo?
No podemos olvidar los fracasos o el mismo clima que durante el invierno lo hundía en la miseria. Además, los nervios lo traicionaban en los momentos más complicados, como cuando tuvo una crisis y tuvo que bajar del púlpito. A todo esto, añadimos las controversias que rodearon su trabajo, los amigos que lo abandonaron, las críticas que lo perseguían.
Se le llamó el «príncipe de los predicadores», pero bien pudo haber sido el «príncipe del dolor». Charles Spurgeon escuchó a los quince años el texto de Isaías 45:22: «Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más», y desde entonces puso sus ojos en Jesús hasta su último aliento.
Criado por su abuelo puritano, amante de los libros y a pesar de no tener una carrera universitaria, su amor por la Palabra de Dios y Dios mismo hizo vibrar a miles de personas durante sus predicaciones.
Su iglesia rural de cuarenta miembros creció a cuatrocientos. De New Park Street cambió al Tabernáculo Metropolitano que albergaba a diez mil personas. También fue un autor prolífico, padre de dos chicos y alguien que abrió sesenta y seis instituciones y obras benéficas como orfanatos, asilos y ministerios en la calle.
Si hubiera vivido hoy y tenido una cuenta de Instagram quizá sus seguidores se contarían en miles o millones, pero Spurgeon, quien ciertamente tuvo mucha fama en su época, probó de primera mano la melancolía, la que hoy llamaríamos depresión. De hecho, médicos modernos han sugerido que pudo haber sufrido un trastorno bipolar, o que la medicina moderna hubiera podido calmar algunos de sus síntomas.
Spurgeon, sin embargo, nos dejó mucha sabiduría para aprender a combatir los dolores del alma, y no hay nadie como él para recordarnos algunas verdades que haríamos bien en traer a nuestras mentes cuando pasemos por los oscuros días de la tristeza profunda o la depresión.
En primer lugar
Spurgeon nos recuerda que cuando más débiles nos sentimos, podemos perder toda proporción de realidad y lamentar no ser grandes o valiosos en este mundo. ¿Las buenas noticias? Jesús es un experto en la debilidad. Me pregunto cuántas noches Spurgeon lloró y se sintió con ganas de morir. Durante meses tuvo que guardar cama, mientras que su anhelo era estar detrás del púlpito predicando. Sin embargo, supo que Dios no lo dejaría solo, y que, si bien había días que se sentía más pequeño que el grano más diminuto, para Dios era importante.
«Tú eres igual de justificado que Pablo, Pedro, Juan el Bautista, o el santo más importante que haya en el cielo. No hay diferencia en esta materia. ¡Oh! Toma coraje, esfuérzate y alégrate».
En segundo lugar
Spurgeon reconoció que una de las razones por las que la profunda tristeza viene al alma se debe a que probablemente no oramos como antes. Spurgeon comparó el descuido de la oración con un hombre gordo que quiere vivir todo el tiempo de su grasa. Cuando yo misma atravesé la «noche oscura del alma», en palabras de Juan de la Cruz, la oración me regresó a Dios, a su abrazo y a su consuelo.
«Cuando un hombre ora, envía un barco al cielo, y vuelve cargado de oro; pero si él deja la súplica, es como una nave que está detenida por mal tiempo, se queda en casa y por lo tanto no es de extrañar que dicho hombre se empobrezca».
En tercer lugar
Spurgeon nos remonta a la escena en que el pueblo hebreo construía el templo después del exilio. Mientras los israelitas veían los cimientos echarse y las primeras paredes surgir de la nada, lamentaron su falta de esplendor, a comparación del hermoso templo de Salomón. Pero Zacarías los exhorta a no menospreciar el día de los pequeños comienzos o el día de las pequeñeces. Quizá sentimos que nuestra fe es pequeña, nuestros intentos modestos, nuestra vida diminuta. Las comparaciones con los lujos salomónicos nos desaniman, pero no debe ser así.
«Dios te ha mirado a pesar de que tienes poca gracia, poco amor, y poca fe. Él no te ha despreciado por ello. No, Dios está siempre cerca del santo débil».
Al final de cuentas
En los días más complicados de Spurgeon, sobre todo después de que se separó de muchas iglesias de su denominación por diferencias profundas, o cuando la enfermedad o las presiones lo tumbaban en cama, Spurgeon se aferró a lo que prometió desde que tomó el púlpito la primera vez: todo gira en torno de Jesús. Jesús se convirtió en el tema de su predicación. Jesús ocupó el centro de su vida e incluso de sus días de dolor.
¿Por qué? Porque estaba convencido de su amor, su cuidado y su protección, y reconoció que no había ningún otro nombre en el que el hombre pudiera ser salvo, y en esos días de dolor, aun cuando Dios no parecía estar tan cerca, supo que ahí estaba. Así que concluyo con estas palabras del sabio predicador para que, si hoy estás pasando una noche oscura, pienses en lo siguiente:
«Hoy cuando fui a mi casa, vi una niña bastante pequeña en la plaza y pensé: "El padre o la madre deben estar cerca en algún lugar". Y en verdad el padre estaba detrás de un árbol, pero yo no lo había visto. Yo estaba seguro de que no podía estar sola allí. Y cuando veo a un hijo débil de Dios, estoy seguro de que Dios el Padre está cerca, observándolo con ojos vigilantes, y teniendo un esmerado cuidado debido a la debilidad de su hijo. Él no te despreciará si estás descansando en su promesa. El pobre y el humilde pueden estar seguros (pues así está escrito en la Biblia) de que Dios nunca los dejará».
Bibliografía: Spurgeon, Charles. ¿Cómo vencer la depresión?, edición Kindle.
Sigue el ejemplo