Modo avión

Foto por Gilberto López

No aprovechamos el potencial con el que fuimos creados

Por Denisse Esparza

Elige ventana. Es lo primero que digo cuando me entero de que alguien se subirá a un avión. Es que viajar es de mis actividades favoritas, no sólo por conocer otros lugares, sino por todo lo que conlleva planear y pensar en un viaje. Así que siempre que puedo, me subo a un avión y elijo la ventanilla. Sé que hay a quienes no les gusta, pero a mí me hace sentir que la experiencia lleva un rumbo perfecto. 

Una vez sentada, espero las indicaciones de emergencia; siempre son las mismas, hasta puedo decirlas de memoria. 

Una de ellas es que durante el vuelo debo mantener mi teléfono en «modo avión», lo cual no me gusta porque las funciones de mi celular están limitadas. Nada más puedo escuchar la música que tengo guardada. Previamente necesito descargar los libros que quiera leer o las películas que quiera ver. No puedo llamar y, a menos que pague, no puedo navegar en internet ni entrar a mi Instagram, y si me conocieras, sabrías que es mi red social favorita. 

Así es, soy fan de Instagram (IG). Sé que la gente mayor preferirá Facebook; los más peques dirán que TikTok o BeReal; pero si hoy puedo darte otro dato random sobre mí, diré que amo Instagram. Es más, si entras a mi perfil encontrarás que hasta cada post está armoniosamente acomodado siguiendo este patrón: foto, foto, foto, foto, frase, foto, frase, foto, frase, y vuelve a empezar. 

Me gusta IG porque puedo platicar con gente sin estar necesariamente en la misma ciudad. Puedo saber de mis amigos y ver qué están haciendo. Encuentro mucho contenido, interactúo, publico lo que se me antoja. Además cuando ya no quiero interactuar con alguien, dejar de hablarle es tan fácil como simplemente cerrar la conversación. En serio, ¡es genial! 

Hace unos meses subí una historia de mi viaje al desierto, esta vez no fue en avión, sino terrestre porque está muy cerca de donde vivo (es de las últimas fotos en mis highlight de «Trips»). Me encuentro sobre una tabla de sandboard en las Dunas de Samalayuca, un lugar hermoso en medio del desierto de Chihuahua, al Norte de México. Si ves la foto, pensarías que soy la mejor en esa actividad, ¡me veo increíble! Pero como bien dicen por ahí: «Detrás de una foto, la historia continúa…», y aunque me divertí muchísimo, te confieso que ese viaje fue todo menos genial

Por una cuestión de salud, se me complica bastante caminar en superficies no planas: ese día supe que la arena del desierto entra en mi lista de «pisos para no pisar». Subir las montañas de arena era pesado, el sol lo volvía todavía más incómodo y el viento elevaba la arena de tal modo que hasta nos nublaba la vista. 

Estos factores me hacían considerar si de verdad valía la pena llegar hasta allá; si lo que iba cargando realmente era necesario y si en serio había sido una buena idea viajar al desierto.

Una vez que estábamos en la cima de la enorme montaña de arena, comenzamos con la actividad recreativa de deslizarnos en las tablas de sandboard. Lanzarme en la patineta no era el problema: la cuestión eran las consecuencias que podrían significar para mí una mala caída. 

Gracias a Dios, no fui sola al desierto. Me acompañaron algunos de mis mejores amigos, y quizá no se dieron cuenta, pero me ayudaron mucho ese día: llevaron parte de mi carga, fueron mi apoyo para poder subir la montaña, me acompañaron para que no me lanzara sola, me cuidaron y me animaron cada minuto. 

También comimos juntos, platicamos, nos reímos y nos cubrimos de arena como nunca nos imaginamos; pero cada granito representaba también lo bien que pasamos ese día.

Te acabo de platicar algunas cosas sobre mí y mi experiencia de un viaje y tal vez puede ser aplicable para la vida. 

Vivimos en la era digital. Existen ventajas en la tecnología que nos dan oportunidades para interactuar con los demás en las redes sociales. Sin embargo, pienso que limitarnos al contacto virtual nos coloca como en ese «modo avión». En él no aprovechamos todas las ventajas de pertenecer a una comunidad y de interactuar cara a cara con amigos que nos apoyen y nos ayuden a crecer. 

En mi foto no encontrarás ninguna vulnerabilidad. Jamás te imaginarías que llevo prótesis en ambas cabezas de fémur, ni que se me dificulta mover mi pie izquierdo debido a una complicación en la cirugía donde desgarraron parte de mi nervio ciático. Mucho menos pensarías que es vital ser consciente de cada movimiento que realizo con mis piernas al caminar.

Si nada más tuvieras esa foto, fácilmente dirías que todo va excelente conmigo, pero no es toda la realidad de ese día, ni en mi vida diaria. Estoy segura, aunque tu Instagram muestre lo contrario, que tampoco lo es en la tuya.

Fuimos diseñados para relacionarnos personalmente 

Verás, los seres humanos necesitamos de los demás. Es una cuestión de diseño. El mismísimo Dios del universo nos pensó, nos diseñó y nos creó para relacionarnos. En la descripción de la creación (Génesis 1-2) podemos observar a este Dios creador y creativo, dándole orden y propósito a cada cosa, cuya frase final en cada párrafo es «…y esto era bueno»; incluido el ser humano, a quien dota de cualidades semejantes que nos capacitan para interactuar con Él y con los demás.

«Entonces Dios dijo: “Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, para que sean como nosotros. Ellos reinarán sobre los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, todos los animales salvajes de la tierra y los animales pequeños que corren por el suelo”» (Génesis 1:26).

Si sigues leyendo (Génesis 2), te toparás con otra declaración que Dios hace respecto al ser humano, dice: «No es bueno que el hombre esté solo…» (Génesis 2:18, énfasis añadido). Contraste importante, ¿no crees? Es la primera vez que Dios dice: «No es bueno», y yo sé que este pasaje es perfecto para esas ocasiones especiales como las bodas, pero me parece que refleja algo del corazón de Dios, porque le otorga un lugar importante al aspecto relacional. 

A partir de aquí, si avanzamos en la historia de la redención vemos que esta parte relacional es una constante. 

Nos topamos con Dios siempre dando el primer paso para relacionarse con su creación. Interactuaba con Adán y Eva, les daba tareas, indicaciones, cubría sus necesidades, intentaba hacerlos reflexionar (Génesis 2-3). 

Con Caín y Abel pasaba lo mismo: vemos a Dios conversando con ellos (Cap. 4); igual con Noé, a quién le compartió su plan y le dio instrucciones muy puntuales para construir el arca (Cap. 6-7). 

Con Abraham hasta hizo un pacto (Cap.15); algo similar le pasa a Moisés (a partir de Éxodo 3) y a los israelitas en el desierto con quienes vivía, estableciendo reglas y leyes para una mejor convivencia: ¿te has fijado que los diez mandamientos apuntan de manera implícita hacia una forma perfecta de relacionarnos con Dios (Éxodo 20:2-11) y con los demás (Éxodo 20:12-17)?

En el Nuevo Testamento vemos a Jesús (Mateo 1:23), Dios Hijo encarnado, por cierto el único que sí logró cumplir con los mandamientos, interactuando con seres humanos y conviviendo con grupos de amigos. 

Al llegar a las cartas de Pablo, hasta nos compara con un cuerpo donde nos necesitamos unos a otros (Romanos 12:4-8) y nos aconseja que no dejemos de congregarnos (Hebreos 10:25).

Esto no es solo una constante bíblica. En los libros de historia encontramos que todas las civilizaciones y sociedades se han organizado de tal forma, que revelan la trascendencia de las relaciones interpersonales. Somos seres limitados, pero nos complementamos porque así fuimos diseñados.

La falta de conexión personal tiene efectos negativos en la salud

Conectar con otras personas es una cuestión de diseño, por lo tanto, no hacerlo puede llegar a dañar nuestra salud. 

Hay un sinfín de estudios que aseguran que la falta de interacción social cara a cara afecta de manera importante nuestra salud mental, emocional y física. También aumenta el riesgo de deprimirnos, sufrir ansiedad(1) y dificultad para enfrentar situaciones estresantes(2).

Además, las enfermedades cardiovasculares se manifiestan con mayor probabilidad, porque nuestro sistema inmune se debilita(3), y, por lo tanto, nuestra calidad de vida empeora. 

Todo esto no lo digo yo, es la comunidad científica quien lo respalda. Y me parece muy lógico. Sucede incluso con cualquier objeto que no es usado para lo que fue creado, se desperdicia, y con el tiempo se echa a perder. 

Al mantenernos aislados, en ese «modo avión», no aprovechamos el potencial con el que fuimos creados. No funcionamos como fuimos diseñados y tarde o temprano empezamos a sufrir las consecuencias mentales, emocionales y físicas. 

Pertenecer (o no) a una comunidad impacta nuestra espiritualidad

Además de que nuestra salud se puede ver gravemente comprometida, no contar con una comunidad para interactuar personalmente también trae consecuencias espirituales importantes. 

Nos perdemos de animarnos unos a otros y ayudarnos a ser mejores. Rodearnos de amigos y convivir con ellos personalmente nos permite desarrollarnos de una mejor manera, nos hace crecer. «Así que aliéntense y edifíquense unos a otros, tal como ya lo hacen» (1 Tesalonicenses 5:11)

Pertenecer a una comunidad nos regala esa oportunidad de convivir, compartir experiencias, conocimientos, hasta poder adorar juntos. Además, nos ayuda a tomar decisiones más sabias, porque podemos pedir consejo y contrastar nuestras ideas con las de los demás. Vivimos en la era de la información, nuestro reto es poder identificar las verdades de Dios, aquello que realmente nos aporta,  y desechar lo que no nos beneficia.

«Entonces ya no seremos inmaduros como los niños. No seremos arrastrados de un lado a otro ni empujados por cualquier corriente de nuevas enseñanzas. No nos dejaremos llevar por personas que intenten engañarnos con mentiras tan hábiles que parezcan la verdad. En cambio, hablaremos la verdad con amor y así creceremos en todo sentido hasta parecernos más y más a Cristo, quien es la cabeza de su cuerpo, que es la iglesia» (Efesios 4:14-15).

Vivir en «modo avión», exponiéndonos sólo a un ambiente virtual hace muy sencillo ocultar partes de nuestra vida que quizá necesitan ser transformadas.  «Hermanos, les rogamos que amonesten a los perezosos. Alienten a los tímidos. Cuiden con ternura a los débiles. Sean pacientes con todos» (1 Tesalonicenses 5:14).

Puedo entender que a veces es lo que buscamos, porque no es fácil mostrar nuestras debilidades, pero cuando no somos confrontados, nuestro crecimiento espiritual se puede ver gravemente afectado, puede estancarse. 

En mi viaje al desierto tuve que aceptar que necesitaba ayuda. Mi orgullo a veces me hace creer que yo sola puedo con todo, cuando en realidad es Cristo quien me sostiene. Una comunidad con quienes podamos interactuar personalmente nos ayuda a identificar esos puntos ciegos. 

Hablando de necesitar ayuda, es vital pertenecer a una comunidad en nuestros momentos de prueba. Saber que no estamos solos cuando somos desafiados; que cuando sufrimos hay gente dispuesta a orar por nosotros y a cargarnos, de ser necesario. Eso proporciona un soporte increíble. Creo que sin una interacción personal con otros creyentes es muy fácil perdernos.

Necesitamos de gente que nos recuerde quiénes somos en Cristo. Que nos recuerden las verdades del evangelio. Sobre todo cuando nuestra mente empieza a divagar y comenzamos a darle rienda suelta a nuestros pensamientos tóxicos y a creer mentiras del enemigo. Jesús en el Getsemaní, durante sus momentos más estresantes, fue vulnerable y recurrió a sus amigos (Marcos 14:32-34), con mayor razón nosotros. 

Creo que es estupendo aprovechar las ventajas de la tecnología, pero sin limitarnos a ellas ni excluir de nuestra vida los beneficios de pertenecer a una comunidad. 

Cuando nos escondemos detrás del mundo virtual, nos colocamos en un «modo avión» y desaprovechamos la plenitud de nuestras funciones. No sumamos ni dejamos que nos sumen; corremos el riesgo de estorbar la transformación que el Espíritu Santo está haciendo en nosotros. Esto ocasiona que nos enfermemos espiritual, emocional y físicamente. 

Así que si me permites una última comparación, ya que estamos hablando del «modo avión», quisiera que pensaras en un teléfono móvil; imagínate tener el celular último modelo y solo usarlo para llamar o mandar mensajes, eso sería un desperdicio de todo su potencial. 

Todo esto sin contar con que tu aislamiento le roba a tu comunidad la oportunidad de estar contigo y de todo lo que puedes aportar. Volviendo al pasaje de la creación, cada movimiento, cada objeto, cada ser vivo que Dios creó, lo hizo con un propósito y una función, incluyéndote. 

Si lo piensas, en toda la historia de la humanidad no ha existido, no existe ni existirá alguien igual a ti. Eres un ser único e irremplazable, nos perdemos de mucho si tú no estás. No prives a tu comunidad de contar contigo y no te prives de contar con ellos. Somos mejores juntos, porque fuimos diseñados así y es así, juntos, como Dios ha decidido darse a conocer al mundo. «para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (Juan 17:21).

¿Nos conectamos?

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1 Teo, A. R., Choi, H., & Valenstein, M. (2013). Social relationships and depression: Ten-year follow-up from a nationally representative study. PLoS ONE.

2 Hawkley, L. C., & Cacioppo, J. T. (2010). Loneliness matters: A theoretical and empirical review of consequences and mechanisms. Annals of Behavioral Medicine.

3 Uchino, B. N. (2006). Social support and health: A review of physiological processes potentially underlying links to disease outcomes. Journal of Behavioral Medicine.


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