¿Eres lo que sabes?

Foto por Sergio Mendoza

Averigua la respuesta

Por Mariana Hernández

Desde pequeñas somos educadas para ser «alguien en la vida». Nos enseñan, instruyen y guían por un camino donde lo importante es llegar a serlo.

Vamos a la escuela, estudiamos, nos preparamos, nos esforzamos y cuando llega el momento de elegir una carrera, pedimos la dirección y voluntad de Dios. Por lo general escogemos, pensando en lo que nos gusta, en una profesión que «definirá» nuestra forma de vivir.

Después soñamos con ser excelentes profesionistas y así, algún día poder escuchar: ¡Buen trabajo, abogada! ¡Eres una gran nutrióloga! ¡Eres una maestra muy destacada! ¡Este país necesita excelentes doctoras como tú! Y podría continuar la lista. Pero, me pregunto: ¿esto es ser alguien en la vida? ¿Esto es lo que realmente me define? ¿Soy lo que sé?

La respuesta, sin duda la sabemos porque Dios nos la ha dado ya en su palabra.

En la Biblia, Dios me ha dicho quién soy (soy alguien en la vida), lo que soy (soy su hija) y el propósito para lo cual fui creada (mi vocación).  Se me eriza la piel al escribirlo.

Soy una mujer creada por Él, especialmente diseñada y formada. Conoce mis pensamientos, sabe todo lo que hago y lo que voy a decir. Conoce mi presente, mi pasado y mi futuro (Salmos 139).

Soy una mujer redimida por Cristo, por lo tanto, aceptada y valiosa a sus ojos (1 Pedro 1:18-19).

Soy posesión exclusiva de Él (1 Pedro 2:9). Soy su hija amada (1 Juan 3:1). ¡Eso es lo que soy!

Ya tengo una vocación, un propósito: ¡fui creada para su gloria! (Isaías 43:7), creada para vivir una vida de acuerdo con sus principios. Para que en todo lo que haga refleje el carácter de Cristo y vean su amor, su poder, su misericordia, su gracia y su sabiduría.

Esto es lo que Dios dice que soy.

Estudiar y ejercer una profesión no es algo que esté mal, pero hay una línea muy delgada entre lo que Dios dice que soy y lo que yo quiero ser.

En su voluntad, Dios nos permite estudiar, prepararnos y ejercer una profesión. Pero cuando esta nos ha dado un estatus, una distinción y hemos llegado al punto donde esto es lo que define nuestro caminar y actuar, entonces hemos cruzado esa línea. Nuestras ambiciones son egoístas y ahora nuestra identidad depende únicamente de nuestros conocimientos.

No importa cuánto logremos o cuánto tengamos, nunca encontraremos satisfacción. Siempre iremos en busca de más y más conocimientos. Creemos que nuestra «sabiduría» es lo que nos hará tener el reconocimiento de los demás, así como una mejor remuneración.

Moisés, a pesar de ser criado en la corte del Faraón en Egipto, siempre estuvo consciente de su identidad israelita. Él creyó lo que Dios dijo que era. Su prioridad siempre fue ejercer su vocación espiritual. En todo lo que hizo como líder, estaba convencido de esto.

Nuestra identidad no se trata de lo que sé, de lo que hago o de lo que logro, se trata de quién soy en el lugar en que estoy, profesionista o no. Se trata de ser lo que Dios dice que soy, y en eso debo ocuparme. Él produce en nosotros el querer como el hacer.

Muchas veces solemos pensar que «ser alguien en la vida» nada tiene que ver con lo espiritual. Nos inventamos una vida donde lo único que hacemos es dar rienda suelta a nuestros deseos personales. Ya Dios nos dio una identidad y una vocación que debemos ejercer en esta vida terrenal, y son espirituales.

A medida que estemos convencidas de esta verdad dejaremos que Dios, aquel que nos creó y diseñó, nos capacite para ser instrumentos útiles en sus manos.

Prestemos atención a lo que Él nos dice y atesoremos sus mandamientos. Afinemos nuestros oídos a la sabiduría que viene de lo alto.

Clamemos por inteligencia buscando a Dios, porque de su boca proviene el saber y el entendimiento (Proverbios 2)

Necesitamos convicciones y creer que sin tanto esforzarnos, Él ya nos hizo sus hijas sólo por gracia.

No somos lo que sabemos sino lo que Dios dice que somos: sus hijas creadas para exhibir la imagen de Cristo en todo.


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