Una enfermedad grave: la envidia

Foto por Andrea Hernández

7 recomendaciones para evitarla

Por Laura Castellanos

Eurípides, un poeta griego, escribió: «La envidia es la más grave de las enfermedades de los hombres». Salomón también lo dijo en sus proverbios: «La mente tranquila es salud para el cuerpo, pero la envidia causa enfermedades» (Proverbios 14:30, PDT). 

¿Cómo definir la envidia? Podemos decir que consiste en resentir que otra persona tenga más ventajas, como el hecho de que nació en otro país o que cuenta con una posición económica acomodada. O pudiera implicar codiciar las posesiones del otro: su auto, su ropa, su teléfono. La palabra latina, de hecho, habla de mirar con enemistad. En otras palabras, vemos a quien envidiamos como si fuera un enemigo por derrotar. 

Tristemente, la envidia jamás se menciona en términos positivos. No aparece como una virtud, ni como un rasgo de carácter deseable. Siempre se presenta como un deseo ardiente de poseer y como manos vacías que ansían llenarse. De hecho, en la versión de la Nueva Traducción Viviente, los traductores eligieron la palabra cáncer para definir lo que la envidia provoca. Analicemos un poco esta analogía. 

Nuestro cuerpo está formado por billones de células que se forman y multiplican para crear nuevas células a medida que el cuerpo las necesita. Cuando las células se envejecen o mueren, las células nuevas las reemplazan. Sin embargo, a veces las células anormales o dañadas también se multiplican ¡y no deberían! En lugar de morir, se juntan y forman tumores. 

Los tumores cancerosos invaden entonces los tejidos cercanos y forman tumores en otras partes del cuerpo. Recordemos, sin embargo, que algunos tumores son benignos porque no se diseminan a los tejidos cercanos. Si se remueven, desaparecen. Pensemos entonces en la envidia. 

Supongamos que estás viendo las redes sociales y te topas con una foto de una amiga de tu infancia que luce hermosa. Por naturaleza tenemos tendencias al mal, así que probablemente sientas envidia. ¿Cómo es que está tan delgada cuando en la primaria tenía unos kilos de más? ¿Por qué creció tanto y tú no? ¿De dónde sacó esa ropa que la hace lucir tan bella? 

Tu mente se está comportando como células cancerosas que no obedecen las señales de no formarse ni multiplicarse. Tus pensamientos comienzan a rondar la jactancia (yo merezco más), la crítica (será bonita, pero no es inteligente), el resentimiento (ella me hizo tal o cual cosa), la acusación (Dios no me ama tanto), la amargura (quizá yo soy fea), la insatisfacción (mi cabello no es tan sedoso), la competencia (voy a subir una foto donde me vea mejor). 

Las células cancerosas entonces invadirán otras áreas: tus emociones, tus convicciones y tu cuerpo. Si estabas contenta, ahora te sentirás triste o decepcionada. Si creías que el físico no es lo más importante, tal vez ahora empieces a dudar. Es posible que experimentes mucho calor o dolor de estómago. 

Y así como las células cancerosas se disfrazan al principio de células sanas, tú también tratarás de justificar y ocultar tu envidia. La etiquetarás como injusticia. Hablarás mal de tu amiga con otros. Simularás indiferencia, pero seguirás revisando sus otras fotos y entradas. 

El peligro es que este cáncer se propague y empiece a debilitarte al punto de que puedas perder la salud y la alegría, porque la envidia es lo opuesto al contentamiento. La envidia te dice que «tienes derecho a tener lo que otros tienen» o «que eres mejor y más importante que el resto». Sin embargo, el contentamiento nos recuerda que podemos estar bien con mucho o con poco, pues Dios es suficiente. 

¿Sabías que las células cancerosas se esconden del sistema inmunitario? Del mismo modo, la envidia se oculta de la medicina que el Espíritu Santo nos ha dado a través del fruto que produce en nuestros corazones: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, gentileza, fidelidad, humildad y dominio propio. 

¿Qué hacer entonces con el cáncer de la envidia? 

Probablemente requiramos de la quimioterapia de la Palabra de Dios. Debemos enfrentar la envidia como lo que es, una terrible enfermedad, y combatirla. 

Primero, reconozcamos que tenemos envidia de tal o cual persona. Si no aceptamos que nos ha invadido el cáncer, no podremos enfrentarlo. 

Segundo, arrepintámonos de esos pensamientos incorrectos que estamos albergando contra el otro. 

Tercero, pidamos a Dios que nos llene de su contentamiento y que su amor se manifieste hacia la otra persona, sin pretextos ni máscaras. Que podamos amar y no envidiar. 

No olvides que, así como las células cancerosas pretenden ser buenas, aunque en realidad son mutaciones genéticas, la envidia es una falsa interpretación de la realidad en la que vemos con las gafas dañadas por el pecado. Somos, por lo tanto, presas de las mentiras. 

Los cambios genéticos que causan el cáncer se dan por errores, el ambiente o por herencia. La envidia también proviene de pensamientos equivocados, de un entorno donde se promueve la competencia o las prácticas de familiares, y amigos que nos influencian. 

Un cuerpo sano siempre tratará de eliminar estas células dañinas antes que se vuelvan cancerosas. Del mismo modo, mantén una mente sana y tranquila que evite que la envidia se multiplique. ¿Cómo? Del mismo modo que nuestro cuerpo puede evitar el cáncer. 

¿Cómo eliminar las células dañinas de la envidia?

1. Mantén un peso saludable. Evita la comida chatarra de las redes sociales. 

2. Ejercítate con regularidad. Lee la Biblia y medita en ella con frecuencia. 

3. Evita el tabaco. No «fumes» el chisme ni los rumores. 

4. Ten una dieta balanceada. Incluye oración y adoración. 

5. Limita el alcohol. No dejes que te controle el enojo o el orgullo. 

6. Usa bloqueador solar. Ponte una capa de gratitud todos los días. 

7. Acude al médico a una revisión anual. No dejes de congregarte con un grupo de creyentes que te motive a buscar a Dios. 

La Biblia es muy clara: «Si ustedes lo hacen todo por envidia… vivirán tristes y amargados; no tendrán nada de qué sentirse orgullosos, y faltarán a la verdad» (Santiago 3:14, TLA). No dejemos que la envidia nos enferme. ¡Busquemos la salud!


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