El antídoto para la envidia

Foto por Gilberto López

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Por Mayra Gris

Tuve una amiga muy especial. Teníamos intereses afines y disfrutábamos el tiempo que pasábamos juntas. Fue una amistad que bendijo mi vida, me acercó a Dios y aprendí mucho de ella. Yo deseaba que ella estuviera feliz y que Dios la ayudara a superar las situaciones difíciles que tenía en su vida. Jamás sentí envidia de sus cualidades o sus dones. Me sentí afortunada al tener su amistad.

Supongo que a través de ella comprendí la historia bíblica de la amistad entre David y Jonatán. En 1 Samuel 18:1 dice que sus almas quedaron ligadas, ¡y eso experimenté también!

Sin embargo, seguramente has visto que algunas amistades duran más que otras. En ocasiones, el problema empieza con la competencia, una pequeña manchita en la fruta de la amistad. Esta puede extenderse y echar a perder todo si la dejamos crecer. Y creo que cuando esta manchita crece, alberga muchos sentimientos podridos, entre ellos, la envidia.  

Una de las definiciones de envidia es: tristeza o pesar del bien ajeno. 

Es difícil creer que nuestro corazón pueda experimentar ese tipo de sentimiento, especialmente si consideramos que el fruto del Espíritu en nosotros (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza) no es compatible con algo tan feo como la envidia. Sin embargo, es posible llegar a experimentar ese sentimiento si no tenemos cuidado. Nuestra naturaleza pecaminosa se fortalece cuando la plenitud del Espíritu en nosotros mengua. 

La historia de la amistad entre David y Jonatán es ejemplar. 

A pesar de que Jonatán era el lógico heredero al trono por ser hijo del rey, quien llegaría a serlo por voluntad de Dios sería David. Jonatán lo aceptó y nunca sintió envidia o enojo por ello. Incluso hizo todo lo que pudo para proteger y salvar la vida de David cuando su padre intentó matarlo. 

Así que hagamos una pausa aquí: una cosa es pasarla bien con un amigo, pero dejarle el reino son palabras mayores. De manera admirable, los sentimientos entre ellos permanecieron cristalinos y su amistad intacta. ¿Cómo fue eso posible? 1 Samuel 18:3 nos da una pista: «E hicieron un pacto Jonatán y David, porque él le amaba como a sí mismo». En toda la historia notamos la reciprocidad que existía entre ambos. Los dos hicieron pacto, y aunque el verso sólo menciona que David le amaba como a sí mismo, los actos de Jonatán demostraron que él también le amaba.

Uno no puede envidiar a quien ama. 

Hoy que soy mamá, puedo reconocer las cosas que mis hijas hacen mucho mejor que yo, y en vez de envidiarlas, me siento muy orgullosa y mi corazón siente gozo al ver sus cualidades, y la manera en que Dios obra en sus vidas. Y eso es posible porque las amo, y las amo como a mí misma. No tengo que proponerme amarlas porque son mis hijas. Tampoco tenemos que esforzarnos por amar a los demás cuando el amor, fruto del Espíritu Santo, reboza en nuestro corazón. Así que, el antídoto para la envidia es el amor.

Sé que puedo controlar mis emociones, pensamientos y acciones, pero no puedo hacerlo con los de otras personas. Es decir, puedo no sentir envidia por otras personas, pero no puedo evitar que ellos la sientan por mí. Tal vez podemos influir un poco. Un consejo de la Escritura dice: «El hombre que tiene amigos, ha de mostrarse amigo» (Proverbios 18: 24). Un gesto de buena voluntad y una actitud humilde puede traer buen fruto en la mayoría de los casos.

Seamos agradecidas con lo que Dios nos da, apreciemos lo que nos ha dado y valoremos nuestra vida. Su propósito para ti es hermoso y grande, las cualidades que tienes te hacen única y especial. Sí, tal vez te envidien, pero tú ¡mantente brillando para Jesús!


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