El significado de la Navidad

Foto por Érick Torres

La celebración de esta fecha no tiene ninguna raíz histórica sino hasta el año 325 d. C., en tiempo del emperador Constantino

Por Juan Isáis (1926-2002)

Hoy estamos en vísperas de la celebración de la Navidad y como es natural, conviene que pensemos un poco en ese hecho, por la sencilla razón de que la Navidad significa para nosotros la inmanencia de Dios. Es decir, que Dios se encarnó y habitó en el mundo y se hizo conocer y entender por medio de su Hijo.

A pesar de todo el esplendor de que se viste esta época, la celebración de esta fecha no tiene ninguna raíz histórica sino hasta el año 325 d. C., en tiempo del emperador Constantino. Hay quienes piensan que el nacimiento de Cristo tuvo lugar cuatro años antes de la era cristiana, y que fue en el mes de abril cuando esto sucedió. 

Sin embargo, en el mundo cristiano existen tres fechas que son usadas comúnmente. El 25 de diciembre es observado por católicos y protestantes en todas partes del mundo. Por su lado la Iglesia ortodoxa griega celebra este natalicio el 6 de enero, lo que en México conocemos como el día de los Santos Reyes. Además la fecha del 19 de enero es observada por la Iglesia arminiana.

En todo caso, lo importante es que Cristo nació y que su presencia en la tierra es un hecho histórico incontrovertible. Quizá la providencia nos ha querido negar el privilegio de saber el día exacto cuando nació Aquél de quien Juan el Bautista dijo: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Traigamos a colación un poco de historia y así podremos comprender mejor el mensaje expuesto por los ángeles en aquella noche estrellada. Las condiciones precedentes a la venida de Cristo no eran del todo saludables. Augusto César, no solo se había convertido en dictador absoluto, sino que de común acuerdo con el Senado Romano había tomado el nombre de Augusto, o sea, de Dios. Así vemos que política y religiosamente hablando, el mundo en el cual vivió la virgen María no era muy ideal. 

Fue precisamente bajo estas condiciones que la historia de la eternidad, si se puede usar tal expresión, interrumpió su curso para dar lugar al advenimiento del Salvador del mundo. Como sabemos, la llegada del niño Jesús a la tierra fue precedida por un mensaje cuyo contenido no podemos ignorar. Lo que los ángeles dijeron en esa noche fue: «Gloria en las alturas a Dios, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres». 

«La Gloria en las alturas», tiene que ver con la perfecta revelación de Dios, es decir, que lo inconocible se puede conocer. «La paz en la tierra», no tiene que ver con el ejercicio de la buena voluntad entre los hombres, sino con la buena voluntad de Dios hacia la humanidad y de nosotros hacia Él al alabar y amarlo sobre todas las cosas. 

No se puede negar que el ejercicio de la buena voluntad entre los hombres puede traer paz en la tierra, pero tenemos que admitir que esa paz es relativa, porque la verdadera paz, la interior, la que da una vida sobrenatural al hombre pero que se vive naturalmente, es aquella que hace una perfecta armonía entre este y su Creador. 

El mundo romano necesitaba paz, pero una paz que solo podría adquirirse con la libertad integral. El mundo religioso necesitaba paz, pero no una que viniera de fuentes temporales y humanas como Augusto César, sino que emanara del mismo Dios, Creador y sustentador de todas las cosas.

En estos días también necesitamos paz. En México, esta paz es indispensable para el progreso de nuestro pueblo. Pero hay que ser realistas. La paz nacional no se consigue sin la paz del hogar, y esta última debe ser precedida por una paz personal, interior, una paz que el hombre no puede ni dar ni quitar porque viene de Dios.

El deseo de Dios es sin duda que haya paz en la tierra (como dijeron los ángeles), en el hogar, como dijera Cristo mismo más tarde: «Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (Mateo 19:6), y en el alma: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27). 

El relato sagrado dice que no había lugar para Cristo en el mesón. No sé si había muchos turistas, pero lo cierto es que el mesón puede ser comparado con el corazón y la vida del individuo. Ojalá que cada uno hagamos de esta Navidad la más feliz de nuestra vida y le demos el lugar correspondiente a Dios el Hijo para obtener su célica paz. 

San Agustín, uno de los primeros padres de la Iglesia dijo: «Oh Dios, tú nos has formado, y nuestras almas no descansarán hasta que no sean llenas de ti». Ser llenos de Cristo, ese es el propósito de la Navidad. 


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