Entre frutos y comida: El secreto de la casa

Foto por Itzel Gaspar

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Fidelidad

Por Keila Ochoa Harris

El corazón de Sophie latió con fuerza al leer el letrero «Petite Maison du Chocolat». Por fin trabajaría en su lugar de ensueño, una de las chocolaterías más finas e importantes de París. 

Madame Michel le sonrió en la puerta: —Bienvenida a tu nuevo hogar. 

Sophie casi lloró de la emoción. Sus padres habían muerto cuando ella era niña y aunque vivía con unos tíos, soñaba con un verdadero hogar. Tal como Madame Michel lo auguró, Sophie se encontró en un nido de protección y cariño. Demostró grandes habilidades culinarias, así que cierta tarde, Madame Michel le mostró el secreto de la casa, la receta especial del ganache, el relleno de los bombones. 

Los sabores variaban: menta, limón, vainilla o frambuesa, pero la consistencia era inigualable. 

—Observa con atención, cherié

Sophie se concentró. Primero se hervía la crema ligera. Sobre ella se vertía el chocolate. 

—Nunca al revés —advirtió Madame. 

El sabor resultaba más que supremo y aún cuando el ganache solo le añadía un sabor sutil al bombón entero, su fama se había extendido por toda la ciudad y los turistas se llevaban cajas y cajas de los preciados chocolates. 

Sophie se volvió tan experta que nadie más preparó el ganache durante años. Entonces sucedió lo inevitable. Madame Michel, ya de sesenta y ocho años, enfermó. Los trabajadores de la Petite Maison se angustiaron. ¿Qué sería de ellos?

Edith, la hija de Madame, les anunció cierta mañana: —Ahora yo estaré a cargo.

Tristemente, Edith, que era temperamental y exigente, despidió a Sophie porque ella se había negado a que otra persona preparara el ganache.

—Madame siempre me lo pedía a mí. 

—Pues Madame ya no está —replicó Edith con enfado—. Ahora mando yo, ¡y ordeno que te marches!

Con lágrimas en las mejillas, Sophie obedeció. Sin embargo, no tardó en encontrar trabajo. Monsieur Landry la contrató para trabajar en su tienda. Sophie se sintió halagada, pero a los dos días, descubrió las intenciones de Pierre. 

—Dime, Sophie, ¿qué necesitas para preparar el famoso ganache de Madame Michel?

—¿A qué se refiere? 

—Te contraté para que prepares el famoso ganache de Madame Michel.

—Pero yo…

—Vamos. Todos sabemos que tú eras la responsable de su preparación.

Sophie analizó sus opciones. Lo más sencillo era preparar el ganache y asegurar su trabajo. Pero recordó el dulce rostro de Madame Michel y, sobre todo, se acordó de su ternura durante tantos años.

—Anda, Sophie. No tenemos todo el día. ¿Qué ocurre? No me digas que ahora fingirás lealtad a tu señora. 

—Lo siento, Monsieur. No lo haré. 

El rostro de Monsieur Landry se tornó color rojo granada. 

—¡Fuera de aquí!

Por segunda ocasión, Sophie se hallaba desempleada, pero el alivio que recorrió su pecho la animó. Una semana después, se encontraba en su habitación, triste porque aún no encontraba un nuevo empleo y preocupada porque debía pagar la renta.

Alguien tocó la puerta y Sophie abrió. Se trataba de un joven alto y refinado.

—¿Mademoiselle DuPont?

—Soy yo. 

—Mi nombre es René Michel. Soy nieto de Madame Michel. Mi abuela se siente muy apenada, pues se acaba de enterar que mi tía cometió una injusticia contra usted. De su parte y de la familia, le pide disculpas. Si usted quisiera reconsiderar, ¿volvería a trabajar para Petite Maison

Sophie sonrió. Al día siguiente, volvió a preparar el ganache. Por la noche, al alistarse para ir a descansar, Monsieur Michel la buscó. Deseaba llevarla a casa para visitar a Madame, quien la recibió con gusto.

—Mi querida Sophie. Ven acá. He oído sobre tu lealtad y quiero agradecer lo que has hecho por mí. Toma esto —le dijo y le regaló un fino perfume—. Sé que tu lealtad será mejor recompensada en el futuro, pero por lo pronto, acepta este pequeño obsequio de gratitud. 

Sophie acarició la botella. Valía la pena ser fiel.


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