Cuando la presión arde
Opciones para no resultar quemado
Por Teresa Guerrero González
Todos hemos sufrido presión para hacer algo que no debemos hacer o hemos vivido situaciones que prueban nuestras convicciones y a veces nos llevan al límite.
El capítulo tres del libro de Daniel habla de tres jóvenes judíos que eran sobresalientes y, por lo mismo, fueron llevados para trabajar en la corte del rey Nabucodonosor. Dios permitió que llegaran ahí para dar testimonio a esa nación pagana.
El rey había mandado erigir una enorme estatua de oro para que todo súbdito se inclinará ante ella y la adorará. Si alguien se rehusaba a hacerlo, sería echado en un horno de fuego para morir por desacato.
Los tres jóvenes pudieron haberse amoldado a la cultura, ya que eran consejeros del rey. Sin embargo, decidieron no hacerlo, para no contaminarse ni siquiera con las comidas que les daban en la corte. Trazaron una línea de fidelidad hacia Dios en sus corazones.
El rey Nabucodonosor, al enterarse que tres hombres judíos se rehusaban a adorar su estatua, solicitó que fueran llevados ante su presencia.
Sadrac, Mesac y Abed-Nego dijeron: «No es necesario que te respondamos acerca de este asunto». En otras palabras, no se postararían ante quien no fuera Dios. Se plantaron en sus dos pies y dijeron que bajo ninguna circunstancia rendirián culto, salvo a su Dios.
Dispuestos a sufrir las consecuencias de su desobediencia ante el rey, tenían la confianza de que Dios los libraría del horno de fuego. Sin embargo, también sabían que Dios en su soberanía podía decidir no librarlos. A pesar de ello, no planeaban negar su fe.
Sadrac, Mesac y Abed-Nego estaban confiados en que aún si perdían la vida, valdría la pena, porque los propósitos eternos de Dios siempre serían mejores que los suyos. La obediencia de estos tres jóvenes fue total y no estaba condicionada a que Dios hiciera lo que ellos querían.
Cuando llegaron al horno de fuego, delante de Nabucodonosor, humanamente no tenían ninguna seguridad y pensaron: «Probablemente vamos a arder en el fuego». ¿Los salvaría su Dios? (Si no conoces la historia, puedes leerla en Daniel 3).
Pero, en pocas palabras, Dios sí estuvo dispuesto a rescatar a estos jóvenes de las llamas y ¡se presentó Él mismo para hacerlo! Dice la Escritura que cuando los sacaron del horno, ni siquiera olían a humo.
¿Qué los llevó a dar una respuesta tan firme en una situación extremadamente difícil? La naturaleza del Dios al que servían y su conocimiento del mismo.
Obedezcamos a Dios como Sadrac, Mesac y Abed Nego, sin importar cuán difícil sea. No importa lo que pase en nuestras vidas, este tipo de fe es preciosa a los ojos de nuestro Padre celestial. Avergonzamos al enemigo cuando en medio de la presión de otros y la prueba declaramos que seguimos amando y confiando en Dios.
Ellos temieron más al Dios Altísimo que a las llamas; prefirieron estar bien con Dios y morir. Nosotras debemos temerle más a Dios que a las llamas, dispuestas a seguirle, no importando lo que la gente diga o haga contra nosotras.
El testimonio de estos jóvenes dio gran fruto, pues en el capítulo cuatro vemos al rey Nabucodonosor creyendo en el Dios de Israel, gracias a la fe inquebrantable de estos judíos.
Recordemos que en Cristo tenemos identidad, un carácter y un propósito; todo mal que decidamos dejar de hacer por dar la gloria a Cristo, tendrá su recompensa. Confiemos en las promesas de Dios. Al igual que con estos tres jóvenes, el Señor nos dice: «No te dejaré, ni te desampararé».
Descubre tres pistas