¿No te motiva ir a la iglesia?

3 propósitos a considerar

Por Mariana Hernández de Bachiller

¿Te ha pasado que no te sientes motivada para ir a la reunión dominical? En los últimos meses he visto una disminución de asistencia en las reuniones de domingo, en la iglesia donde me reúno. Observo con tristeza algunos lugares vacíos.

Las ausencias comenzaron después de la pandemia. Nos sacudió en el 2020 y por más de un año permanecimos encerrados. Aunque no podíamos reunirnos de manera presencial, lo hicimos de manera virtual. Desafortunadamente, ya se veían lugares vacíos desde tiempo atrás.

Y no es que quiera ver iglesias llenas de gente, sino gente en las iglesias llenas de Cristo. Cuando veo lugares vacíos me pregunto: ¿Dónde se reúnen para estudiar la Biblia? ¿Dónde y con quiénes alaban a Dios? ¿Qué medios utilizan para crecer espiritualmente y para que su fe sea fortalecida? ¿De qué manera practican la comunión, es decir, se aman unos a otros, o se perdonan unos a otros?

Tal vez pienses que no se necesita un lugar (edificio) para lograr esto. O que desde casa puedes hacerlo. O que la tecnología te proporciona todo, desde una lectura de la Biblia hasta una predicación en vivo. Pero ¿dónde queda el diseño original de Dios? Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es un Dios relacional. Necesitamos de la convivencia con otros. La comunión con nuestros hermanos que es el diseño original.

Es cierto que asistir a la iglesia y cumplir con un rito religioso no nos hace cristianos. Se es cristiano sólo por la fe en Cristo Jesús. Por Él somos transformados a su imagen. De ese modo, cuando otros te ven, ven a Cristo. Cuando otros te escuchan, escuchan a Cristo. ¿Y dónde te preparas para esto? Junto con otros creyentes. ¿Y dónde se reúnen los creyentes? En casas o lugares específicos para ello. 

Así que, asistir a la casa de Dios tiene muchos propósitos, pero mencionemos tres:

  • Ayudarnos a crecer en nuestra fe.

  • El mensaje de Cristo, con toda su riqueza, debe llenar nuestras vidas. La enseñanza y los consejos de otros nos ayudan a esto. «La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales» (Colosenses 3:16).

  • Transformarnos.

  • Dios ha preparado a hermanos como maestros y a pastores para capacitarnos, como dice el apóstol Pablo:
    «
    Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo». (Efesios 4:11-13).

  • Estimularnos al amor.

  • En la iglesia es donde podemos practicar el amor y preocuparnos los unos por los otros: «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras» (Hebreos 10:24).

Cuando venimos a Jesucristo, formamos parte de su cuerpo, que es la iglesia. Formamos parte de una congregación de creyentes que han puesto su fe y confianza en Él, así como nosotros.

Dios nos llama a la unidad en la iglesia. Para ello nos manda: 

Soportarnos con paciencia los unos a los otros.

Ayudarnos a llevar los unos las cargas de los otros.

Perdonarnos.

Estimularnos al amor,

Servir etc.

Entonces ¿cómo podemos obedecer estos mandatos de Dios si no queremos salir de nuestra casa?

La tecnología y los medios virtuales son solo eso, y no suplen la comunión con los hermanos. Y seguramente también piensas que en la iglesia hay muchas personas complicadas. A lo largo de las Escrituras no encontrarás un solo versículo que haga mención de la perfección de los congregantes. Todos seguimos luchando, pero ¡para eso nos reunimos! Para ayudarnos. 

Pienso en las palabras de David expresadas en el salmo 84. Las escribo con signos de admiración para transmitir un poco mi propio sentir: 

«¡Anhelo y hasta desfallezco de deseo por entrar en los atrios del Señor!

¡Qué alegría para los que pueden vivir en tu casa cantando siempre tus alabanzas!

Un solo día en tus atrios ¡es mejor que mil en cualquier otro lugar!».

Lee una vez más estos renglones y entenderás que no hay nada mejor que estar en la casa de Dios. No por las cuatro paredes, sino por lo que Él ha preparado allí para nosotros.

Un solo día en tus atrios. Si ponemos atención no dice un mes, un trimestre o un año, dice un día. Esto deja fuera de toda duda, que para quien tiene a Dios como su porción, un día excede en valor a todas las demás cosas. En otras palabras, estar en la casa del Señor con frecuencia es agradable y gratificante.

Spurgeon dijo: «Si Jehová es nuestro Dios, entonces, su casa, sus altares, incluso el umbral de la puerta se convierte para nosotras en algo precioso».

Por otro lado, tengamos cuidado. Al no querer reunirnos, quizá estamos menospreciando la casa de Dios, sus atrios y la comunidad de fe. «Me ofenden cuando desprecian mi altar» dijo Dios a través del profeta Malaquías. ¡Qué fuertes palabras!

Quizá no te quede tiempo para ir a una iglesia por el trabajo, la escuela, las relaciones sociales y la familia . O tal vez es más cómodo quedarte en casa, o peor aún pienses que puedes crecer en el camino de la fe por tu cuenta. No te dejes engañar. 

Es tiempo de escuchar los mandatos de Dios y estar dispuestos a obedecer. Que no te importe lo que piensas o crees acerca de la necesidad de congregarte. Sin importar tus malas o buenas experiencias, si quieres o no quieres, si puedes o no puedes.

Que el anhelo de tu corazón sea estar donde Dios quiere que estés. Para unir tu voz con la de otros y alabar al Soberano Dios. Para servir, para dar y recibir bendiciones. Para amar y ser amada. Para ser fortalecida y ayudar a sostener los brazos de quienes enfrentan batallas. Para consolar y ser consolada. Para ser edificada y ser transformada. Para disfrutar de la presencia sublime de Aquel que te dio la salvación.


Tal vez también te interese leer:

Anterior
Anterior

La trampa de la pereza

Siguiente
Siguiente

Amistad en Capadocia