La oración y la adoración

Nuestra relación con Dios

Por Julia Harris

Hemos estado aprendiendo cuáles eran los elementos que se empleaban para componer el incienso del tabernáculo, y su relación con la oración. 

El último de los cuatro ingredientes que se usaban, era el incienso puro, una resina aromática que se obtiene de un árbol del género Boswellia.

El incienso no se usaba solo para perfumar el lugar, sino para representar las oraciones de las personas. Vemos un ejemplo de esto en el Nuevo Testamento, está en Lucas 1:8-10. A la hora que entraba el sacerdote (Zacarías) para ofrecer el incienso, el pueblo estaba afuera orando.

El humo del incienso sube a la misma presencia de Dios. 

«Suba mi oración delante de ti como el incienso» (Salmo 141:2).

«De la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos» (Apocalipsis 8:4).

Este ingrediente me hace pensar en la alabanza y la adoración. Adoración es el rebosar de un corazón agradecido por el inmenso favor de Dios. Lo que salta del corazón al comprender la grandeza y la bondad de Dios. Es la ocupación del corazón, no con sus necesidades sino con Dios mismo. 

La alabanza es la expresión de nuestra adoración que muchas veces se produce a través del canto. Así que, mientras que la alabanza se puede considerar una actividad, la adoración consiste en nuestra relación con Dios.

La primera mención de adoración en la Biblia está en Génesis 22:5: «Dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros». 

Abraham mostró su fe absoluta en Dios al obedecerlo y así adoró.

El Señor Jesús le dijo a la mujer samaritana: «El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:14). 

Y también dijo: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38).

La vida espiritual que recibimos como agua viva fluye de Dios hacia nosotros y en adoración nosotros regresamos ese fluir de agua que corre de nuestro interior hacia su misma presencia en amor y gratitud.

¿Alabas a Dios durante el día? ¿Le adoras? 

Aceptemos la invitación del salmista:

«Vengan, adoremos e inclinémonos. Arrodillémonos delante del Señor, nuestro creador, porque él es nuestro Dios. Somos el pueblo que él vigila, el rebaño a su cuidado» (Salmos 95:6,7).


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