Espacio sagrado
Había llegado a esta etapa como una joven escéptica
Por Mayú Guillén
Hermosas y majestuosas montañas se erguían frente a su mirada llena de emoción. Tres años atrás, Thelma se había mudado a tierras del norte, dejando la seguridad y la comodidad de lo conocido: su hogar, su tierra, sus padres, sus hermanas y sus amigas. Recordaba con toda claridad su temor por ese futuro incierto. Ahora hacía el recuento de las ilusiones iniciales, los muchos retos vividos, los sueños logrados y el propósito de vida descubierto a través de una relación viva con su Salvador, Jesucristo.
Había llegado a esta etapa como una joven escéptica. Se cuestionaba todo acerca de Dios, la Biblia y Jesucristo. Para ella todo era un invento del hombre para manipular y controlar, sin embargo, en lo más profundo de su corazón, una pequeña chispa de fe y esperanza se mantenía encendida.
En esos primeros días como universitaria, su corazón se había aferrado a un pensamiento recurrente, que la había sostenido durante toda su adolescencia: «Si otros han podido hacerlo, ¿por qué yo no?». Ahora que un capitulo muy importante en su vida debía llegar a su fin, su corazón se aferraba apasionadamente a un pensamiento completamente diferente: «Si Dios conmigo, ¿quién contra mí?»
Recordó su primer día en la facultad cuando se topó con Marcos, un chico colombiano, que igual que ella había buscado otros horizontes. Recordaba su saludo amable y respetuoso, su acento costeño y su interés real en ayudarle en su nuevo camino para descubrir a Dios. Fue por este amigo, que conoció a Julie, una chica de alma libre, corazón alegre y temperamento recio. Ella irradiaba vida e inspiraba a los demás a crecer en su anhelo de conocer a Dios.
Su primer encuentro sucedió en una reunión de oración, a la que fue invitada por Marcos. Julie, sentada en un extremo del salón, charlaba emocionada con Lupita, Arcelia y Natalie, chicas universitarias de diferentes carreras. Thelma, con timidez, se acercó a ellas.
—¡Hola, Thelma! ¡Qué gusto conocerte! Es mi deseo que te sientas bienvenida entre nosotras —dijo y extendió su mano con franqueza. Acto seguido, le dio un cálido abrazo y un beso en la mejilla, algo poco común para Thelma, quien provenía de una cultura donde solo en la familia se mostraban esa clase de expresiones de afecto. Las demás también la saludaron de la misma forma.
Sentir todo ese amor fuera de lo común fue abrumador para ella, sin embargo, también fue de aliento en medio de la soledad que había estado experimentando en su primer mes, lejos de sus seres queridos.
Thelma fue una discípula fiel pero muy inquisitiva. Como estudiante de Filosofía y Letras tenía muchas preguntas sobre Dios. No se conformaba con cualquier respuesta sencilla, sus cuestionamientos tocaban temas como la veracidad de la Biblia, la historicidad de la vida de Cristo, la resurrección, el origen de las religiones y, una pregunta crucial: ¿Cómo es posible que la salvación no sea por obras, sino por fe? ¿Cómo puede ser?
A pesar de todas sus inquietudes y dudas, nunca falló a una sola reunión, estudio bíblico o convivencia con estas nuevas amigas y, en particular, siempre fue muy puntual y responsable en las reuniones del grupo de discipulado que dirigía Julie.
Los días, los meses y los años se fueron volando. Julie, Thelma y las demás discípulas se reunían semana a semana. Iban al café, al cine, a jugar basquetbol, a acampar, a retiros de oración, a la iglesia, a sus reuniones de discipulado y a visitar a sus familias. Su amistad se convirtió en un lugar de refugio, de aprendizaje, de apoyo, de exhortación, de búsqueda de Dios. Fue en ese ambiente de amor, aceptación y amistad que la fe de Thelma comenzó a dar fruto, no solo por lo que aprendían juntas, sino por el vínculo tan estrecho que habían llegado a tener y el apoyo que ella sentía de parte de ellas.
Algo que marcó como un parte aguas a Thelma, fue cuando regresó a su tierra de vacaciones el primer semestre y le compartió a su familia sobre su nueva fe en Jesús. Esa vez, su padre la humilló, la presionó y le puso un ultimátum: «Debes renunciar a ese grupo, o tu familia o tus amigos aleluyos. Si te decides por nosotros te sigo apoyando para estudiar, si te decides por tu fanatismo religioso, que te mantengan tus amigos».
Esa tarde, Thelma llorando, le llamó a Julie:
—¡Querida amiga, estoy muy triste por la inesperada reacción de mi padre! Pensé que se alegraría que yo estuviera buscando conocer a Dios y vivir una vida sana, que tuviera amigos que me motivaran a crecer, pero fue todo lo contrario. Me quiere obligar a renunciar a mi fe en Jesús, alegando que son puras falsedades y que me han lavado el cerebro. Ya le dije que no voy a renunciar y me dijo que busque casa dónde vivir y quién me mantenga. Que ya no cuente con él —dijo con la voz entrecortada por la angustia.
—¡Ay, Thelma! Lo siento muchísimo. Sabes que cuentas conmigo. Yo sé que mi mamá no tendrá ningún inconveniente en que te vengas a vivir con nosotras. Y para pagar la universidad, puedo ayudarte a encontrar un trabajo. Ya verás que el Señor va a responder a nuestra oración.
Ese momento crítico en la vida de Thelma se resolvió de manera divina. A los pocos días de esa discusión, su padre desistió de su decisión de no apoyarla. Más aun, le permitió seguir participando con toda libertad de los estudios bíblicos con sus amigas. ¡Dios hizo un milagro!
Esa tarde, frente a las montañas, Thelma recordaba ese suceso como si fuera ayer. Y con más resistencia se negaba a aceptar que pronto su hermoso oasis de amistad se vería desvanecido, debido a la separación física de su querida y especial amiga. Julie había concluido sus estudios como Ingeniero Químico. Había conseguido un muy buen trabajo en Canadá y pronto tendría que irse. Lupita había sido aceptada en un programa de maestría y se iría a inicios del semestre a Sheffield, Inglaterra. Después del verano, solo regresarían a la universidad Arcelia, Natalie y ella.
Su mente entendía que la vida de todas debía continuar, pero su corazón estaba muy triste y desconsolado por la inminente separación. En momentos se sentía como huérfana emocionalmente, como si su vida no tuviera sentido ni dirección, pues la amistad que había llegado a establecer con Julie, no podría llegar a tenerla con alguna otra chica.
Esa tarde de sábado, se habían organizado entre ellas para hacerle una despedida a Julie. Su vuelo a Canadá estaba programado para el siguiente lunes. Coincidentemente, Thelma cumplía años ese día. Sin embargo, Lupita no podría estar.
Habían citado a Julie a las seis. Todas las demás se programaron para llegar a las cinco. Al llegar a la casa de Natalie, donde sería la despedida, decoraron con globos, listones y confeti en colores azul celeste, aguamarina y turquesa. La mesa estaba también adornada con servilletas en los mismos colores con versículos bíblicos cortos que hablaban sobre la amistad.
—Chicas, ¿en qué momento ponemos el video que hicimos para Julie? ¿Antes o después de la cena? —preguntó Natalie, mientras colocaba su laptop sobre la mesita de centro.
—Pienso que al terminar la cena. Ya tengo la música lista. Hice una playlist con la música que le gusta a ella —respondió Arcelia, tratando de contener las lágrimas.
—¡El pastel quedó lindo! ¿Quién lo horneó? —preguntó Thelma buscando relajar el momento, mientras probaba un poquito del betún de chocolate.
Se sentía cierto ambiente de nostalgia. Era difícil evitarlo. Entre ellas habían formado una comunidad de amigas muy especial, donde el ingrediente esencial era Dios. Las cinco eran diferentes en temperamento y personalidad, pero a la vez, habían aprendido a respetarse, amarse y cuidarse unas a otras. Julie era la que mantenía el enfoque. Todas disfrutaban estar cerca de ella. Las animaba, las regañaba, las amaba genuinamente y eso, lo percibían.
Llegó la hora. Mientras oraban brevemente, escucharon que Julie estacionó su auto frente a la reja. Respiraron profundo, se abrazaron y luego Natalie se dirigió a abrir la puerta.
—¡Amiga, siempre es una gran alegría verte! —Natalie la recibió con una sonrisa de bienvenida.
—Chicas, no he podido dejar de llorar a cada instante. Los cientos de memorias que tenemos de nuestros tiempos juntas vinieron a mi mente desde esta mañana al ir a despedirme de mi pastor y su esposa y de mis maestros. Al pasar por la facultad, al ver el café donde nos reuníamos los viernes por la tarde; al pasar por la calle del cine. Son tantas cosas que, necesito llorar con libertad sin que nadie se sienta mal por ello. ¿Me permitirían llorar aquí con ustedes? Estoy tan sentimental; no puedo creer que ya llegó el día que veíamos tan lejano.
Las cuatro se abrazaron. Pronto las lágrimas corrieron por sus mejillas. Solo se podían escuchar los sollozos, el balbuceo, las palabras entrecortadas y la confianza de que, entre amigas, ese tiempo estaba permitido y era sagrado.
Cansadas, pero felices, experimentando emociones agridulces, se levantaron, se abrazaron fuertemente las unas a las otras y se sentaron a la mesa.
Julie sacó de su bolso una caja de regalo. Estaba decorada con frases de grandes literatos. Era tan natural en ella el cuidado de la gente, que conocía a detalle los gustos de cada una de las chicas. Ella comunicaba con su cariño, sus actitudes y acciones que la gente era importante y valiosa. En esta ocasión, el regalo era para Thelma por su cumpleaños.
Se acercó a ella sorprendiéndola nuevamente, como la primera vez que se conocieron:
—Es un privilegio que mi despedida sea en tu cumpleaños, querida Thelma. Conocerte ha sido una bendición muy significativa para mí. Admiro tu corazón sensible, enseñable, honesto, apasionado por Dios y por la oración. Has crecido muchísimo en tu conocimiento de Dios, en tu fe y en la Palabra. Estás lista para aceptar el reto de Jesús, de ir y hacer discípulos a todas las naciones. Yo estuve orando durante estos últimos meses, para tener la convicción de si podrías ser tú la responsable del grupo. Thelma, sé que el Espíritu Santo va a usar tu vida para bendecir a muchas chicas más. ¡Muchas felicidades por tus veintiún años! Y por esta bella misión que Dios te encomienda hoy.
—¡Felicidades, amiga! —la abrazó Natalie, con gran efusividad y alegría.
—Estoy tan contenta por ti, querida Thelma —expresó Arcelia, con su característica serenidad y sencillez.
Thelma no supo que decir, se sentía feliz y emocionada, pero se preguntaba en sus adentros, si estaría lista para esa tarea tan desafiante.
Todas se sentaron a la mesa. Natalie y Arcelia trajeron los recipientes con la rica cena que prepararon. Cenaron Costillas a la BBQ con frijoles dulces, bollitos salados, ensalada de lechuga con frutos rojos y aderezo de queso; un pudin criollo, y como postre un pastel de doble chocolate. Acompañaron la cena con un clásico té negro con hielos y algo de jugo de limón.
Mientras algunas terminaban de cenar, otras empezaron a comer su rebanada de pastel con un café americano. Sin duda aprovecharon cada minuto que pudieron. Se quedaron dormidas casi a las cuatro de la mañana. Entre lágrimas y risas, charlaron, platicaron, debatieron, preguntaron, discutieron, cantaron y aplaudieron. Fue una celebración que recordarían por toda su vida.
Despertaron tarde, casi a las diez de la mañana. Somnolientas desayunaron cereal con leche y fruta, mientras veían el servicio dominical online, sentadas en el sofá de la sala.
Al terminar el servicio, se acordó Natalie del video. Conectó su laptop e inicio la presentación que había editado con gran esmero y cariño. Este fue hecho en base a un poema que compuso Thelma:
Querida Julie,
Tan llena de vida,
Te hiciste tan cercana,
Supiste abrirte camino en nuestras almas.
Siempre atenta, amorosa, servicial y decidida
Tu vida es, ha sido y será una fuente de inspiración
Para nosotras y para otras.
Ahora te toca levantar el vuelo,
Nuevos horizontes te esperan,
Que nuestro buen Dios,
Ese Dios que nos hiciste conocer
Con tu testimonio de vida,
Te dé el poder para atravesar todo valle
Para subir toda montaña,
Para perseverar ante toda tormenta y batalla.
Que seas luz y sal para todo aquel
Que se acoja bajo tu sombra de amor y compasión.
A Donde quiera que Dios te lleve brilla,
brilla con la hermosura de Cristo en ti.
Te amamos y te vamos a extrañar mucho.
Gracias por ser nuestra amiga, nuestra hermana y nuestra madre espiritual.
¡Te amamos, Julie!
«Las amigas son un regalo del cielo, son una expresión física del amor incondicional de Dios y de su cuidado divino».
De los ojos de todas brotaron más lágrimas. Hubo llanto de emoción, de tristeza por la partida, de gozo por lo vivido, de satisfacción por ver vidas transformadas por Jesús y de temor ante los desafíos que veían venir en el futuro. Pero también, era un llanto saturado de mucha esperanza, de mucha paz, de mucha gratitud por la bondad de Dios mostrada todo ese tiempo que estuvieron juntas.
Julie les dirigió unas últimas palabras antes de estar lista para salir de la casa:
—Me voy llena de gozo, de esperanza, de bendición, de saber que sus vidas dependen del Señor. Su ministerio de discipulado entre las chicas florecerá en abundancia y cada una será una fuente de inspiración para muchas generaciones. Hagamos un pacto de amistad, de unidad, de caminar con el Señor. Que donde quiera que estemos, de aquí a unos pocos o muchos años, tengamos la disposición de cuidar mutuamente nuestros corazones. Y que cuando nos lleguen noticias de que alguna de nosotras está flaqueando en su fe, tengamos el compromiso y el amor para acudir en ayuda, para sostener, acompañar y levantar.
Oraron: «Padre, tú has dispuesto que la vida de fe, de oración y en tu Palabra se viva en comunidad. Por ello, oramos que tu guardes el corazón de Thelma, de Arcelia y de Natalie; aun oramos por Lupita, que no pudo estar con nosotras. Que nos permitas, a pesar del tiempo y la distancia, estar al tanto las unas de las otras de nuestro andar en Cristo. Que esta amistad que tu iniciaste entre nosotras, la mantengas por la obra de tu Espíritu Santo que nos guía a la verdad y nos anima a la unidad. Que así sea Señor, por tu gracia y para tu gloria. Amén».
—Este es un hasta pronto queridas amigas. Las voy a extrañar muchísimo. La vida sigue y hay que crecer aunque nos duela. Les amo y las llevo en mis corazones.
Julie tomó su bolso y sus llaves. Se dirigió a su auto. Levantó su mano en señal de despedida y les dijo adiós. Thelma, Natalie y Arcelia se quedaron paradas en el umbral de la puerta, mirando el auto de Julie alejarse por la avenida hasta que este se perdió en la distancia.
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