Bailando de la oscuridad a la luz
A pesar de que ya asistía a una iglesia cristiana, seguía teniendo cosas en mi vida que no eran las correctas, pero no quería dejarlas
Por Argelia Mejía L.
Bailé desde que recuerdo. Era mi fuga, pues amaba bailar y era muy buena, tanto que consideré entrar al Instituto Nacional de Bellas Artes. En una época de mi vida, practicaba en una academia de danza por las tardes, y cuando se acercaban eventos especiales, me pedían poner coreografías. El baile era todo para mí. Mi maestra de danza incluso empezó a prepararme para hacer mi examen de admisión al INBA, pero por las restricciones de mi enfermedad debía bajar el ritmo, no exigirme ni desvelarme, así que no podía bailar tanto como quería.
Pero para llegar a este punto, debo comenzar por el principio. Nací en un hogar donde había gritos, discusiones y muchas diferencias porque la educación de mis padres había sido, literalmente, opuesta una de la otra y, finalmente sucedió la tan anunciada separación. Yo tenía 9 años y no comprendía bien porqué nos habíamos cambiado de casa, mucho menos de ciudad.
Luego de algunas semanas, mi mamá nos dijo cómo estaba la situación con mi papá, y mi pequeño mundo, apenas en construcción, comenzó a desmoronarse. Recuerdo que lloré mucho, pero a mi hermano y a mí no nos quedó otra opción que aceptarlo, y aprender a vivir así.
Durante las fechas de clases, estábamos con mi mamá; algunos fines de semana o puentes escolares y las vacaciones, con mi papá. Mi hermano expresaba sus sentimientos, negativos principalmente, pero yo no decía mucho, ni mostraba mi enojo o tristeza.
Mi mamá estudiaba en una universidad mientras nosotros íbamos a la primaria, y por las tardes, nos quedábamos solos, porque ella tenía que salir a hacer sus prácticas profesionales. Entonces tenía 11 años y tenía novio. Pasábamos, mi hermano y yo, toda la tarde en su casa, con él y sus dos hermanas, pero en cuanto veíamos entrar a mamá con el auto al estacionamiento de los departamentos donde vivíamos, corríamos de un edificio a otro para que ella no se diera cuenta que no estábamos en casa, como se suponía que debía ser.
En esa época, mis papás se dieron otra oportunidad para intentar arreglar su matrimonio. Un amigo cercano de mi mami nos había llevado a su iglesia y ella fue tocada por Dios. Tiempo después invitó a mi papá para que nos acompañara un domingo a la iglesia, y sucedió lo mismo, Dios tocó sus corazones. Iniciaba otra nueva aventura, pero ahora, los cuatro juntos otra vez.
Querer arreglar un matrimonio semidestruido, no es sencillo. Aunque estábamos juntos, aún había discusiones, pero mis padres lo intentaban y buscaban apoyo en la iglesia, así como consejería por fuera, pero en el proceso, me sentí totalmente sola y abandonada.
Al haber estado en una ciudad, y luego en otra, y en otra, no había manera de hacer y mantener amistades con las que yo pudiera hablar. Ya estaba en mis 14 años, casi 15, y la cuenta de los «novios» sólo aumentaba. Quería atención, y la conseguí por medio de una enfermedad, que aún no sé si fue real o parte de mi estado anímico.
Una noche, estando en la prepa, jugaba baloncesto con unos compañeros cuando me sentí muy agotada. El aire me faltó, hiperventilé y, prácticamente, me desmayé. Recuerdo escuchar, como a lo lejos, los gritos y las voces de mis compañeros y luego de los administrativos de la escuela, y finalmente entré a un ambiente blanco. Me atendieron en una pequeña clínica.
Después, mis padres empezaron a notar algunos cambios en mi brazo derecho, y en algún momento escuché, por primera vez, la palabra «epilepsia». Veía médicos e incluso me trataron con acupuntura, lo que aumentó el movimiento involuntario de mi mano. Y luego de varios estudios, lo confirmaron: Exceso de Electricidad en el Lóbulo Temporal Izquierdo, Epilepsia.
Por supuesto, tenía novio en ese entonces, y en cuanto supo la noticia de que estaba enferma, salió huyendo de mí. Me di cuenta de que pocos estarían conmigo por temor a esa “enfermedad poco conocida”.
Como te conté, mi fuga era el baile, pero tenía recaídas y ataques. Tenía un nuevo novio, por supuesto, y aunque sí me sentía querida, estaba muy triste. Entré en una gran depresión y comencé a cortar mis brazos y mis piernas, intenté en dos ocasiones suicidarme con pastillas (mis papás nunca se enteraron). Dios era el único que estaba conmigo, aunque aún no lo veía de esa forma. A pesar de que ya asistía a una iglesia cristiana, seguía teniendo cosas en mi vida que no eran las correctas, pero no quería dejarlas. Era como una danza constante entre lo bueno y lo malo.
A los 17 años, mi adolescencia estaba llegando a su fin. Me inscribieron en una universidad en la ciudad de Querétaro, y me vine a vivir sola. Fueron muchos cambios de golpe. Y una noche, al final del servicio dominical, llegué a un punto en que me di cuenta de que necesitaba un verdadero cambio. Mi vida pasada me avergonzaba, y así como estaba, se la entregué a Dios. Necesitaba su guía y quería seguirle, necesitaba seguirle, y por supuesto me recibió con sus cálidos brazos abiertos.
Ahora tengo 43 años. Estoy casada con un hermoso hombre, soy mamá de 2 adolescentes y mi vida sigue siendo imperfecta, pero el Señor está a mi lado, cuidándome y guiándome. Si tú que lees estas líneas, te has sentido identificada en algo, déjame decirte que sí es difícil, pero no te rindas, no es imposible. Dios te está buscando y quiere darte la mano para caminar junto contigo. No hay ni habrá nadie que te ame más que Él, y que permanezca fiel a tu lado. Tú también puedes bailar de la oscuridad a la luz.
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