En sus marcas, listos, ¡fuera!

Foto por Marian Ramsey

Foto por Marian Ramsey

Comienzo a estresarme porque pronto llegará mi turno para nadar nuevamente

Por Elemy Eunice Espinoza

Me zambullo en el agua tibia. Primero ingresan mis brazos, después mi cabeza, y cuando menos lo pienso ya estoy en la competencia. Levanto mi brazo y comienzo a nadar, una brazada, dos brazadas, tres brazadas… Estar en el agua es una sensación grandiosa, el olor, el sonido de las personas gritando a lo lejos para apoyar a los concursantes.

Mientras pienso en eso, mi mano choca contra la pared, esa es la señal para dar la vuelta y nadar de regreso, así que volteo mi cuerpo y ahora me encuentro en mi posición favorita. Mirar el techo y el eco de las voces porque mis oídos están sumergidos en el agua es una gran sensación.

Volteo para ver quién está a mi lado y veo que voy a la delantera. Mi mano toca nuevamente la pared. Eso significa que llegué. Al salir del agua una persona se acerca y me dice que si acepto puedo nadar en el preequipo.  

He escuchado que en el preequipo ingresan personas diligentes de muchas escuelas, y si eres de los mejores representas al país en competencias. Espero nuevamente mi turno porque ahora nadaremos por relevos, así que miro atentamente a mi compañero para que en el momento que llegue al otro extremo pueda zambullirme. 

¡Es mi turno! Nado rápidamente, escucho gritos por todos lados. Falta poco, muy poco... ¡llegué! Estoy a punto de salir cuando de repente siento un pinchazo en la parte superior de mi pie izquierdo. Miro qué es lo que se está escurriendo y veo sangre, mucha sangre que no para. 

Procuro no apoyar mi pie en el piso para que no salga la sangre, pero no funciona, sigue brotando. Comienzo a estresarme porque pronto llegará mi turno para nadar nuevamente. Llega un profesor y me pregunta si me duele, le digo que sí, me carga y me lleva a la enfermería. Todo pasa tan rápido que no puedo encontrar a mi familia. 

Ahora estoy en una cama fría, mi traje de baño está mojado y siento como el frío recorre desde la punta del pie hasta mi cabeza. ¿Cuántas horas han pasado? La puerta se abre y entra una mujer que me saluda, mira mi pie y sin avisarme coloca una sustancia rosa que comienza a arder tanto que mis lágrimas ruedan por mi mejilla. 

Escucho a lo lejos como gritan los niños y decido ponerme de pie. No hay nadie cerca así que comienzo a caminar rumbo a la alberca. Llego a la puerta y veo a los maestros que nos piden formar una fila para repartirnos las medallas que ganamos. 

Es mi turno. Extiendo mis manos y me entregan la medalla que gané al nadar de forma individual. Ahora hay dos medallas y el maestro me explica que es la de relevos. La felicidad invade todo mi cuerpo. El frío ya no está y por un momento deja de importarme el dolor de mi pie.

Han transcurrido muchos años desde aquella experiencia y cada vez que miro mi pie recuerdo alegremente el origen de la cicatriz. Pienso en lo valiente que fui, y aunque hoy en día no me gusta el merthiolate, sé que solo hace falta voluntad para lograr todo lo que te propones.


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