Cuando mis amigos me dejaron de hablar

Foto por Diana Gómez

Foto por Diana Gómez

¿Qué había pasado esa semana? ¿Por qué todos estaban molestos conmigo?

Por Erika Simone 

¡Era la semana que todo el año había esperado! Vendrían personas de todo el continente a un pequeño pueblo en Michoacán para una semana de evangelismo. ¡Vería a amigos que no había visto en mucho tiempo!

A mis catorce años, había viajado bastante porque era hija de misioneros y, siendo muy sociable, tenía amigos en todos lados. Y en esta semana especial de diciembre, tendría la oportunidad de ver a muchos.

Llegaron unas setenta personas de Estados Unidos, Canadá y de varios lugares de México. La experiencia fue increíble: pasé tiempo con mis amigos, conocí a muchos amigos nuevos (la mayoría éramos adolescentes). Juntos hicimos una obra evangelística. En fin, lo disfruté muchísimo.

Pero, después se fueron todos. Regresamos a la rutina. Y todos, todos mis amigos locales me dejaron de hablar. ¡No lo podía creer!

¿Qué había pasado esa semana? ¿Por qué todos estaban molestos conmigo? No me querían decir, pero después de dos semanas de soledad total, una amiga por fin rompió el silencio.

— ¿Sabes qué? Decidí perdonarte, estoy enojada contigo, pero te voy a perdonar.

¡Yo aún no sabía por qué me estaba perdonando! Pero, pronto ella me informó.

— Todos estamos enojados contigo porque nos ignoraste por completo esa semana. Llegaron tus amigos de otros lugares ¡y fue como si no existiéramos! ¿O solo te juntas con nosotros cuando ellos no están? ¿Prefieres estar con ellos? ¡No nos hablaste en toda la semana! Me dijo el Chino que ni lo saludaste en la reunión de oración. Pero, ¿sabes qué? Yo te voy a volver a hablar porque valoro tu amistad y no quiero pelear. Te perdono.

No tuve palabras para responder. Yo no recordaba haberlos ignorado. Tampoco había platicado con ellos. Naturalmente, había pasado más tiempo con los amigos de fuera porque solo habíamos tenido unos días juntos, pero por otro lado, tampoco había tomado el tiempo de ir y saludar a mis amigos que veía casi diario.

Con el tiempo, mis amigas comenzaron a hablarme de nuevo. El Chino tardó dos años en dirigirme una palabra. Su hermano menor duró más.

Pero esos días marcaron un punto de parteaguas en mi vida.

Había conocido enojos y hasta me había peleado con mis primas y mis hermanos, pero nunca había sentido el rechazo inexplicable de personas que yo estimaba y que había lastimado. Agradezco a Dios porque pude platicar todo lo que me sucedía con mi mamá quien me dio consejos sabios, consejos que hasta hoy me sirven cuando tengo conflictos con otros.

Lo primero que me dijo fue:

1. Si ellos cambian, tú no cambies.

Si ellos te dejan de hablar, tú no les dejes de hablar. Si ellos te hacen gestos, tú no los hagas. Si ellos ya no son tus amigos, tú sigue siendo su amiga. Fue muy difícil poner en práctica este consejo. Especialmente, cuando me acerqué con el Chino, le extendí la mano y me dio la espalda. Pero, cuando finalmente mis amigas decidieron hablarme, me encontraron igual. Aunque las había herido, mi constancia al ser amable comprobó que yo siempre estaría allí, dispuesta a ser su amiga.

2. Los amigos verdaderos no se dejan de hablar.

Obviamente, quedé sorprendida y herida de que mis amigos me dejaran de hablar sin siquiera una explicación de lo que yo había hecho mal. Pero mi mamá me recordó que si yo quería ser su amiga, debía abrir las vías de comunicación. Me animó a buscar a mis amigos. Me enseñó que si yo tenía algo en contra de alguien, o si alguien tenía algo en mi contra, la manera de solucionarlo era hablarlo con esa persona. Y eso funcionó. La amiga que se abrió para hablar conmigo fue la primera en restablecer nuestra amistad y hasta la fecha es la amistad más fuerte que tengo.

3. Cristo sabe lo que sientes.

Esta lección es más abstracta y difícil de aprender, pero puede ser de consuelo. Yo me sentía totalmente sola. Me sentía sin amigos (¡todos los que me hablaban ya se habían ido!). Pero, Cristo fue traicionado por un amigo y abandonado por los demás, Él sabe lo que es estar solo. Y cuando no me podía desahogar con nadie más, podía contarle lo que sentía a Cristo.

Ahora que han pasado varios años, veo que entre adolescentes es muy común el enojarse y dejarse de hablar. Pero no es correcto.

Y espero, si te toca que alguna vez una amiga te deja de hablar, puedas recordar las lecciones que yo aprendí. Espero que puedas seguir constante en tu amistad para con ellos, seguir hablando con ellos y recurrir a Cristo, quien te entiende por completo.


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