Pensando en la gravedad y la oración

Foto por Abigail Eager

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Descubre cómo se relacionan

Por Keila Ochoa Harris

¿Has visto la película «Gravedad» del cineasta mexicano Alfonso Cuarón? No solo sobresale por su técnica y su uso de efectos especiales, sino que, en el fondo el filme nos habla de aquellas cosas que son trascendentales.

El Universo parece observar a la doctora Stone, representada por Sandra Bullock, en su lucha por sobrevivir una vez que se queda sola en el espacio, sin comunicación con la tierra, sin el veterano astronauta Kowalsky y sin un modo de volver a casa, a no ser por una lejana estación china.

La fotografía de Emmanuel Lubezki, la buena actuación de Bullock y Clooney, y el gran trabajo de montaje, nos hacen sentir en el espacio y vivir la desolación de la doctora Stone al tropezar vez tras vez con obstáculos que impiden que regrese a la Tierra.

Si uno observa el filme en 3D, y lo recomiendo ampliamente, basta mover los dedos para intentar rozar ese espacio oscuro, intimidante y asfixiante. 

Sin embargo, más allá de esa lucha por la sobrevivencia en un ambiente que quizá ninguno de nosotros experimentará jamás, está aquella batalla interna de un corazón sangrante en el interior de la doctora Stone, quien, a final de cuentas, carece de un motivo para volver a casa.

Realmente, no tiene una casa. La doctora Stone perdió su centro cuando su hija de cuatro años murió en la escuela por un golpe, el accidente más estúpido de la historia, según ella afirma. 

Pero la «gravedad» de la historia gira en torno a un tema conocido: la oración, es decir, la comunicación con ese Ser supremo que ha creado cielos y tierra.

Cuando le preguntan a la doctora Stone qué es lo que más le gusta de estar en el espacio, no es la falta de gravedad ni la increíble grandeza del universo lo que ella aprecia, sino el silencio. Ese silencio vasto, total, que a veces consideramos intimidante, y que ella dice: «Me podría acostumbrar al silencio».

¿Y nosotros? Estamos habituados a los sonidos. Sin el ruido de fondo nos sentimos perdidos, y por eso ponemos música cuando estamos solos en casa. Aún así, los grandes pensadores cristianos concluyen que el silencio es la antesala de la oración. Es en el silencio donde mejor oímos nuestros propios pensamientos y podemos comprender lo que en verdad nos aqueja. 

Henri Nouwen dijo: «El silencio requiere la disciplina de reconocer la urgencia de levantarte y seguir como una tentación a buscar en otros lados lo que está cerca de tu mano. Ofrece la libertad de caminar en tu propio patio y barrer las hojas para limpiar las sendas que te llevarán camino al corazón. Quizá haya mucho miedo e incertidumbre cuando primero camines por este territorio desconocido… pero cuando aprendes el valor del silencio será como recibir un regalo, un regalo prometedor en todo sentido. Promete nueva vida. Es el silencio de la paz y la oración, porque te trae de regreso a Aquel quien te está guiando». 

La doctora Stone apreciaba el silencio, pero no comprendía su propósito. Cuando se encuentra en el peor momento de la película, ese clímax de tensión y posible desastre, ella comenta algo aún más aterrador: «Nadie me endechará. Nadie rezará por mi alma. ¿Llorarás tú por mí? ¿Rezarás por mí? Yo rezaría por mí misma, pero nunca he orado. Nadie me enseñó cómo hacerlo». 

¡Cualquiera sabe orar!, me dije. Pero recordé que los mismos discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar. Las religiones han hecho al rezo y la oración algo tan místico que pareciera que se necesita cierta postura o ciertas palabras, cierto conocimiento o cierta experiencia de vida para poder orar. Incluso muchos piensan que deben ser «buenos» o «tener vidas perfectas» para poder orar. 

Sin embargo, la oración no es así. La oración puede ocurrir en medio del ruido o en el silencio. Puede constar de frases largas o cortas.

La oración es para asesinos y pecadores, para gente que se siente fracasada y excluida. En pocas palabras, la oración es para todos nosotros, los seres humanos.

Jesús mismo usó como ejemplo la oración de un publicano, un ser despreciado en la sociedad judía del momento, y criticó la oración de un fariseo, uno de los gurús de la época. La oración es para los que nos sentimos perdidos, solos, enfadados, apartados, derrotados y lejos de Dios. La oración es para todos los que hemos perdido nuestra “gravedad” y vagamos por el espacio.

Al final del día, cuando la doctora Stone llega a la Tierra, y perdón si ya eché a perder la película para quienes no la han visto, pero no les revelaré cómo lo logró; sus piernas tiemblan al posarse en el suelo. ¿Por qué? Porque la doctora Stone vuelve a la gravedad.

Después de días, semanas, quizá meses sin gravedad en el espacio, regresa a la seguridad y la protección de las leyes que logran que caminemos y que nuestro mundo funcione. 

La oración hace lo mismo. La oración es la gravedad que pone nuestros pies, no en la tierra, sino en el cielo, frente al trono mismo de Dios.

La oración puede cambiar nuestras circunstancias, pero no es su principal misión. La oración más bien nos cambia en lo interno, en esas profundidades que el silencio revela.

La función principal de la oración es abrirnos paso hacia Dios, y nadie puede seguir igual después de un encuentro con Jesús. Algo debe cambiar. Algo cambia.

La doctora Stone regresa diferente. Después de esas horas de lucha por sobrevivir algo cambia en ella. ¿Vuelve a amar la vida? ¿Está dispuesta a dejar ir el recuerdo de su hija y buscar algo por lo qué luchar y respirar? ¿Aprecia la segunda oportunidad que se le ha dado?

Quizá, simplemente, ha aprendido a orar, pues la última palabra en esta cinta es: «Gracias». 

¿A quién dirigió su gratitud la doctora Stone? Tal vez a Dios. Así que de algún modo, ahí está su primera oración. Y nadie tuvo que enseñarle cómo hacerlo. La oración, a final de cuentas, es simplemente hablar con Dios. Nadie tiene que enseñarnos a orar. Un simple «gracias» funciona para un buen comienzo.

El silencio puede enriquecer nuestras oraciones pero lo vital es reconocer que la oración es esa gravedad que nos acerca al Dios del universo. Y lo más increíble está en que Él está esperando esa primera frase, esa primera oración, ese primer gracias para iniciar la conversación.  


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