Entre frutos y comida: Un poco de amabilidad

Foto por Armando Lomelí

Foto por Armando Lomelí

Amabilidad

Por Keila Ochoa Harris

Todas las noches sucedía lo mismo. Edson abría la puerta trasera para colocar las bolsas con basura en los contenedores correspondientes, pero un mendigo, un hombre flaco, con barba cana y despeinada, elevaba las manos y suplicaba unas migajas.  

Edson trabajaba para un importante restaurante en Río de Janeiro. Ese mendigo seguramente pertenecía a alguna favela e intentaba aprovecharse de él. ¿Por qué mejor no se ponía a buscar trabajo? No lucía ciego ni cojo, así que Edson le negaba unas migajas.  

Cierta tarde, Edson atendió a sus clientes de la mejor manera. Se rumoraba que el dueño del restaurante había llegado para una inspección sorpresa, así que sirvió una ensalada de calabaza con rodajas de queso que entusiasmó a una señora.  

Luego ofreció un pollo de corral con salsa de menta y verduras que se ganó los elogios de dos hombres de negocios. Finalmente, agasajó a sus clientes con las tradicionales carnes brasileñas. Las chuletillas de cerdo y las costillas fascinaron por su perfección.  

Edson comprendía que el éxito pertenecía al cocinero, pero se apropió parte de las felicitaciones, pues no tiró ningún plato, atendió con rapidez y recibió unas propinas generosas. Para cerrar con broche de oro, el chef convidó a todos una cocada al horno con helado de lima. ¡Una delicia! 

Contento, satisfecho y agotado, se dispuso a sacar la basura. ¿Y con quién se topó? ¡Con el mendigo! Para colmo, ¡hablaba con el dueño del restaurante! Por algún motivo, el ingrato pobretón confesó que cada noche se asomaba para pedir unas migajas, y no recibía salvo desplantes. El dueño miró a Edson con sospecha, pero no habló con él sino que invitó al mendigo a entrar y comer.  

El jefe obligó a todos a ocupar sus lugares de nueva cuenta. El cocinero tuvo que preparar los mismos manjares y Edson atendió al «cliente distinguido».  

—Un poco de amabilidad cambiará al mundo —repetía el dueño con cierta nostalgia.  

Ahora el mendigo regresaría con más insistencia. ¿Y qué haría Edson? Pero el dueño le dijo antes de dejarlo ir a casa: —El mendigo no molestará más. Le encontraré trabajo y no comerá más migajas. Es terrible rogar por caridad. 

Edson volvía a su casa cuando encontró un bloqueo. Las autoridades habían decidido pavimentar las principales avenidas por la noche, así que Edson tuvo que utilizar vías alternas para salir del aprieto. Desconoció muchas calles, pero se guio por el instinto hasta que su auto hizo un ruido terrible y se detuvo en medio de una favela.  

Bajó y abrió el cofre, pero las sombras de la noche lo intimidaban. En eso escuchó voces.  

—¡Miren! Un ricachón por estos rumbos.  

Edson tragó saliva. Tres muchachos se acercaron a él. 

—Mi auto se descompuso —les informó como si ellos no lo adivinaran.  

—¿Y qué quieres que hagamos, muchachito elegante?  

¡Lo apuñalarían y se robarían el auto! ¡Eso se leía constantemente en los periódicos!  

Uno de los chicos se acercó y metió la cabeza para revisar los cables. Movió unos de ellos.  

—Creo que ya está. Listo, patrón. Arránquelo. 

Con los dedos temblorosos Edson giró la llave y el auto rugió a vida.  

—Vaya con Dios —lo despidieron los chicos.  

Hasta que Edson llegó a su casa, dejó escapar unas lágrimas de frustración, miedo y vergüenza. Repasó las palabras de su jefe: «un poco de amabilidad cambiará al mundo».  

La noche siguiente salió a tirar la basura. Tal como lo predijo el dueño, el mendigo ya no estaba allí, pero se topó con un nuevo rostro, un chiquillo de unos doce años, con ropas raídas. Edson se había preparado para la ocasión y traía un plato desechable con comida que entregó de inmediato. Un poco de amabilidad cambiaría al mundo. 


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